Gabriel García Márquez - Yo no vengo a decir un discurso
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- Libro:Yo no vengo a decir un discurso
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:2010
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¿Qué hago yo encaramado en esta percha de honor, yo que siempre he considerado los discursos como el más terrorífico de los compromisos humanos?
G. G. M.
Los textos que Gabriel García Márquez ha reunido en este libro fueron escritos con la intención de ser leídos por él mismo en público, ante una audiencia, y recorren prácticamente toda su vida, desde el primero, que escribe a los diecisiete años para despedir a sus compañeros del curso superior en Zipaquirá, hasta el que lee ante las Academias de la Lengua y los reyes de España al cumplir ochenta años.
Estos discursos del premio Nobel nos ayudan a comprender más profundamente su vida y nos desvelan sus obsesiones fundamentales como escritor y ciudadano: su fervorosa vocación por la literatura, la pasión por el periodismo, su inquietud ante el desastre ecológico que se avecina, su propuesta de simplificar la gramática, los problemas de su tierra colombiana o el recuerdo emocionado de amigos escritores como Julio Cortázar o Álvaro Mutis, entre otros muchos.
El lector tiene entre sus manos el complemento indispensable a una obra narrativa que nos seguirá hablando en un largo porvenir.
Gabriel García Márquez
ePub r2.0
jugaor 06.06.14
Título original: Yo no vengo a decir un discurso
Gabriel García Márquez, 2010
Editor digital: jugaor [www.epublibre.org]
ePub base r1.1
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ (Aracataca, Colombia, 1927 - México, D. F., 2014). Una de las figuras más importantes e influyentes de la literatura universal, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1982. Fue novelista, cuentista, ensayista, crítico cinematográfico, autor de guiones y, sobre todo, intelectual comprometido con los grandes problemas de su tiempo. Máximo exponente del llamado «realismo mágico», en el que historia e imaginación tejen el tapiz de una literatura viva, es en definitiva el hacedor de uno de los mundos narrativos más densos de significados que ha dado la lengua española en el siglo XX.
De su obra literaria destacan las novelas La hojarasca (1955), El coronel no tiene quien le escriba (1961), La mala hora (1962), Cien años de soledad (1967), El otoño del patriarca (1975), Crónica de una muerte anunciada (1981), El amor en los tiempos del cólera (1985), El general en su laberinto (1989), Del amor y otros demonios (1994) y Memoria de mis putas tristes (2004).
Zipaquirá, Colombia, 17 de noviembre de 1944
Generalmente, en todos los actos sociales como éste, se designa a una persona para que diga un discurso. Esa persona busca siempre el tema más apropiado y lo desarrolla ente los presentes. Yo no vengo a decir un discurso. He podido escoger para hoy el noble tema de la amistad. Pero ¿qué podría deciros de la amistad? Hubiera llenado unos cuantos pliegos con anécdotas y sentencias que al fin y al cabo no me hubieran conducido al fin deseado. Analizad cada uno de vosotros vuestros propios sentimientos, considerad uno por uno los motivos por los cuales sentís una preferencia incomparada por la persona a quién tenéis depositadas todas nuestras intimidades y entonces podréis saber la razón de este acto.
Toda esta serie de acontecimientos cotidianos que nos ha unido por medio de lazos irrompibles con este grupo de muchachos que hoy va abrirse paso en la vida, eso es la amistad. Y es eso lo que yo os hubiera dicho en este día. Pero repito, no vengo a decir un discurso; y sólo quiero nombraros jueces de conciencia en este proceso para luego invitaros a compartir con el estudiantado de este plantel el doloroso instante de una despedida.
Aquí están listos para partir, Henry Sánchez, el simpático D’Artagan del deporte, con sus tres mosqueteros Jorge Fajardo, Augusto Londoño y Hernando Rodríguez. Aquí están Rafael Cuenca y Nicolás Reyes, el uno como la sombra del otro. Aquí están Ricardo González, gran caballero del tubo de ensayos, y Alfredo García Romero, declarado individuo peligroso en el campo de todas las discusiones: juntos, ejemplares vidas de la amistad verdadera. Aquí están Julio Villafañe y Rodrigo Restrepo, miembros de nuestro parlamento y nuestro periodismo. Aquí Miguel Ángel Lozano y Guillermo Rubio, apóstoles de la exactitud. Aquí Humberto Jaimes y Manuel Arenas y Samuel Huerta y Ernesto Martínez, cónsules de la consagración y buena voluntad. Aquí está Álvaro Nivia con su humor y con su inteligencia. Aquí están Jaime Fonseca y Héctor Cuéllar y Alfredo Aguirre, tres personas distintas y un solo ideal verdadero: el triunfo. Aquí Carlos Aguirre y Carlos Alvarado unidos por un mismo nombre y por el mismo deseo de ser orgullo de la patria. Aquí Álvaro Baquero y Ramiro Cárdenas y Jaime Montoya, compañeros inseparables de los libros. Y, finalmente, aquí están Julio César Morales y Guillermo Sánchez, como dos columnas vivas que sostienen en sus hombros la responsabilidad de mis palabras, cuando yo digo que este grupo de muchachos está destinado a perdurar en los mejores daguerrotipos de Colombia. Todos ellos van a buscar la luz impulsados por un mismo ideal.
Ahora que habéis escuchado las cualidades de cada uno, voy a lanzar el fallo que vosotros como jueces de conciencia debéis considerar: en nombre del Liceo Nacional y de la sociedad, declaro a este grupo de jóvenes, con las palabras de Cicerón, miembros de número de la academia del deber y ciudadanos de la inteligencia.
Honorable auditorio, ha terminado el proceso.
La Habana, Cuba, 4 de diciembre de 1986
Todo empezó con esas dos torres de alta tensión que están a la entrada de esta casa. Dos torres horribles, como dos jirafas de concreto bárbaro, que un funcionario sin corazón ordenó plantar dentro del jardín frontal sin prevenir siquiera a sus dueños legítimos, y las cuales sostienen sobre nuestras cabezas, aun en este mismo momento, una corriente de alta tensión de ciento diez millones de watts, bastantes para mantener encendidos un millón de receptores de televisión o sustentar veintitrés mil proyectores de cine de treinta y cinco milímetros. Alarmado con la noticia, el presidente Fidel Castro estuvo aquí hace unos seis meses, tratando de ver si había alguna forma de enderezar el entuerto, y fue así como descubrimos que la casa era buena para albergar los sueños de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano.
Las torres siguen ahí, por supuesto, cada vez más abominables a medida que se ha ido embelleciendo la casa. Hemos tratado de enmascararlas con palmeras reales, con ramazones floridos, pero su fealdad es tan imponente que se impone a todo artificio. Lo único que se nos ocurre, como recurso último para convertir en victoria nuestra derrota, es rogarles a ustedes que no las vean como lo que son, sino como una escultura irremediable.
Sólo después de adoptarla como sede de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, supimos que la historia de esta casa no empezaba ni terminaba con estas torres, y que mucho de lo que se cuenta de ella no es verdad ni es mentira. Es cine. Pues, como ya ustedes deben haberlo vislumbrado, fue aquí donde Tomás Gutiérrez Alea filmó
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