Este volumen pone a dialogar a dos autores fundamentales de la narrativa contemporánea. Se presenta un texto de Carlos Fuentes en homenaje a Gabriel García Márquez y a Cien años de soledad, la más universal de las novelas latinoamericanas, acompañado de un emotivo discurso en el que el Nobel colombiano recuerda las circunstancias en que escribió esa obra maestra que ha sido leída por casi 50 millones de personas.
Gabriel García Márquez & Carlos Fuentes
«Cien años de soledad» y un homenaje
Discursos de Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes
ePub r1.0
Titivillus 20.04.17
Título original: «Cien años de soledad» y un homenaje
Gabriel García Márquez & Carlos Fuentes, 2007
Ilustraciones: Paola Álvarez Baldit
Diseño de cubierta: Francisco Ibarra
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ (Aracataca, departamento del Magdalena, Colombia, 1927 - Ciudad de México, 2014). A los veintisiete años publicó su primera novela, La hojarasca, en la que ya apuntaba los rasgos más característicos de su obra de ficción, llena de desbordante fantasía.
Pero, la notoriedad mundial de García Márquez comienza cuando se publica Cien años de soledad en junio de 1967, en una semana vendió 8000 copias. De allí en adelante, el éxito fue asegurado, y la novela vendió una nueva edición cada semana, pasando a vender medio millón de copias en tres años. Fue traducido a más de veinticuatro idiomas, y ganó cuatro premios internacionales. El éxito había llegado por fin y el escritor tenía 40 años cuando el mundo aprendió su nombre. Por la correspondencia de admiradores, los premios, entrevistas, las comparecencias; era obvio que su vida había cambiado. En 1969 la novela ganó el Chianchiano Aprecia en Italia y fue denominado el «Mejor Libro Extranjero» en Francia. En 1970, fue publicado en inglés y fue escogido como uno de los mejores doce libros del año en Estados Unidos.
García Márquez recibió numerosos premios, distinciones y homenajes por sus obras; el mayor de todos ellos, el Premio Nobel de Literatura en 1982. Según la laudatoria de la Academia Sueca, «por sus novelas e historias cortas, en las que lo fantástico y lo real son combinados en un tranquilo mundo de imaginación rica, reflejando la vida y los conflictos de un continente».
CARLOS FUENTES (Ciudad de Panamá, 1928 - Ciudad de México, 2012). Nació de padres mexicanos en Panamá, debido a que su padre era un diplomático de carrera. Tuvo una niñez cosmopolita y estuvo inmerso en un ambiente de intensa actividad intelectual.
Fue uno de los escritores más importantes de todos los tiempos en el conjunto de la literatura de su país. Figura dominante en el panorama nacional del siglo XX por su cuidadosa exploración de México y lo mexicano, a través de una obra extensa y que se servía de un lenguaje audaz y novedoso capaz de incorporar neologismos, crudezas coloquiales y palabras extranjeras, su propuesta se sumergió en el inconsciente personal y en el colectivo, y trasladó con vigor a las letras mexicanas los mejores recursos de las vanguardias europeas.
Sobre su amistad con el nobel colombiano, dijo: «Lo primero que leí fue el cuento Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo. De inmediato me pregunté quién era este sujeto tan interesante, tan original. A comienzos de 1960 nos conocimos y de inmediato nos caímos muy bien. Teníamos las mismas referencias, los mismos chistes, las mismas debilidades. Una amistad como la suya, es para siempre».
Prólogo
PRÓLOGO
ESTE VOLUMEN PONE A DIALOGAR, ENTRE SÍ Y con sus lectores, a dos autores fundamentales de la narrativa contemporánea.
Se presenta, en primer lugar, el texto escrito por Carlos Fuentes con motivo de la edición conmemorativa de Cien años de soledad que la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española lanzaron, en tiraje de un millón de ejemplares, para rendir homenaje, no sólo a Gabriel García Márquez al cumplir ochenta años, sino a la más universal de las novelas latinoamericanas, a Macondo, a los Buendía y a los cincuenta millones de lectores que con la saga centenaria han alimentado su hambre de leer historias bien contadas.
Fuentes ofrece testimonio de varios momentos de la amistad entre ambos escritores; de los días en que trabajaban como guionistas de cine en demérito de su vocación de novelistas; de su asistencia al «instante de gracia, de iluminación, de acceso espiritual» en que Cien años de soledad se terminó de gestar en la mente del creador de Macondo, y de su entusiasmada reacción tras su primera lectura del «Quijote americano».
Se complementa el volumen con las emotivas palabras pronunciadas el 26 de marzo de 2007 por García Márquez en el acto en que recibió el primer ejemplar del enorme tiraje. El Nobel colombiano recuerda las circunstancias en que escribió su obra maestra: la manera como su familia sobrevivió durante ese tiempo en que él no ganó ni un centavo; las peripecias, dignas del realismo mágico, del «borrador acribillado de remiendos» y la última versión corregida por este meticuloso artesano de la lengua. Nos hace, en fin, partícipes de los días en que escribía la novela que «ni en el más delirante» de sus sueños imaginó que llegaría a ser leída por tal número de personas que se constituirían en una comunidad que, «si viviera en un mismo pedazo de tierra, sería uno de los 20 países más poblados del mundo».
Para darle nombre a América
PARA DARLE NOMBRE A AMÉRICA
CARLOS FUENTES
CONOCÍ A GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ ALLÁ por el 1962, en la ciudad de México y en la calle de Córdoba 48, una casa llamada «La Mansión de Drácula» por su evidente aspecto transilvánico y sede de la compañia productora de cine de Manuel Barbachano Ponce.
Barbachano Ponce era un rotundo y energético yucateco, miembro de la llamada «casta divina» que dominó largo tiempo a la península maya con vastas plantaciones de henequén y trabajo feudal. Desposeídos por la Revolución mexicana, y en particular por las medidas del gobierno socialista de Felipe Carrillo Puerto, los Barbachano debieron encontrar otras hacendosas ocupaciones en la hotelería, el turismo y el cine.
Manolo Barbachano renovó en su momento el lánguido cine comercial de México, cimbrado apenas por las trepidaciones bailables de Tongolele, Ninón Sevilla y María Antonieta Pons, nuestras caribeñas rumberas oficiales. Barbachano apostó a un cine documental y cuasi documental, directo, sin adornos, en blanco y negro: Torero, una experiencia de cine-verdad en torno al dies— tro Luis Procuna; Raíces, la adaptación de varios cuentos rurales del escritor Francisco Rojas González, y, finalmente, Nazarín, la película con la que Luis Buñuel volvió a cegar la pantalla, después de un indeseado e indeseable asueto comercial, con las navajas de Aragón y los tambores de Calanda. La historia de Pérez Galdós fue adaptada por otro español, el guionista Julio Alejandro, y situada en un México agrario y agreste donde el cura Nazario intenta hacer el bien, provoca el mal y recibe como recompensa una inmanejable piña.