Gabriel García Márquez, autor de «Cien Años de Soledad», considerado como el escritor contemporáneo más importante de América Latina, está, sin embargo, al punto de romper con la literatura.
A la base de esta «ruptura» hay una reflexión política. Gabriel García Márquez ha entrado a formar parte del tribunal Russell para crímenes de guerra y está actualmente en París trabajando, con Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, en la elaboración de un informe sobre el fascismo chileno y brasilero. En Marzo viajará a Italia para reunirse con el director de cine italiano Francesco Rosi, con el cual escribirá un guión político. «Ahora que gozo de un prestigio moral», declara García Márquez, «tengo que utilizarlo. Yo no soy un hombre político pero, en América Latina, todo el mundo tiene que ser político». Esto quiere decir que la ruptura con la literatura no será, para el escritor colombiano, una ruptura total con su trabajo de escritor. A partir de ahora, sus obras serán más que todo reportajes.
«Le Nouvel Observateur»
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ, nació en Aracataca, en el departamento colombiano de Magdalena, en 1928. Tras estudiar Derecho, trabajó como periodista en su país, México, Francia y España. Su labor literaria se inició con los cuentos que serían reunidos en Ojos de perro azul. Su primera novela, La hojarasca, se publicó en 1955. La aparición de Cien años de soledad en 1967 le valió la fama internacional. Otros títulos significativos de su narrativa son El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora, Los funerales de la Mamá Grande, El otoño del patriarca, Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera, El general en su laberinto y Del amor y otros demonios. En 1982 fue galardonado con el Premio Nobel.
Título original: Chile, el golpe y los gringos
Gabriel García Márquez, 1974.
Editor original: roanbaga(v1.0)
ePub base v2.1
Aunque escrito hace tiempo, el presente texto no pierde validez ya que explica con sencillez y claridad, sobre todo a las jóvenes generaciones, la caída del gobierno Allende, sus motivaciones y señalando a los ejecutores directos e indirectos del golpe de estado.
Gabriel García Márquez
Chile, el golpe y los gringos
ePUB v1.0
roanbaga9.3.2013
A fines de 1969, tres generales del Pentágono cenaron con cuatro militares chilenos en una casa de los suburbios de Washington. El anfitrión era el entonces coronel Gerardo López Angulo, agregado aéreo de la misión militar de Chile en los Estados Unidos, y los invitados chilenos eran sus colegas de las otras armas. La cena era en honor del Director de la escuela de Aviación de Chile, general Carlos Toro Mazote, quien había llegado el día anterior para una visita de estudio. Los siete militares comieron ensalada de frutas y asado de ternera con guisantes, bebieron los vinos de corazón tibio de la remota patria del sur donde había pájaros luminosos en las playas mientras Washington naufragaba en la nieve, y hablaron en inglés de lo único que parecía interesar a los chilenos en aquellos tiempos: las elecciones presidenciales del próximo septiembre. A los postres, uno de los generales del Pentágono preguntó qué haría el ejército de Chile si el candidato de la izquierda Salvador Allende ganaba las elecciones. El general Toro Mazote contestó:
Nos tomaremos el palacio de la Moneda en media hora, aunque tengamos que incendiarlo.
Uno de los invitados era el general Ernesto Baeza, actual director de la Seguridad Nacional de Chile, que fue quien dirigió el asalto al palacio presidencial en el golpe reciente, y quien dio la orden de incendiarlo. Dos de sus subalternos de aquellos días se hicieron célebres en la misma jornada: el general Augusto Pinochet, presidente de la Junta Militar, y el general Javier Palacios, que participo en la refriega final contra Salvador Allende. También se encontraba en la mesa el general de brigada aérea Sergio Figueroa Gutiérrez, actual ministro de obras públicas, y amigo íntimo de otro miembro de la Junta Militar el general del aire Gustavo Leigh, que dio la orden de bombardear con cohetes el palacio presidencial. El último invitado era el actual almirante Arturo Troncoso, ahora gobernador naval de Valparaíso, que hizo la purga sangrienta de la oficialidad progresista de la marina de guerra, e inició el alzamiento militar en la madrugada del once de septiembre.
Aquella cena histórica fue el primer contacto de Pentágono con oficiales de las cuatro armas chilenas. En otras reuniones sucesivas, tanto en Washington como en Santiago, se llegó al acuerdo final de que los militares chilenos más adictos al alma y a los intereses de los Estados Unidos se tomarían el poder en caso de que la Unidad Popular ganara las elecciones. Lo planearon en frío, como una simple operación de guerra, y sin tomar en cuenta las condiciones reales de Chile.
El plan estaba elaborado desde antes, y no sólo como consecuencia de las presiones de la International Telegraph & Telephone (I.T.T.), sino por razones mucho más profundas de política mundial. Su nombre era Contingency Plan. El organismo que la puso en marcha fue la Defense Intelligence Agency del Pentágono, pero la encargada de su ejecución fue la NavaI Intelligence Agency, que centralizó y procesó los datos de las otras agencias, inclusive la CIA, bajo la dirección política superior del Consejo Nacional de Seguridad. Era normal que el proyecto se encomendara a la marina, y no al ejército, porque el golpe de Chile debía coincidir con la Operación Unitas, que son las maniobras conjuntas de unidades norteamericanas y chilenas en el Pacífico. Estas maniobras se llevaban a cabo en septiembre, el mismo mes de las elecciones y resultaba natural que hubiera en la tierra y en el cielo chilenos toda clase de aparatos de guerra y de hombres adiestrados en las artes y las ciencias de la muerte.
Por esa época, Henry Kissinger dijo en privado a un grupo de chilenos: No me interesa ni sé nada del Sur del Mundo, desde los Pirineos hacia abajo. El Contingency Plan estaba entonces terminado hasta su último detalle, y es imposible pensar que Kissinger no estuviera al corriente de eso, y que no lo estuviera el propio presidente Nixon.
Chile es un país angosto, con 4.270 kilómetros de largo y 190 de ancho, y con 10 millones de habitantes efusivos, dos de los cuales viven en Santiago, la capital. La grandeza del país no se funda en la cantidad de sus virtudes sino en el tamaño de sus excepciones. Lo único que produce con absoluta seriedad es mineral de cobre, pero es el mejor del mundo, y su volumen de producción es apenas inferior al de Estados Unidos y la Unión Soviética. También produce vinos tan buenos como los europeos, pero se exportan poco porque casi todos se los beben los chilenos. Su ingreso per cápita, 600 dólares, es de los más elevados de América Latina, pero casi la mitad del producto nacional bruto se lo reparten solamente 300.000 personas. En 1932, Chile fue la primera república socialista del continente, y se intentó la nacionalización del cobre y el carbón con el apoyo entusiasta de los trabajadores, pero la experiencia sólo duró 13 días. Tiene un promedio de un temblor de tierra cada dos días y un terremoto devastador cada tres años. Los geólogos menos apocalípticos consideran que Chile no es un país de tierra firme sino una cornisa de los Andes en un océano de brumas, y que todo el territorio nacional, con sus praderas de salitre y sus mujeres tiernas, está condenado a desaparecer en un cataclismo.
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