Poco antes de morir, Bakunin describía a Eliseo Reclus el papel que él mismo y sus compañeros habían jugado en la gran obra del siglo XIX :
«Nuestro trabajo no se perderá —nada se pierde en este mundo—: las gotas de agua, aun siendo invisibles, logran formar el océano». A Bakunin le debemos la acuñación política de una de las últimas imágenes deslumbrantes de la libertad humana, oceánica e inabarcable.
Mijail Bakunin
Dios y el estado
ePub r1.3
Moro10.09.13
Título original: Dieu et l’état
Mijail Bakunin, 1882
Editor digital: Moro
ePub base r1.1
M IJAIL A LEKSÁNDOVICH B AKUNIN (30 de mayo de 1814-1 de julio de 1876). Fue un anarquista ruso contemporáneo de Karl Marx. Es posiblemente el más conocido de la primera generación de filósofos anarquistas y está considerado uno de los padres de este pensamiento, dentro del cual defendió la tesis colectivista y el ateísmo.
El movimiento revolucionario de 1848 le proporcionó la ocasión de entrar en una violenta campaña de agitación democrática y por su participación en la Insurrección de Dresde de 1849 se le detuvo y condenó a muerte, pena posteriormente conmutada a la cadena perpetua. Finalmente, Bakunin fue entregado a las autoridades rusas, que lo encarcelaron en la Fortaleza de San Pedro y San Pablo en 1851, donde permaneció hasta 1857, cuando fue desterrado a un campo de trabajo en Siberia.
A diferencia del marxismo, que consideraba que la política debía de crear unas condiciones sociales que permitieran al individuo vivir por encima de la opresión económica, Bakunin consideraba que la revolución tenía que empezar en la propia persona. Él establecía un orden político de individuos que conformasen comunas, que a su vez estas comunas se federaran entre sí para colaborar y que estas federaciones se federaran entre sí en confederaciones. En dicho proceso, a diferencia del marxismo, Bakunin no separa campesinos de obreros urbanos y considera que esa revolución corresponde a ambos al mismo tiempo.
Pasó sus últimos años en Suiza, viviendo en la pobreza y sin más aliento que la correspondencia que mantenía con pequeños grupos anarquistas. Por problemas de salud, ingresó en el hospital de Berna (Suiza), donde falleció en 1876. Su tumba se encuentra en el Cementerio de Bremgarten-Friedhof de Berna, Suiza, enegrecida por los humos de la cercana autopista Ginebra-Zurich. En su tumba está escrito: «Recuerda al que lo sacrifica todo por la libertad de su país.»
Notas
[5](4) He preguntado un día a Mazzini sobre las medidas que se tomarían para la emancipación del pueblo una vez que su república unitaria triunfante haya sido definitivamente establecida. «La primera medida —me dijo— será la fundación de escuelas para el pueblo.» ¿Y qué se enseñará al pueblo en esas escuelas? «Los deberes del hombre, el sacrificio y la abnegación.» ¿Pero dónde se encontrará un número suficiente de profesores para enseñar esas cosas, que nadie tiene el derecho ni el poder de enseñar si no predica con el ejemplo? El número de hombres que hallan un goce supremo en el sacrificio y en la abnegación, ¿no es excesivamente limitado? Los que se sacrifican al servicio de una gran idea, obedeciendo a una alta pasión, y satisfaciendo esa pasión personal al margen de la cual la vida misma pierde todo valor a sus ojos, ésos piensan ordinariamente en otra cosa que en erigir su acción en doctrina; mientras que los que hacen de ella una doctrina se olvidan muy a menudo de traducirla en acción, por la simple razón que la doctrina mata la vida, mata la espontaneidad viviente de la acción. Los hombres como Mazzini, en quienes la doctrina y la acción forman una unidad formidable, no son sino raras excepciones. En el cristianismo también hubo grandes hombres, santos que han hecho realmente o que al menos se han esforzado apasionadamente por hacer todo lo que decían, y cuyos corazones, desbordantes de amor, estaban llenos de desprecio por los goces y los bienes de este mundo. Pero la inmensa mayoría de los sacerdotes católicos y protestantes que, por oficio, han predicado y predican la doctrina de la castidad, de la abstinencia y de la renunciación, han desconocido generalmente sus doctrinas con sus ejemplos. Esto tiene sus motivos, es a consecuencia de una experiencia de varios siglos que se formaron en los pueblos de todos los países estos proverbios: Libertino como un sacerdote; voraz como un sacerdote; ambicioso como un sacerdote; ávido, interesado, avaro como un sacerdote. Se ha constatado, pues, que los profesores de virtudes cristianas consagrados por la iglesia, los sacerdotes, en su inmensa mayoría, han hecho todo lo contrario de lo que han predicado. Esa mayoría misma, la universalidad de ese hecho prueban que no hay que atribuir la culpa a los individuos, sino a la posición social imposible y contradictoria también en que esos individuos son colocados. Hay en la posición del sacerdote cristiano una doble contradicción. Primero la de la doctrina de la abstinencia y la de la renunciación con las tendencias y las necesidades positivas de la naturaleza humana, tendencias y necesidades que en algunos casos individuales, siempre muy raros, pueden ser continuamente rechazadas, comprimidas y aun completamente aniquiladas por la influencia constante de alguna poderosa pasión intelectual y moral; que, en ciertos momentos de exaltación colectiva, pueden ser olvidadas, y olvidadas por algún tiempo, por una gran cantidad de hombres a la vez; pero que son tan profundamente inherentes a la naturaleza humana que acaban siempre por volver a ejercer sus derechos, de modo que, cuando se les impide satisfacerse de una manera regular y normal, acaban siempre por buscar satisfacciones malhechoras y monstruosas. Ésta es una ley natural, y por consecuencia fatal, irresistible, bajo la acción funesta de la cual caen inevitablemente todos los sacerdotes cristianos y especialmente los de la iglesia católica romana. No puede afectar a los profesores de la escuela, es decir a los sacerdotes de la iglesia moderna, a menos que no se les obligue también a ellos a predicar la abstinencia y la renunciación cristianas.
Pero hay otra contradicción que es común a unos y a otros. Esa contradicción se relaciona con el título y a la posición misma del maestro. Un maestro que manda, que oprime y que explota, es un personaje muy lógico y por completo natural. Pero un maestro que se sacrifica a los que son sus subordinados por su privilegio divino y humano, es un ser contradictorio y en absoluto imposible. Es la constitución misma de la hipocresía, tan bien personificada por el Papa que, aun diciéndose el último servidor de los servidores de dios, en signo de lo cual, siguiendo el ejemplo de Cristo, hasta lava una vez al año los pies de doce mendigos de Roma, se proclama al mismo tiempo, como vicario de dios, el amo absoluto e infalible del mundo. ¿Tengo necesidad de recordar que los sacerdotes de todas las iglesias, lejos de sacrificarse por los rebaños confiados a sus cuidados, han sacrificado siempre a éstos, los han explotado y mantenido en estado de rebaños, en parte para satisfacer sus propias pasiones personales y en parte para servir la omnipotencia de la iglesia? Las mismas condiciones, las mismas causas, producen siempre los mismos efectos. Lo mismo sucederá, pues, a los profesores de escuela moderna divinamente inspirados y patentados por el Estado. Se convertirán necesariamente, unos sin saberlo, otros con pleno conocimiento de causa, en los enseñadores de la doctrina del sacrificio popular a la potencia del Estado y en beneficio de las clases privilegiadas.