Todo es movimiento irregular y continuo, sin dirección y sin objeto.
Montaigne
Este relato autobiográfico comienza la mañana en que un estudiante de bachillerato de dieciséis años decide espontáneamente, en el camino del colegio, apartarse de su vida anterior, odiosa por absurda, y tomar “la dirección opuesta”, consiguiendo en el sótano, una tienda de ultramarinos, un puesto de aprendiz, donde tiene el sentimiento liberador, y al mismo tiempo estabilizador, de llevar “una existencia útil” y participar en la vida.
Es la época que sigue a la guerra, la época de la escasez y de los cupones de alimentación, el estraperlo, las muchachas que confraternizan de buena gana con los ocupantes americanos, y los que regresan de la guerra. En el sótano, en el límite del poblado de Scherzhauserfeld de Salzburgo, el ghetto empobrecido y triste de los desposeídos, los apestados, los asociales y criminales. Bernhard aprende a conocer a todos los que la sociedad rechaza, y toma partido por esas existencias arrasadas.
Durante esa época de fascinante aprendizaje en un lugar extremo, libremente elegido, de la existencia humana, Bernhard comienza a practicar y estudiar intensamente la música después de la jornada de trabajo, y sube en verano al Mónschberg para escuchar, sentado bajo un árbol vecino a la Felsenreitschule, los ensayos del Orfeo de Gluck y de La flauta mágica de Mozart: es su descubrimiento del arte.
Con su estilo tan particular. en el que la repetición de palabras y de grupos de palabras desarrolla, a la manera de un tema musical, un pensamiento a la vez obsesivo y obsesionante, Thomas Bernhard prosigue. después de El origen. la historia de su vida, que, al igual que los autorretratos de un pintor en la serie de sus cuadros, se inserta en su obra en un lugar muy especial.
“Bernhard califica esos años de aprendizaje en el sótano como la época más importante de su vida. En ella se sentaron los cimientos de una obra literaria que, por su radicalismo, es la única en lengua alemana que puede situarse al lado de la de Samuel Beckett.” (Deutsches Allgemeines Sonntagsblatt)
Thomas Bernhard
El sótano
Un alejamiento
Autobiografía Thomas Bernhard - 2
ePub r1.0
Yorik15.07.13
Título original: Der Keller. Eine Entziehung
Thomas Bernhard, 1976
Traducción: Miguel Sáenz
Editor digital: Yorik
Primer editor: Werth (EPG)
ePub base r1.0
THOMAS BERNHARD. Poeta austriaco nacido en Heerlen, Holanda, en 1931. Hijo de un agricultor austríaco, tuvo una infancia marcada por la pobreza y la enfermedad, superada gracias a los cuidados de su abuelo materno quien lo condujo a cursar estudios secundarios en Salzburgo, donde más tarde estudió violín, canto y musicología. A partir de 1957 inició su fulgurante carrera literaria como narrador, poeta y dramaturgo, situándose como uno de los mayores escritores contemporáneos.
Su obra poética consta de importantes publicaciones contenidas en los siguientes títulos: "Así en la Tierra como en el Infierno" en 1957, "In hora mortis" en 1958, "Bajo el hierro de la luna" en 1958, "Ave Virgilio" en 1959-60 y "Los locos. Los reclusos" en 1962.
Obtuvo importantes galardones literarios, entre los que se destacan el Premio Nacional Austriaco de Literatura en 1968, el Premio Literario Internacional Mondell en 1983 y el Premio Médicis en el año de 1988.
Falleció a la edad de cincuenta y ocho años en la ciudad de Gmunden, el 12 de febrero de 1989.
A los otros hombres los encontré en la dirección opuesta, al no ir ya al odiado instituto sino al aprendizaje que me salvaría, al ir, contra toda sensatez, muy de mañana, no ya con el hijo del alto funcionario al centro de la ciudad por la Reichenhaller Strasse, sino con el oficial de cerrajero de la casa de al lado a la periferia, por la Rudolf-Biebl-Strasse, no tomando el camino a través de los jardines descuidados y por delante de las artísticas villas, al colegio de la gran y la pequeña burguesía, sino por delante del asilo de ciegos y del asilo de sordomudos y por encima de los terraplenes del ferrocarril y a través de los jardincillos de las afueras y por delante de las vallas del campo de deportes de las proximidades del manicomio de Lehen, a la Alta Escuela de los marginados y los pobres, a la Alta Escuela de los locos y de los tenidos por locos del poblado de Scherzhauserfeld, al barrio absoluto de los horrores de la ciudad, fuente de casi todos los procesos judiciales de Salzburgo, y al sótano como tienda de comestibles de Karl Podlaha, que era un hombre aniquilado y tenía un sensible carácter vienes, y que quiso ser músico y fue siempre un pequeño tendero. Los trámites de mi admisión en su establecimiento fueron de lo más breve. El señor Podlaha entró en la trastienda, en la que yo lo esperaba, y me echó una rápida ojeada y dijo que, si quería, podía quedarme en seguida, y abrió la puerta del armario y sacó uno de sus sobretodos y dijo que quizá me estaría bien ese sobretodo, y yo me puse el sobretodo, y el sobretodo, desde luego, no me estaba bien, pero podía llevarlo provisionalmente, varias veces dijo Podlaha provisionalmente, y entonces reflexionó brevemente y me llevó, a través de la tienda repleta de clientes, a la calle y a la casa de al lado, en la que estaba instalado el almacén. Allí debía barrer yo, hasta las doce del mediodía, con una escoba que mi patrón había descolgado súbitamente de la puerta del almacén y me había puesto en la mano. A las doce, él, Podlaha, hablaría conmigo de todo lo demás. Me dejó solo en el oscuro almacén, con su mezcla perversa de olores y con la humedad de todos los almacenes de comestibles, y tuve tiempo entretanto de meditar acerca de todo lo ocurrido. Yo no había dejado en paz a la funcionaría de la oficina de empleo y, en una hora, había conseguido lo que quería, un puesto de aprendiz en el poblado de Scherzhauserfeld, ocuparme de forma útil, como pensaba, entre los hombres y para los hombres. Tenía la sensación de haber escapado a uno de los mayores absurdos humanos, el instituto. De pronto sentía que mi existencia era otra vez una existencia útil. Había escapado a una pesadilla. Me veía ya rellenando de harina y manteca y azúcar y patatas y sémola y pan las bolsas de la compra, y era feliz. Me había vuelto en mitad de la Reichenhaller Strasse y había ido a la oficina de empleo y no había dejado en paz a la funcionaría. Ella me dio muchas direcciones pero, durante mucho tiempo, ninguna en la dirección opuesta. Yo quería ir en la dirección opuesta. Le di un barrido al almacén y, a las doce, cerré, como me habían encargado, y fui a la tienda del otro lado, como habíamos convenido. El señor Podlaha me presentó al dependiente (Herbert) y al aprendiz (Karl), y me dijo que no quería saber nada de mí ni sobre mí, yo sólo tenía que cumplir las formalidades y, por lo demás, hacerme útil. Realmente pronunció de pronto la palabra útil de forma espontánea, sin ningún énfasis, como si la palabra