Para Susan y Libby,
porque no existe mapa para el lugar
al que nos dirigimos
Título original: Ready Player One
Ernest Cline, noviembre 2011
Traducción: Juanjo Estrella
Editor original: Polifemo7 (v1.0 a v1.1)
Corrección de erratas: REAGAL y URKAZ (v1.2), dinocefalo (v1.3), Lihuen (v1.4) y jugaor (v1.5 a v1.6)
Notas
Un análisis detallado de esta escena revela que todos los adolescentes que aparecen detrás de Halliday son, en realidad, extras de varias películas para adolescentes de John Hughes que han sido recortados y pegados digitalmente en el vídeo.
Lo que lo rodea está sacado, en realidad, de una escena de la película Escuela de jóvenes asesinos. Parece que Halliday ha recreado digitalmente el plató de la funeraria y se ha insertado a sí mismo en él.
Un visionado posterior en alta definición revela que las dos fueron acuñadas en 1984.
En realidad, todos los asistentes son actores y extras de la misma escena del funeral de Escuela de jóvenes asesinos. Winona Ryder y Christian Slater resultan claramente visibles, y aparecen sentados al fondo.
El atuendo de Halliday coincide exactamente con el que llevaba en una foto que le tomaron en 1980, cuando tenía ocho años.
Un análisis detallado revela gran cantidad de artículos curiosos entre los montículos que componen el tesoro, entre ellos se destacan: varios ordenadores antiguos (un Apple IIe, un Commodore 64, un Atari 800 XL y un TRS 80 Color Computer 2), así como numerosos controladores de videojuegos para diversos sistemas y centenares de dados poliédricos, de los que se usaban en los primeros juegos de rol de sobremesa.
La imagen congelada de esta escena es casi idéntica a un dibujo de Jeff Easley que aparecía en la cubierta de la Guía de Dragones y mazmorras, un libro de reglas de Dragones y mazmorras publicado en 1983.
Estamos en el año 2044 y, como el resto de la humanidad, Wade Watts prefiere mil veces el videojuego de OASIS al cada vez más sombrío mundo real. Se afirma que esconde las piezas de un rompecabezas diabólico cuya resolución conduce a una fortuna incalculable. Durante años, millones de humanos han intentado dar con ellas, sin éxito. De repente, Wade logra resolver el primer rompecabezas del premio, y a partir de ese momento debe competir contra miles de jugadores para conseguir el trofeo. La única forma de sobrevivir es ganar.
Ready Player One, el impresionante debut de Ernest Cline, está revolucionando la literatura de género en Estados Unidos. Antes incluso de su publicación, convenció a la Warner Bros. de convertirlo en su próxima gran producción, a agentes y editores de medio mundo de que compraran sus derechos, y cautivó a autores de la talla de Charlaine Harris y Patrick Rothfuss, a quien, según ha confesado, le pareció un libro escrito por él mismo. Desde entonces, esta novela ha seducido a la crítica y ha alcanzado las listas de más vendidos del New York Times y Amazon.
ERNEST CLINE (Ohio, Estados Unidos, 1972) es poeta, escritor y guionista. En 2010 vendió los derechos de Ready Player One, su primera novela, a la Warner Bros., que proyecta hacer una gran producción, con el propio Cline como guionista. Los derechos de la novela se han vendido en medio mundo, después de convencer a los medios y lectores en lengua inglesa, y cautivar a autores de la talla de Charlaine Harris y Patrick Rothfuss, a quien, según ha confesado, le pareció un libro escrito por él mismo.
Actualmente, Cline vive en Austin, Texas, con su esposa, su hija y una gran colección de videojuegos clásicos.
Quienes tienen mi misma edad recuerdan dónde estaban y qué hacían la primera vez que oyeron hablar del concurso. Cuando en el canal de vídeo apareció un flash informativo anunciando que James Halliday había muerto esa noche, yo me encontraba viendo dibujos animados en mi escondite.
No era la primera vez que oía hablar de Halliday, claro. Todo el mundo sabía quién era: el diseñador de videojuegos, el creador de Oasis, el ambicioso juego online que permitía la participación de muchísimos jugadores a la vez y que, gradualmente, había evolucionado hasta convertirse en la realidad virtual en la red más visitada a diario, tanto para hacer negocios como para comunicarse y divertirse. El éxito sin precedentes de Oasis había convertido a Halliday en una de las personas más ricas del mundo.
Al principio no entendí por qué los medios de comunicación concedían tanta importancia a la muerte de aquel multimillonario. Como si los habitantes del planeta Tierra no tuvieran otras preocupaciones. La crisis energética. El catastrófico cambio climático. El hambre, cada vez más generalizada, la pobreza, las enfermedades. Media docena de guerras. Ya se sabe, lo de siempre: «perros y gatos juntos, histeria colectiva», como decían en la película Los cazafantasmas. Por lo general, los informativos no interrumpían las comedias de costumbres interactivas, ni las telenovelas, a menos que hubiera sucedido algo muy grave. Como el descubrimiento de un virus asesino o la desaparición de alguna ciudad bajo una nube atómica. Cosas así. Por más famoso que fuese, el fallecimiento de Halliday no debería de haber merecido más que una entrada breve en el informativo de la noche, para que las masas desharrapadas menearan la cabeza, muertas de envidia, cuando los presentadores pronunciaran la suma obscena de dinero que pasaría a engrosar la fortuna de los herederos del multimillonario.
Pero es que ahí, precisamente, estaba la noticia: James Halliday no tenía herederos.
Había muerto soltero, a los sesenta y siete años, sin parientes vivos y, según se decía, sin un solo amigo. Había pasado los últimos quince años de su vida en un aislamiento autoimpuesto, durante el que (si había que hacer caso de los rumores) había enloquecido por completo.
Así que la noticia bomba que dejó a todo el mundo boquiabierto, la revelación que hizo que, desde Tokio hasta Toronto, la gente se cagara en los cereales del desayuno, tenía que ver con las últimas voluntades y el testamento de Halliday, con el destino de su inmensa fortuna.
Halliday había preparado un breve mensaje de vídeo y había dispuesto que los medios de comunicación lo emitieran en el momento de su muerte. También ordenó que se enviara por e-mail una copia del vídeo a todos los usuarios de Oasis esa misma mañana. Todavía recuerdo aquel aviso electrónico, aquel sonido como de campanilla, cuando llegó a mi bandeja de entrada apenas segundos después de que hubiera oído la noticia en el informativo.
Aquel mensaje de vídeo era, de hecho, un cortometraje muy bien producido titulado Invitación de Anorak. Excéntrico como era, Halliday había mantenido a lo largo de su vida una obsesión por los años ochenta del siglo XX, la década que había coincidido con su adolescencia, e Invitación de Anorak estaba plagado de lo que posteriormente descubrí eran veladas referencias a la cultura pop de aquellos años, aunque casi todas ellas se me pasaron por alto la primera vez que lo vi.
De principio a fin duraba poco más de cinco minutos, y en los días y semanas que siguieron se convertiría en el documento audiovisual más analizado de la historia, superando incluso al del asesinato de Kennedy en Dallas, captado por Abraham Zapruder, si tenemos en cuenta el número de veces que fue estudiado fotograma por fotograma. Todos los miembros de mi generación llegaríamos a aprendernos de memoria el mensaje de Halliday, de cabo a rabo.