¿Hacienda
somos todos?
Impuestos y fraude en España
FRANCISCO DE LA TORRE DÍAZ
www.megustaleerebooks.com
A mi mujer, María José, que siempre me ha apoyado entodos los proyectos que he emprendido, y a mis hijos Fran y Álvaro, a los que les he robado el tiempo paraescribir este libro; espero que haya merecido la pena.
A todos los que se han equivocado honestamente en la gestión de esta crisis, y especialmente a aquellos a los que la crisis les ha arrebatado sus bienes, sus esperanzas o sus sueños.
Agradecimientos
A mis padres, por la enorme fe que pusieron siempre en la educación de sus hijos. Este libro es sólo uno de sus frutos.
A Fernando y María del Carmen Díaz Navarro, los dos primeros lectores del libro, por sus valiosas sugerencias.
A los muchos compañeros, inspectores, técnicos y demás personal de la Agencia Tributaria, de los que tanto he aprendido y que todas las mañanas cumplen con su obligación por complicada y dura que resulte. Especialmente se lo agradezco a los técnicos de mi equipo, María Paz Colmenarejo García y José Ignacio Martínez Castro, excelentes profesionales y que siempre me han facilitado el trabajo.
A los inspectores con los que he compartido diversas juntas de gobierno de la Asociación de Inspectores y que siempre han estado preocupados, no sólo por los intereses profesionales del colectivo, sino también por los intereses generales.
A Luis García Martín, de Thinking Heads, por liarme para escribir este libro, y a la gente de editorial Debate, por su apoyo en la publicación de esta obra.
Introducción
«Los impuestos son el precio que pagamos por la Civilización» (Oliver Wendell Holmes, juez del Tribunal Supremo de Estados Unidos); «En la selva no existen» (añadido posterior de Robert Wagner, político estadounidense).
Hace cinco siglos que Francisco de Quevedo escribía: «Miré los muros de la patria mía, / si en un tiempo fuertes, ya desmoronados, / de la carrera de la edad cansados...». Y hace cinco años que estamos oyendo la palabra «crisis» por todas partes. Además de oír hablar —y sufrir— la crisis, oímos también hablar más que nunca de paro, banca, estafa..., y también de impuestos y fraude. ¿Están relacionadas estas cuestiones? Cualquier persona mínimamente informada contestaría que sí, pero en general la información, y aún más la opinión sobre estas cuestiones, es fragmentaria y, sobre todo, está sesgada.
Los impuestos son la otra cara de la moneda de cualquier actividad pública. En los lugares donde no existe el Estado no hay impuestos, pero reina la anarquía. Esto no quiere decir que cualquier impuesto esté justificado, pero si queremos un Estado, algún tipo de Estado o actividad pública, sí tendremos que aceptar que los impuestos existen y hay que pagarlos. De hecho, la única forma de pagar la actividad pública es con impuestos, es decir, con pagos coactivos.
Efectivamente, a nadie le gusta pagar impuestos, pero es el precio por la existencia de un Estado, y, por ende, de la civilización. La cuestión de la selva es muy ilustrativa. Por ejemplo, en Somalia no hay impuestos efectivos, pero basta echar un vistazo a las noticias internacionales para saber que allí la vida no vale nada. Sin tener que llegar a esos extremos, el director general de una empresa a la que inspeccionaba me comentó una experiencia: hay muchos países en Sudamérica en los cuales nadie está seguro si no es en urbanizaciones blindadas y protegido por seguridad privada. En esos países, naturalmente, se pagan muchos menos impuestos que en Europa, pero la vida es muchísimo peor. Si uno pertenece a las clases adineradas tiene que estar protegido de los que no tienen nada. Si, por el contrario, pertenece a otros grupos sociales, su esperanza de vida es muy inferior por la ausencia de una sanidad universal. Además, el ascensor social que supone la educación muy habitualmente no funciona porque no se puede pagar. Este director general me comentaba, con buen criterio, que prefería pagar impuestos a tener que vivir en países así.
De esta realidad solemos olvidarnos en tiempos de bonanza. Incluso creemos que existen otras formas de costear la actividad pública. En realidad, todas ellas se reducen a los impuestos. De hecho, se puede emitir deuda pública, pero eso no es más que pagar con impuestos futuros. Cuando los prestamistas consideran que no es probable que se recauden estos impuestos futuros, venden los títulos de deuda o especulan contra ella; el resultado es que las primas de riesgo se disparan, y el Estado tiene cada vez más difícil su financiación.
También se puede emitir moneda para pagar los gastos. Sin embargo, la inflación es también un impuesto que pagan los que han ahorrado, y ven perder valor a sus ahorros en beneficio de los más endeudados, entre los que suele estar el propio Estado. Ahora, en la Unión Monetaria, los Estados no pueden emitir moneda, con lo que esta opción no parece posible. Aun así, las continuas reclamaciones de que el Banco Central Europeo (BCE) compre la deuda de los países periféricos no dejan de ser, camufladas, una apelación al aumento del dinero en circulación y a la financiación del Estado, supuestamente gratuita. Supuestamente, porque la actividad pública hay que pagarla siempre, y en este caso se pagaría con un impuesto a los que tienen un dinero que valdría cada vez menos.
En el fondo, nuestra crisis tiene mucho que ver con los impuestos. En primer término, el gasto en España tiene que ver con las estructuras montadas en época de bonanza, en la que se recaudaba con mucha facilidad. Los recortes que se han realizado durante la crisis se han producido como consecuencia de una caída recaudatoria derivada, entre otras cosas, del aumento del fraude. Son todas ellas cuestiones económicas, pero también cuestiones políticas. Una de las manifestaciones más evidentes del poder del Estado es determinar quién tiene que pagar impuestos y cuántos tiene que pagar. El origen de los Parlamentos democráticos está en la representación para el pago de los impuestos. La célebre máxima del parlamentarismo británico, «No taxation without Representation» («Ningún impuesto sin representación»), no sólo es una referencia histórica, sino una parte fundamental de la democracia.
Éste no es un libro político, pero no se puede hablar honestamente de impuestos sin tener en cuenta y explicar la política, porque los impuestos son una parte esencial de ella, y muchas cuestiones fiscales no se entienden sin la política. Por otra parte, no sólo estamos hablando de la Alta Política, las ideologías o, de alguna forma, la fuerza de las ideas, sino también, especialmente, de los intereses. Los impuestos los pagan personas, y grupos de personas reales, que a menudo tienen un interés directo en no pagarlos, o en que los paguen otros grupos sociales. La crónica de los impuestos en España no se puede hacer, o por lo menos no se puede hacer honestamente, sin explicar algunos de los intereses que subyacen.
Por otra parte, si hablamos de los impuestos en el mundo real, hay que hablar, y mucho, de su aplicación. Esto incluye cuestiones como el fraude fiscal, y quién se beneficia de él, y la Administración Tributaria que tenemos en España. No es lo mismo la teoría que la práctica. Tan cierto como eso, no es lo mismo la política tributaria, concebida en los despachos, que los impuestos que se pagan, y de los que se habla en la calle.
Para comenzar esta historia de los impuestos en la España de la crisis, no nos remontaremos muy atrás. Es cierto que el sistema fiscal español moderno comienza en la Transición, con las reformas de Francisco Fernández Ordóñez. Sin embargo, aunque joven, el sistema fiscal y la aplicación de los impuestos parecían haber encontrado un cierto consenso. En el decenio entre 1996 y 2007 parecía que los problemas fiscales habían quedado atrás. La Administración Tributaria española recaudaba cada vez más, con unos impuestos cada vez más bajos. Aunque había voces críticas, que hablaban de la injusticia del sistema fiscal, basadas en que pagábamos siempre los mismos, estas voces eran minoritarias. El grado de insatisfacción de los españoles con los impuestos no era elevado, que era a lo más que pueden aspirar un sistema fiscal y una Administración Tributaria.