JOHN KENNETH GALBRAITH (Ontario, Canadá, 1908 - Cambridge, Massachusetts, Estados Unidos, 2006). Procedía de una familia de origen escocés que emigró a América del Norte a finales del siglo XVIII. Graduado en agricultura por la Universidad de Toronto, en los años treinta se mudó a los Estados Unidos y obtuvo su doctorado en agricultura en la Universidad de California en Berkeley. Galbraith trabajó en el gobierno durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial. Como casi ningún economista, Galbraith defendió los controles permanentes de precios. Liberal, neokeynesiano y contrario a la sociedad de consumo, ha dedicado varios años al estudio de los problemas relacionados con el desarrollo económico y fue, desde 1972, presidente de la American Economic Association.
Es, junto con Paul A. Samuelson y Milton Friedman, uno de los pocos economistas cuyo nombre es conocido por millones de individuos en todo el mundo. Pero, a diferencia de los otros dos grandes teóricos de la economía —uno significado neokeynesiano, el otro cabeza indiscutible de la escuela monetarista— Galbraith se ha distinguido dentro del mundo norteamericano por su actitud heterodoxa desde el punto de vista académico y también ideológico. Considerado en aquel país como «liberal» —en Europa sería, salvando las distancias, un templado socialdemócrata— aparece, en la actualidad, como heredero del institucionalismo, corriente de pensamiento económico desarrollado, sobre todo, en los Estados Unidos, a finales del siglo XIX y durante la primera mitad del XX. El institucionalismo se caracterizó por su enfoque crítico del gran capitalismo industrial y financiero de esa época y por la contraposición de realidades sociales nuevas —el Estado moderno, las grandes corporaciones, las organizaciones sindicales— a los modelos teóricos de libre concurrencia de los economistas neoclásicos.
A Sylvia Baldwin,
enlace encantador y siempre competente
entre un autor y su libro
Título original: The economics of innocent fraud - Truth for Our Time
John Kenneth Galbraith, 2004
Traducción: Jordi Pascual y Luis Noriega
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Notas
[1] SUV, abreviatura de sport utility vehicle: vehículos todoterreno pesados y de grandes dimensiones que suelen consumir enormes cantidades de combustible. (N. de los t.)
[2]Reserve Officers Training Corps: el ejército estadounidense concede becas de estudio a los universitarios que acceden a participar en estos programas y recibir instrucción militar. Una vez licenciados, los participantes entran a formar parte de la reserva como oficiales. (N. de los t.)
[3]United States Strategic Bombing Survey.
¿Cómo puede ser inocente el fraude?
Nos lo explica John Kenneth Galbraith, uno de los mayores economistas del siglo XX, en este libro, una especie de “testamento intelectual” en el que nos lega una crítica radical de la economía, la política y la moralidad pública de nuestro tiempo.
Dice el profesor Galbraith que la distancia entre la realidad y la “sabiduría convencional” nunca había sido tan grande como hoy en día porque el engaño y la falsedad se han hecho endémicos. Tanto los políticos como los medios de comunicación han metabolizado ya los mitos del mercado, como que las grandes corporaciones empresariales trabajan para ofrecer lo mejor para el público, que la economía se estimula si la intervención del Estado es mínima o que las obscenas diferencias salariales y el enriquecimiento de unos pocos son subproductos del sistema que hay que aceptar como males menores.
Es decir, que nos hemos rendido totalmente ante el engaño y hemos decidido aceptar el fraude legal, “inocente”.
Pero la realidad es que el mercado está sujeto a una gestión que financian y planifican cuidadosamente las grandes corporaciones privadas. Éstas, por otra parte, ni están al servicio del consumidor ni las controlan sus accionistas, sino los altos ejecutivos, que han desarrollado una compacta burocracia corporativa responsable de escándalos financieros como los de Enron, Worldcom o Arthur Andersen. La distinción entre los sectores público y privado cada vez tiene menor sentido, porque son los grandes conglomerados empresariales quienes controlan el gasto militar y el dinero público. Lo que al anciano economista le repugna es la aceptación acrítica de un sistema que retuerce a su gusto la verdad y enaltece la especulación como fruto del ingenio, la economía de libre mercado como antídoto para todos los males del mundo y la guerra como el gran instrumento de la democracia.
John Kenneth Galbraith
La economía del fraude inocente
La verdad de nuestro tiempo
ePub r1.0
Titivillus 23.04.2021
INTRODUCCIÓN
Y NOTA PERSONAL
D URANTE cerca de setenta años, mi vida laboral ha estado vinculada a la economía, lo que incluye las varias ocasiones en que participé en las esferas pública y política y alguna incursión en el periodismo. En este tiempo he aprendido que para tener la razón y ser útil, uno tiene que aceptar la continua divergencia entre las creencias aprobadas —lo que en otro lugar he denominado sabiduría convencional— y la realidad. Sin embargo, también he aprendido algo que no resulta sorprendente: al final, es la realidad la que cuenta. Este pequeño libro es el resultado de muchos años de topar con esta distinción, de valorarla y utilizarla, y mi conclusión es que en la economía y en la política la realidad está más oscurecida por las preferencias y hábitos sociales y los intereses pecuniarios personales y colectivos, que en cualquier otro ámbito. Ninguna otra idea ha influido más en mi pensamiento, y lo que sigue es una exposición atenta de ella.
Un punto central de mi argumentación es el papel dominante de la corporación en la economía moderna y la transmisión de poder que tiene lugar en esta entidad. En la gran corporación, el poder pasa de los propietarios, los accionistas, quienes ahora ostentan el título más elegante de «inversionistas», a la dirección. Tal es la dinámica de la vida corporativa. La dirección debe prevalecer.
Mientras estaba trabajando en estas páginas estalló el escándalo Enron, un robo que contó con el inesperado apoyo y cooperación de una contabilidad corrupta. He considerado a Enron como un ejemplo de mi razonamiento, y creo que tendría que haber más en los titulares. Acaso debería estar agradecido; pocas veces un autor puede contar con semejante confirmación de lo que ha escrito. Los escándalos corporativos, como ahora se los llama, dominaron las noticias gracias a una cobertura excepcionalmente competente y detallada. Me abstendré de repetir esa información aquí y me referiré, en cambio, a las restricciones a las que la autoridad empresarial debe ser sometida. Ahora bien, esas restricciones conforman sólo una pequeña parte de la historia: es mucho lo que hay que decir sobre la enorme divergencia que existe entre la realidad y las creencias aprobadas y condicionadas en el mundo económico.
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