Rafael Nicolás Gastón
El hombre del aire libre
ePub r1.0
Readman 23.01.15
Título original: El hombre del aire libre
Rafael Nicolás Gastón, 1983
Ilustraciones: Francisco Meléndez
Retoque de cubierta: Readman
Editor digital: Readman
ePub base r1.2
C UANTO voy a narraros, no es un cuento de países lejanos ni una leyenda que se limite a divertiros. Es un suceso imaginario que os puede hacer pensar, ya que su protagonista podéis serlo algún día cada uno de vosotros.
Si miráis a vuestro alrededor podréis ver cómo la gran ciudad crece a pasos desmesurados. Ya no quedan casi plazuelas en las que podáis inventar ingeniosos juegos. El trabajo rutinario, la televisión, la preocupación por el dinero, hacen perder a la gente el ingenio, la imaginación y el amor a la naturaleza.
El hombre, rey de la creación, se construyó un enorme palacio: la gran ciudad. Pues bien, ese palacio se ha convertido en un viejo castillo que amenaza ruina. Hoy ha llegado el momento de cambiar la manera de pensar; el hombre debe dejar de creerse el rey de la naturaleza, salir de su fortaleza urbana, pasear por los bosques, escuchar las leyendas que en ellos cuentan y aprender a vivir de una forma sencilla, admirando lo hermoso que hay en sus semejantes y en el entorno que le rodea.
Tenemos que hacer una ciudad lo más parecida posible a un bosque. Plantar en ella árboles, caminar sin prisa y sin rumbo fijo admirando la hermosura de las estrellas como lo hicieran los indios de las praderas, pasear en bicicleta en vez de utilizar trastos ruidosos, escuchar el canto de los pájaros en lugar de los aparatos de radio, sonreír por la mañana a nuestros vecinos y fabricar nuestros propios juguetes y utensilios.
En este libro se cuenta la historia de un hombre que recorre los bosques de Aragón, aprendiendo aquello que normalmente la ciudad desconoce: el amor a la naturaleza y la magia que encierra.
Desearía que este libro os enseñara tres cosas:
La primera de ellas es el conocimiento de los animales, las plantas, los fenómenos naturales, rocas, ríos y montañas que se encuentran en los bosques de Aragón. Pero esto no es suficiente, no basta con saber y conocer los elementos que componen el mundo según Paracelso (agua, tierra, cielo y fuego), puesto que han sido muchas veces descritos.
Por ello, en segundo lugar, quiero que aprendáis a conocer la quintaesencia que no suelen apreciar las gentes, el espíritu de la Naturaleza, la emoción que un hombre siente al admirar el mundo, las leyendas que crea su imaginación. Sentirse iluminado al observar una flor, una montaña, una misteriosa nube; tratar como hermanos a los pájaros, al viento y a los árboles tal como hacían los indios, sentir el mensaje de los astros y las aguas, recuperar el espíritu aventurero. En resumen, descubrir el corazón del bosque.
Y por fin, la tercera: Una vez conocida la Naturaleza hay que aprender a protegerla y respetarla. La civilización moderna la está deteriorando y debemos evitar esa destrucción para lograr ser más felices. Eso es lo que habéis oído nombrar como Ecología. El vivir mucho mejor en el futuro depende de vosotros.
No quiero deciros más. Leed estas aventuras pero intentad y ved si podéis tomar algún ejemplo del sabio viajero de los bosques, el hombre del aire libre cuando escribió sus andanzas.
CAPITVLO I
Gemebundo y desconcertado, hallábame en la ciudad
O S voy a contar mi historia. Yo vivía en una ciudad muy grande y muy aburrida. Las callejas se difuminaban con el humo gris de las fábricas. Se veía el cielo muy lejos, muy arriba. La muchedumbre que transitaba la calle me llenaba de angustia. Todos tenían una mirada inexpresiva y se movían automáticamente como si hormigas fueran. Aburridos estudiantes, enfebrecidos hinchas de fútbol, ejecutivos vestidos de pingüino y mirones de televisión, iban y venían por entre los anuncios publicitarios que invitaban a comprar objetos inútiles a aquellas pobres gentes. Los niños se quedaban en sus casas puesto que en la calle el tráfico les impedía jugar.
Continuaba caminando por las aceras. No se veían músicos por las calles ni deshollinadores por los tejados. Tan solo mujeres con cara de loro, hablando de modas, gente preocupada por los exámenes o por cobrar el sueldo a fin de mes sin saber que de nada sirve la riqueza material si no va acompañada de riqueza de espíritu.
Vi la ciudad agobiante y sin imaginación y regresé a mi casa alicaído, como un sauce llorón.
CAPITVLO II
Estando solitario se me iluminó la cabeza
S ENTADO en mi cama me puse a pensar que todos me tomaban por un loco. Me subía a los árboles, hablaba con las farolas y en el trabajo me reía sin motivo y hacía pajaritas de papel. Me sentía muy solo. Como dice Hermann Hesse «yo era un lobo estepario perdido entre los demás, dentro de las ciudades, en medio de los rebaños». Pensé que no estaba loco. Era el resto de la gente la que vivía fuera de sus cabales, en un gran manicomio. Empecé a hojear en mi biblioteca los libros de aventuras que había leído cuando era pequeño y de repente una gran idea pasó por mi mente. Me iría de la ciudad y recorrería los bosques para aprender de la Naturaleza lo que la ciudad me negaba. Así que, con gran rapidez, cogí mi maleta y fui a la estación, donde tomé un furgón que me llevó hasta el Pirineo.
CAPITVLO III
De mi jubilosa entrada en el padre bosque
L LEGUÉ a un pueblecito del Pirineo situado en una hondonada del valle. Tenía unas viejas casas hechas de piedra cuadrangular. Sus habitantes hablaban en aragonés, una lengua que pervive en los recónditos valles del Pirineo y que debe conservarse por ser una derivación del latín más pura que el castellano.
Un pastor que apacentaba sus ovejas en un verde prado me indicó el camino del bosque.
Dando las gracias a aquel buen hombre tomé una tortuosa senda que subía hacia la montaña. En el umbral de la selva se respiraba un aire puro que mis pulmones agradecían. El bosque estaba adornado de los más increíbles colores, formando el más bello cuadro que jamás vi. Allí estaban los siete colores de la pócima de los druidas astrólogos: violeta, aciano, trébol, cebada, uva, salvia y muérdago. Se escuchaba el mecer de las ramas por el viento, el murmullo del arroyuelo y el canto de los pájaros formando una sinfonía que dejóme boquiabierto.
Me di cuenta de que en un lugar tan bello, de nada me servían los objetos que había traído de la ciudad. Así pues los fui abandonando por el camino y comencé a brincar saludando al bosque.
CAPITVLO IV
Los gigantes de piedra
D ESDE un promontorio observé las montañas que parecían llegar al cielo. Según la leyenda fue Hércules quien formó los Pirineos. Se cuenta que construyó un fantástico mausoleo para enterrar a Pyrene, hija del rey Tubal, una bella princesa que mató el infame Gerión, monstruo de tres cabezas, incendiando el bosque donde se escondía Pyrene al no obtener respuesta a sus anhelos amorosos.