Prólogo
Lucidez y generosidad
Si tienes este libro en tus manos no es por casualidad. Se me ocurren tres posibles razones por las cuales esto ha sucedido: la primera, porque estás entre los cientos de miles de seguidores o seguidoras de Rafael Vídac en la redes sociales; la segunda, porque alguien te ha recomendado la lectura de este libro; y la tercera, porque alguien te lo ha regalado. Pueden haber otras opciones pero, sea como sea, este libro está en tus manos por un doble ejercicio del autor: por su extraordinaria lucidez y por su inmensa generosidad, porque si tuviera que definir en dos palabras cuáles son, entre muchos otros, los valores que expresa Rafael Vídac con su pensamiento, con su sentir, con su vivir en su obra, sin duda emergerían en primer lugar lucidez o sabiduría, y en segundo, generosidad o compromiso.
Y esa lucidez y esa generosidad tienen un efecto evidente: no es casualidad que Rafael cuente con cientos de miles de seguidores en sus redes sociales. Como si de un compromiso vital se tratara, de un propósito grabado a fuego en su alma, Rafael comparte con una cadencia permanente aforismos que contienen verdad, belleza, utilidad y sentido. La lectura de sus perlas de sabiduría nos lleva a detenernos, a reflexionar, a sentir, a asentir, a aprender el oficio de vivir. Porque entre sus muchos dones, Rafael tiene el don de la síntesis. Es capaz de expresar en muy pocas palabras máximas reveladoras, verdades como puños, provocaciones amables pero contundentes, rupturas de falsas creencias, ejercicios de un sentido común tan contundente que son muy pocas las personas que tienen la capacidad de hacer lo que él hace continuamente sin dejar de sorprender a sus lectores.
Cuando se lee a Rafael se genera un despertar, una apertura interior, una sonrisa de corazón; se abren caminos, miradas, posibilidades, lecturas, sentidos. Rafael siembra semillas de buena suerte por doquier cada día y las regala a quien sepa valorar lo que le es dado. Él es una muestra clara de que la sabiduría no tiene que ver con la edad cronológica sino con la madurez anímica, y en este sentido, pese a su juventud, Rafael es un hombre sabio de alma madura.
La sabiduría no es erudición. No se llega a ella por acumulación de conocimiento, memorización de citas, estudio en profundidad de autores o memorización de bibliografías. La sabiduría no es mera información. La sabiduría es, en un primer nivel, la consecuencia inevitable de la reflexión serena, profunda y honesta sobre lo vivido, y se alimenta de la sed de verdad y de la voluntad de comprender para compartir. En un segundo nivel, es el proceso de alquimizar el sufrimiento y elevarlo en amor y creatividad, entrega y servicio a los demás. Y, aún, en un nivel más profundo, la sabiduría emerge cuando la persona, desnuda de prejuicios, de ideas heredadas, de condicionamientos adquiridos, de falsas creencias, es capaz de conectar con su «Ser», su «Atman», su «Self», su «Centro», su «Yo superior», o como se quiera llamar a la esencia espiritual que todo ser humano alberga en sí, a esa parte divina que somos, esencialmente, fuera de dogmas y creencias impuestas, más allá de vanidades, de corazas, de miedos, de egos, donde lo que «Es» se manifiesta sin tamices, prístinamente.
Y este es el regalo que nos brinda. Rafael en esta obra nos entrega un compendio formidable de sabiduría existencial en un formato amable, de fácil lectura pero que atrapa; una trama que nace como la vida: de una crisis que es desafío y oportunidad, de un maestro que ha sido alumno y que desea compartir porque eso es lo que da sentido a su existencia, de un viaje exterior que es en realidad interior. Un viaje sobre los valores que crean valor: confianza, compromiso, responsabilidad, coraje, propósito, humildad, entrega, cooperación, y tantos otros. Un viaje en el que también aprendemos cómo se forjan nuevos hábitos, cómo es posible cambiar la mirada hacia uno mismo, hacia los demás y hacia la vida. Un viaje en el que nos pone de manifiesto la gran verdad: lo que creemos es lo que creamos. Un viaje en el que nos muestra cómo mejorar la autoestima, la autoimagen y el auto-concepto. Un viaje que nos enseña a priorizar valores y objetivos. Un viaje en el que el factor común, sin duda, es el Amor. El Amor a la Vida en mayúsculas. Porque en realidad eso es lo que es Rafael, y eso es lo que refleja toda su obra: tanto la que comparte en sus brillantes micro mensajes en Twitter, pero también la que encontramos en el grueso de esta novela.
Te deseo que la disfrutes tanto como yo la he disfrutado al leerla. Te sugiero que la leas con un lápiz en la mano, sea para subrayar las estrellas de verdad que dan luz al papel y que surgen del verbo de Rafael, sea para tomar notas aparte que te ayuden a crecer.
Hace ya unos años, un querido amigo que descansa en paz, Carlos Nessi, brillante psicoterapeuta, me dijo en una conversación: «En realidad, Álex, lo que des de ti se convertirá en tu riqueza». Hoy sé que esta maravillosa sentencia que me acompaña desde entonces es también la esencia de Rafael. Paradójicamente ha escrito este bello libro El hombre más rico del mundo alguien que lo es porque se da, porque se entrega. He aquí la coherencia de esta obra, que quien la escribe, Rafael, de tanto que da es autor y a la vez merecedor de este calificativo. Gracias de corazón, Rafael.
Buena lectura, buena vida y buena suerte.
Álex Rovira
www.alexrovira.com
Prefacio
Sé que ella también está a punto de levantarse, pero salgo de la cama con cuidado para no despertarla. El alba de un nuevo día se cuela por la ventana entreabierta y me detengo unos instantes para observar su respiración reposada.
«El grandullón tenía razón —pienso con gratitud—. Resulta más fácil valorar lo que es importante en nuestra vida cuando ya lo tenemos... o cuando creemos que todo está perdido.»
Entro silencioso en el baño. Tras humedecerme el rostro, mi mirada queda atrapada en el reflejo del espejo y hago un repaso fugaz a los últimos años de mi vida. Con un suspiro de satisfacción me sonrío a mí mismo.
—Lo has conseguido, Nicolas —le susurro al gran espejo dorado—. Ni en tus más disparatados sueños hubieras imaginado que algún día serías tan inmensamente rico.
La tarjeta
Mis manos sudorosas se aferraban al volante mientras miraba por la ventanilla entreabierta del coche.
Al otro lado de la calle, la puerta de la entidad bancaria estaba todavía cerrada, pero en escasos cinco minutos, mi exjefe aparecería tras la esquina y la abriría.
Estaba completamente seguro de ello. Así había sucedido cada mañana a lo largo de los últimos años. Aquel imbécil vivía con la precisión de un metrónomo suizo y yo sabía que era algo de lo que se sentía particularmente orgulloso.
Apreté el volante con más fuerza y sentí cómo crujía el cuero bajo los dedos. Mi padre solía decir que no era buena idea tomar decisiones importantes cuando uno estaba alterado. Resultaba curioso que recordara aquello justo en ese momento. En el fondo, el hecho de que hubiera desperdiciado una gran parte de mi vida trabajando para aquel banco había sido culpa suya. Así que, alterado o no, seguramente aquel momento era tan bueno como cualquier otro para hacer una última visita a la sucursal central.
Cogí la botella de entre las piernas y le di un buen trago. Unos pocos meses atrás no me hubiera podido imaginar bebiendo ginebra a palo seco, pero era sorprendente la rapidez con la que se podía llegar a prescindir de la tónica.
Miré de reojo el reloj del salpicadero. Menos de cuatro minutos.
Iba a hacerlo.
En cuanto apareciera aquel idiota estirado saldría del coche, lo agarraría por el cuello de la camisa y entraríamos los dos ahí dentro. Seguro que no se esperaba algo así, y sería un placer ver la cara que ponía.