«Este mundo, que aparentemente ha renunciado a la seguridad de las reglas estables y permanentes, es, sin lugar a dudas, un mundo de riesgo y aventura. No puede inspirar confianza ciega; a lo sumo, quizás, el mismo sentimiento de discreta esperanza que ciertos textos talmúdicos parecen atribuir al Dios del Génesis».
Así habla Ilya Prigogine, Premio Nobel de Química en 1977 por sus trabajos en el campo de la física, concretamente por la formulación general de la termodinámica de los procesos irreversibles y, en particular, por el análisis de un nuevo estado de la materia: estructuras disipativas, o el orden por fluctuaciones. Y, en otro lugar, también de este libro, continúa:
«He tratado de destacar que, en nuestro tiempo, nos hallamos muy lejos de la visión monolítica de la física clásica. Ante nosotros se abre un universo del que apenas comenzamos a entrever las estructuras. Descubrimos un mundo fascinante, tan sorprendente y nuevo como el de la exploración en la infancia. […] Hoy en día, casi a finales del siglo, seguimos siendo incapaces de prever adónde nos llevará este nuevo capítulo de la historia humana, pero podemos estar seguros de que, con él, se abre un nuevo diálogo entre el hombre y la naturaleza».
Jorge Wagensberg, director de esta Colección Metatemas, y el propio Ilya Prigogine hicieron la selección de los diez ensayos reunidos con el título general de: «¿Tan sólo una ilusión?». Estos trabajos se sitúan entre 1972 y 1982.
Ilya Prigogine
¿Tan sólo una ilusión?
Una exploración del caos al orden
ePub r1.0
koothrapali17.02.14
Título original: ¿Tan sólo una ilusión?
Ilya Prigogine, 1983
Traducción: Francisco Martín
Ilustraciones: isytax
Editor digital: koothrapali
ePub base r1.0
Muchas personas deploran la imparable especialización de la ciencia. John Ziman, por ejemplo, advierte el inquietante éxito de la consigna: saber cada vez más, aunque de menos cosas. Una cierta (mucha) filosofía moderna se escora curiosamente en sentido inverso; tiende a convertirse en una especie de periodismo de lujo que simpatiza con el lema: saber cada vez menos pero de más cosas. Ambas tendencias tienen un límite patético: saber todo de nada —o sea nada— en el caso de la ciencia, o bien saber nada de todo —o sea igualmente nada— en el caso de la filosofía. Un vistazo al sumario del texto que presentamos es suficiente para percibir cómo el autor, Ilya Prigogine (Premio Nobel de Química 1977 por sus trabajos en física con sugerentes consecuencias en otros dominios del pensamiento), tiende una mano desde la ciencia para comprender la vida y la cultura. Digamos que ofrece alimento físico a la filosofía o bien, en nuestra particular jerga, que se mueve en un territorio genuinamente metatémico.
No se trata de usar la presentación para adelantar, elogiar o resumir el texto que sigue, pero sí convienen dos comentarios en cuanto a forma y contenido. En primer lugar, y dado el carácter de esta selección de ensayos (conferencias y artículos), el texto presenta algunas fugaces insistencias o la repetición de cierta glosa, ejemplo o anécdota. Bien, esto es más bueno que malo. Es consecuencia de la espontaneidad del material, es el equivalente de las toses y de los rumores en una grabación en directo. Son ocasionales redundancias (toda redundancia protege alguna información) que no hubiera sido lícito eliminar y que ayudan a subrayar ciertos conceptos e ideas.
El segundo comentario se refiere a la presentación del contenido. Es bien sabido que diagramas y fórmulas matemáticas no son sino las muletas del científico y suponen, entre otras cosas, una ayuda para mejorar o para hacer posible la expresión de una idea. Pero también es cierto que fórmulas y diagramas son el terror del no científico que, con sólo verlas, se hace la reflexión de «esto no es para mí». Las muletas no suelen ser armas ofensivas, pero, mientras esto no se aclare, digamos que este libro tiene dos partes. La primera parte no recurre a las matemáticas por lo que puede ser leída confiadamente por todo el mundo. Y, para aquél que esté más próximo a la ciencia, para el científico o para el esforzado y voluntarioso lector, existe también una parte segunda en la que los nuevos conceptos e ideas se presentan, desarrollan y discuten según el rigor científico. Destaquemos el capítulo noveno que contiene una buena perspectiva general de los fundamentos físicos utilizados en la primera parte.
Jorge Wagensberg.
P RIMERA PARTE
Tan sólo una ilusión
Empezaré con una anécdota del joven Werner Heisenberg,Heisenberg pone en boca de Bohr la siguiente reflexión:
«¿No es extraño cómo cambia este castillo al rememorar que Hamlet vivió en él? Como científicos, creemos que un castillo es una simple construcción de piedra y admiramos al arquitecto que lo proyectó. Las piedras, el tejado verde con su pátina, las tallas de la capilla, es lo que forma el castillo. Nada debería cambiar por el hecho de que Hamlet viviera en él y, sin embargo, cambia totalmente. De pronto, muros y almenas hablan otro lenguaje… Y, en definitiva, de Hamlet sólo sabemos que su nombre figura en una crónica del siglo XIII … pero nadie ignora los interrogantes que Shakespeare le atribuye, los arcanos de la naturaleza humana que con él nos abre, y para ello tenía que situarle en un lugar al sol, aquí en Kronberg».
Esta historia plantea sin más una cuestión tan vieja como la humanidad: el significado de la realidad.
Cuestión indisociable de otra: el significado del tiempo. Para nosotros, tiempo y existencia humana y, en consecuencia, la realidad, son conceptos indisociables. Pero ¿lo son necesariamente? Citaré la correspondencia entre Einstein y su viejo amigo Besso. En sus últimos años, Besso insiste constantemente en la cuestión del tiempo. ¿Qué es el tiempo, qué es la irreversibilidad? Einstein, paciente, no se cansa de contestarle, la irreversibilidad es una ilusión, una impresión subjetiva, producto de condiciones iniciales excepcionales.
La correspondencia quedaría interrumpida por la muerte de Besso, unos meses antes que Einstein. Al producirse el óbito, Einstein escribió en una emotiva carta a la hermana y al hijo de Besso:
«Michele se me ha adelantado en dejar este extraño mundo. Es algo sin importancia. Para nosotros, físicos convencidos, la distinción entre pasado, presente y futuro es sólo una ilusión, por persistente que ésta sea».
«Sólo una ilusión»… Debo confesar que la frase me impresionó enormemente. Creo que expresa de un modo excepcionalmente notable el poder simbólico de la mente.
En realidad, Einstein, en la carta, no hacía más que reiterar lo que Giordano Bruno escribiera en el siglo XIV y que, durante siglos, sería el credo de la ciencia:
«El universo es, por lo tanto, uno, infinito e inmóvil. Uno, digo; es la posibilidad absoluta, uno el acto, una la forma del alma, una la materia o el cuerpo, una la cosa, uno el ser, uno lo máximo y lo óptimo, lo que no admite comprensión y, aún, eterno e interminable, y por eso mismo infinito e inacabable y, consecuentemente, inmóvil. No tiene movimiento local, porque nada hay fuera de él que pueda ser trasladado, entendiéndose que es el todo. No tiene generación propia