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Chema Ferrer - HISTORIAS SECRETAS DE LA II GUERRA MUNDIAL (Spanish Edition)

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Chema Ferrer HISTORIAS SECRETAS DE LA II GUERRA MUNDIAL (Spanish Edition)
  • Libro:
    HISTORIAS SECRETAS DE LA II GUERRA MUNDIAL (Spanish Edition)
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    Upwords Media
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    2013
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HISTORIAS SECRETAS DE LA II GUERRA MUNDIAL (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación

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HISTORIAS SECRETAS

DE LA

II GUERRA MUNDIAL

Chema Ferrer

ÍNDICE

¿Cómo empezó la guerra?

En los tiempos antiguos las guerras daban comienzo de una manera clara y directa, solo les faltaban motivos, formar a la tropa y marchar a combatir, así de sencillo. Con el desarrollo de las culturas aparecieron las buenas maneras que paulatinamente se fueron incorporando al variopinto bagaje del “arte de la guerra”. A estas se le sumaron los valores caballerescos, que fueron expandiéndose y consolidándose con el transcurso de los siglos y en la mayoría de civilizaciones. Finalmente, los conflictos pasaron a ir precedidos de solemnes declaraciones de guerra mediante el intercambio de embajadores y emisarios. Pero parece que en pleno siglo XX las cosas iban a funcionar de otro modo.

Razones para inaugurar una guerra han habido muchas, cuentan que a Troya se fue a la guerra por amor, que Gengis Khan no bajó del caballo hasta que sació su personal afán de conquista, que Mahoma hizo la guerra para difundir una innovadora religión y del mismo modo hizo Rusia con su ideal revolucionario. Pero lo que hasta el momento no se había visto tan claramente era iniciar un conflicto armado impulsado por el resquemor de un pueblo, el alemán, preso de un odio avivado por su propio Estado, víctima de las perversas doctrinas nacionalistas incubadas durante la segunda mitad del siglo XIX y de las no menos perversas condiciones para la paz firmadas tras la Gran Guerra. La nación alemana había comenzado su andadura hacia la guerra con el ascenso al poder del NSDAP y de su principal dirigente, Adolf Hitler, el cual había prometido a sus generales que no desataría las furias de la guerra hasta 1945, cuando las armas y ejércitos estuvieran listos para la batalla.

La geopolítica alemana puso en marcha la doctrina del Lebensraum, el espacio vital. La raza aria había iniciado su andadura en pos de la reconquista de las tierras germánicas que le habían sido arrebatadas, así como de nuevos dominios donde asentar sus glorias venideras y su preponderancia sobre la Humanidad. Esa tierra prometida se encontraba al este y tenía como confín los Montes Urales, la linde natural entre Europa y Asia. A principios de 1939 Alemania abandona el tratado de no agresión con Polonia. Las reclamaciones territoriales eran importantes pero el irredentismo más importante fue el de la ciudad portuaria de Dantzig, covirtiéndose en el leit motiv del ataque. Los esfuerzos de la diplomacia no pudieron combatir la firme decisión germánica de una solución por medio de las armas.

Aunque la invasión de Polonia estaba calculada para el 26 de agosto de 1939, eso solo significaba que este sería el inicio oficial de la Segunda Guerra Mundial. Alemania llevaba algún tiempo anexionándose e invadiendo lo que era suyo en derecho y lo que el nacionalsocialismo pensaba que debería ser suyo. No cabe duda que Adolf Hitler, su principal pero no único responsable, no podía ni imaginar que Polonia se iba a convertir en la mecha que prendiera una conflagración que alcanzaría a casi todo el orbe.

Pero volvamos a los últimos días de agosto de 1939, los polacos conocían bien las intenciones alemanas y estaban dispuestos a mantener una guerra contra sus vecinos. El carácter polaco en aquella época todavía oscilaba entre la vanidad y el orgullo, una forma soterrada de soportar los embates a los que la historia les ha sometido. Todavía satisfechos de las glorias guerreras más próximas, cuando el general Pilsudski rechazó al Ejército Rojo a orillas del Vístula, se encontraban confiados en un ejército obsoleto que basaba su movilidad en sus flamantes batallones de caballería. Además de honor, grandeza y valentía, en pleno siglo XX hacían falta otras cosas para ganar las batallas.

Alemania prescinde de la atroz cortesía de declarar la guerra y aplica la brutal y única justificación de la fuerza. De ese modo, el verdadero comienzo de la guerra estuvo rodeado de extrañas situaciones que provocaron varios inicios fallidos, fruto de los planes urdidos por Alemania para justificarse.

Sesenta divisiones de la Wehrmacht habían tomado posiciones a una distancia prudencial de la frontera cuando a las 18:00 horas del 25 de agosto, la Cancillería recibe la noticia de que no podría recibir el apoyo militar de Italia hasta 1942. Benito Mussolini advertía que todavía no estaban preparados para asumir cualquier contingencia tras la invasión de Polonia. Acto seguido se recibe la advertencia de que Gran Bretaña y Polonia habían acordado firmar un acuerdo de asistencia mutua, lo que hacía imposible ya el deseo del Führer de que los británicos no entraran en guerra contra Alemania.

Hitler dio la orden de detener todo movimiento, pero hubo algunos que no se enteraron. Entre ellos una unidad de comandos enviados a tomar el paso de Jablunka, un lugar muy escarpado en la frontera que se encontraba controlado por un destacamento polaco y albergaba una estación de radio. La misión era secreta y lo abrupto del terreno impidió recibir las últimas órdenes. La mañana del 26 de agosto, el comando del coronel Albrecht Herzner capturó la población y su estación de ferrocarril. Esperaron hasta el mediodía la llegada de la vanguardia alemana pero esta no aparecía. Los polacos hechos prisioneros eran entorno a dos mil y no cejaban de insistir en que no sabían nada sobre la guerra. Finalmente, el coronel dio orden de retirarse discretamente. El mismo asalto se repetiría el 2 de septiembre, un día después de comenzar la invasión.

Hitler intentó nuevamente lograr concesiones irrealizables por parte de los polacos y volvió a poner fecha para la invasión definitiva, el primero de septiembre. Durante el día anterior, numerosos grupos de comandos de las SS se dedicaron a crear situaciones confusas en la frontera. A las 20:00 horas del 31 de agosto, Alfred Naujocks, un oficial de la SS, dirigió a un pequeño grupo de exconvictos disfrazados de soldados polacos a tomar la estación de radio de Gleiwitz, una población alemana de la frontera. Los asaltantes llegan al lugar y lo capturan asesinando a un supuesto soldado alemán, que en realidad era otro preso al que habían drogado y vestido como soldado. Una vez tomada la emisora, uno de los soldados lee una declaración en polaco, diciendo que es momento de que Alemania y Polonia se enfrenten. Luego, algunos miembros del comando disparan contra los convictos, son miembros de las Waffen SS que fingirán volver a Polonia dando la vuelta no más alejarse unos kilómetros del pueblo y retornando a Alemania atravesando las montañas. Los cuerpos quedan tendidos, listos para ser usados como evidencia por las autoridades y por la opinión pública testigos del ataque. Hitler ya tenía la escusa que necesitaba. Al día siguiente, a las 10 de la mañana se proclamaba en el Reichstag que a partir de las 05.45 horas de esa madrugada se había iniciado la respuesta a su invasión.

Esa fue la hora oficial del inicio de la Segunda Guerra Mundial. El encargado de llevarlo a cabo fue el acorazado Schleswig-Holstein, anclado en el puerto de Dantzig y que disparó a las 04:57 hacia los polvorines polacos de la ciudad. Pero también en esta ocasión hubo otros que se le adelantaron. Veintiún minutos antes, una escuadrilla de aviones Stuka despegó de una base de Prusia Oriental. El objetivo era atacar un puente sobre el Vístula y despejarlo de las fuerzas polacas que lo pretendían dinamitar. Aunque consiguieron su objetivo en aquel momento, horas más tarde los polacos volvían a tomar el puente y lograban volarlo. De poco les sirvió.

Otras formas de hacer la guerra

Las motas del profesor Zapp

Poco antes de la llegada de la Navidad del año 1939 la nieve había cubierto las calles de Hamburgo. Los muelles de su imponente puerto no cesaban en su febril actividad, la guerra había comenzado hacía ya cuatro meses y todo parecía correr favorablemente para el Reich de los mil años.

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