Norma Cuellar - Historias del septimo sello
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- Libro:Historias del septimo sello
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- Año:2015
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Historias del septimo sello: resumen, descripción y anotación
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NOVELA Para AJEM INDICE
La inmortalidad había muerto con él. Y así andaba ahora el mundo, privado de ese cuerpo visitado, y de esa visita. Nos habíamos equivocado por completo. El error se propaló por todo el universo, el escándalo. A partir del momento en que él estaba muerto, todo debía morir después.
Marguerite Duras, El AmanteACTA DE FUNDACIÓN DE MONTERREY
En el nombre de Dios Todopoderoso... yo, Diego de Montemayor,
en nombre de Su Majestad Real el Rey Don Felipe Nuestro Señor,
hago fundación de ciudad metropolitana
junto a un monte grande y ojos de agua que llaman Santa Lucía...
y se ha de intitular e intitule
la Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey...
y en fe y testimonio de verdad lo otorgué y fundé
en el Valle de Extremadura, Ojos de Santa Lucía,
jurisdicción del Nuevo Reyno de León,
en veinte días del mes de septiembre de mil quinientos y noventa y seis...
Ansiaba trabajar en la sección policiaca de algún periódico al terminar la carrera: mi escritor favorito, Antonio Parra, había sido reportero de nota roja y quería seguir sus pasos. Me gradué de Comunicación y, luego de varios años en empleos sin chiste, por fin me llamaron para una entrevista en el importante diario En Exclusiva, ya advertida del miserable salario del periodista. Mi novio, al conocer mis sueños “llenos de sangre”, me mandó a volar en un Pollo Loco.
Viernes, octubre 19Ese día, en un taxi, descubrí unos condones usados en el saco celeste de una de mis roomies y que el conductor también los había visto, porque me hizo una serie de propuestas indecentes. Llegué al edificio neogótico entre las calles Zaragoza y Washington, en el centro de Monterrey, a las 12:30 horas. Al cruzar la puerta automática del lugar se me rompió un tacón, mi cara se estrelló contra el suelo. Las oficinas del inmueble estaban dispuestas de manera que desde el primer piso hasta el altísimo techo existía un gran espacio vacío. Decenas de personas atestiguaron mi entrada. Ni puse atención a Humberto Martínez, el director editorial; mi barbilla chorreaba cera de pintalabios mezclada con sangre. Sólo escuché el sueldo… miserable. El fin de semana busqué en internet fotos y videos de muertos en mi depa ubicado en la colonia Tecnológico. También estudié el Manual de Estilo del diario, con temas como Ética, Presentación, Citas Textuales, Atribuciones.
Lunes, octubre 22 / primera semana de trabajoLa madrugada del lunes ni dormí, por la ansiedad. Vi la tele de la sala esquivando los codazos de Liz, una de mis compañeras de departamento, y de un cubano, quienes se besuqueaban sin saber de la existencia de la palabra pudor. Planché un traje sastre de color rosa. A las 08:35 horas entré a las instalaciones del periódico, donde sólo estaba un vigilante. Al rato llegó un hombre trajeado como buscando a alguien; yo intentaba esconder la cabeza en la gran barra de mármol de la recepción.
—¿Jasminder Chapa? —él era, precisamente, el fulano que me había desvirgado años atrás, para nunca volver.
—Así es… mucho gusto —estreché su mano, fingiendo demencia sexual.
—Fabián Garza, mucho gusto. Vamos a tomar un carro de sitio, ¿me acompañas?
—¿No deberías estar desflorando jovencillas, Fabián? —imaginé decir; en vez de eso dije “¿A dónde vamos?”
—Al 7 Eleven de Padre Mier y Constitución —contestó, al subirnos a un taxi—. Ahí nos quedamos hasta que nos avisen en dónde decidió acampar la muerte. Este aparato se llama scanner, capta frecuencias de radio de la Policía. A veces nos llama la Cruz Verde o Protección Civil… si está muy tranquilo nosotros los contactamos. Anota las claves policiacas: 12 ubicación, 3 urgencia, 10 novedad, 19 accidente vial, 27 camión de pasajeros, 28 vehículo, 50 persona peligrosa, 51 muertito, 55 lesionado, 58 delito sexual, 59-A arma blanca, 59-B arma de fuego, 69 artefacto explosivo...
Tomé apuntes mientras un chofer de la empresa maniobraba un Tsuru sobre boyas y pozos. A veces miraba de reojo la entrepierna del fulano, recordando aquella penetrante noche. Entramos al 7 Eleven. —¿Y luego, Jas ? —él buscaba unas donas—. Qué raro, una mujer en nota roja…
—Pues ya ve... me interesa más que un concierto de Paulina Rubio — sorbí un Café Select.
—La gente cree que los peores accidentes ocurren de noche — encendió un cigarro cuando salimos de la tienda de conveniencia— pero no. Los peores ocurren de día, cuando la gente se va a trabajar, y en carretera.
Desayunamos comida chatarra en el auto.
El scanner sonó a eso de las 11:00 horas. Fuimos hasta San Nicolás de los Garza, por una señora navajeada por su esposo borracho. En Escobedo un hombre fue detenido por vender tachas. En Guadalupe vi un hombre electrocutado: mi primer 51, ¡y no me desmayé! Me gustó la adrenalina de ir de un lado a otro a toda velocidad, conocer gente. El turno de andar en la calle llegó a su fin a las 17:00 horas. Todavía faltaba convertir mis garabatos en documento electrónico, descargar las fotografías —o gráficas, como ahí les decían— a la computadora, estrenar mi cubículo. Volví a la redacción con el fulano. —Creo que nada más hoy vamos a estar juntos —advirtió el motherfucker, y le clavé una mirada de fuck you: Humberto, mi jefe, me había prometido una semana con mi “entrenador”. Ya sola me percaté de algo: cuando llegaba a algún incidente, según esto a toda prisa, éste ya había sido reportado por… el fulano. ¿Se estaba portando amable, o me creía una inútil? Miraba con malicia trabajadores sobre andamios, quise propiciar 55’s para cubrirlos yo y nomás yo.
De martes a sábado chequé tarjeta después de entregar notas tan relevantes como “Alcantarilla hedionda mortifica a vecinos”, “Cirujano deja incontinente a transexual”. Nada salió a imprenta. Y desde el martes comencé a vestir de negro de pies a cabeza, aunque me la pasara en la calle, bajo el sol regiomontano que se ha ganado a pulso puras mentadas de madre. Pasé todo el domingo pensando cómo ganarle al fulano.
—¿Por qué no te lo coges otra vez? —recomendó Liz.
—Sí, quiere otro revolcón, es todo su pedo —Fernanda, mi otra roomie, se pintaba las uñas— unas mamaditas, y ya.
—¿Por qué creen que todo se arregla cogiendo? —grité—: ¡Cerdas! —Llámales a todos los que le llamen a él, toda horny, para que te avisen a ti primero, ¿no puedes inventar algo? —Fernanda entró al baño— ¡Pinche escritora chafa!
Me acosté, harta de todo y todos, mareada por las siete cheves flotando en mi sistema. El lunes, tempranito, iba a aplastar a Fabián, quien de seguro era un haragán, de esos periodistuchos que saliendo del jale cruzaban la calle y se quedaban en el Café Nuevo Brasil hasta la madrugada, presumiendo el no dormir, exhibiendo las ojeras y los dientes amarillos como condecoraciones de guerra, pisteando como cosacos y fumando Raleigh como chacuacos, escuchando la XHAW, la estación de radio más deprimente, o poniendo las canciones del loser de Joaquín Sabina —a quien llamaban Sabina, a secas— en la rockola, hablando de siluetas de 51’s dibujadas con gis en el suelo como si fueran cualquier cosa, con cara de “been there, done that”. Fabián el haragán. Sonaba bien.
Me las arreglé para estar en mi lugar de trabajo antes de las 09:00 horas.
—¡Jasminder! — exclamó Humberto, sorprendido por mi puntualidad—. ¿No hablaste con Fabián Garza?
—¿El haragán? — soñé decir; recapacité—: no, voy lleg… —Ah, ¿no te dijo? —carraspeó—: mmm... Jasminder, mejor te voy a mandar al turno vespertino… ¿cómo ves?
Despido precoz. Eso de “ mejor te voy a mandar…” no podría significar otra cosa.
—No, pues… está bien —disimulé mi tristeza— ¿a qué horas vengo, entonces?
—A las 18, perdón por no avisarte con tiempo.
Volví a casa.
—¿Por qué tan tempra? —balbuceó Liz mientras le daba un blowjob a un güey.
—Nada… me cambiaron a la tarde.
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