Zygmunt Bauman (Poznan, Polonia, 1925) es profesor emérito de Sociología en las universidades de Leeds y de Varsovia. Ha enseñado Sociología también en Israel, Estados Unidos y Canadá, entre otros países. Su extensa obra, referida a las problemáticas sociales y a los modos en que pueden ser abordadas en la teoría y en la práctica, lo ha convertido en uno de los principales referentes en el debate sociopolítico contemporáneo. Entre otros reconocimientos, ha sido galardonado con el Premio Europeo Amalfi de Sociología y Ciencias Sociales (1992), el Theodor W. Adorno (1998) y el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades (2010).
Gran parte de su vasta obra ha sido traducida a distintas lenguas. El Fondo de Cultura Económica ha publicado: La globalización. Consecuencias humanas (1999); En buscade la política (2001); Modernidad líquida (2002); La sociedad sitiada (2004); Amorlíquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos (2005); Vida de consumo (2007), y Daños colaterales. Desigualdades sociales en la era global (2011).
La cultura
en el mundo
de la modernidad
líquida
Sección de Obras de Sociología
Traducción:
Lilia Mosconi
Zygmunt Bauman
La cultura
en el mundo
de la modernidad
líquida
Primera edición en inglés, 2011
Primera edición en español, 2013
Primera edición electrónica, 2013
Diseño de tapa: Juan Pablo Fernández
Imagen de tapa: Johann Jaritz
Foto de solapa: © Peter Hamilton
Título original: Culture in a Liquid Modern World, de Zygmunt Bauman ISBN de la edición original: 978-0-7456-5355-6
Publicado por Polity Press en 2011
Esta edición se publica por acuerdo con Polity Press Ltd., Cambridge
Traducido del polaco al inglés por Lydia Bauman
© 2011, Zygmunt Bauman
D. R. © 2013, Fondo de Cultura Económica Argentina, S. A.
El Salvador 5665; C1414BQE Buenos Aires, Argentina
fondo@fce.com.ar / www.fce.com.ar
D. R. © 2013, Fondo de Cultura Económica España, S. L.
Vía de los Poblados 17, 4° - 15, 28033 Madrid
editor@fondodeculturaeconomica.es
www.fondodeculturaeconomica.es
D. R. © 2013, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.
Empresa certificada ISO 9001:2008
Comentarios:
Tel. (55) 5227-4672
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.
ISBN 978-607-16-1740-8 (ePub)
978-607-16-1782-8 (mobi)
Hecho en México - Made in Mexico
Índice
I. Algunas notas sobre las peregrinaciones históricas del concepto de “cultura”
SOBRE LA BASE de estudios realizados en Gran Bretaña, Chile, Hungría, Israel y Holanda, un equipo de trece miembros dirigido por el respetado sociólogo de Oxford John Goldthorpe llegó a la conclusión de que ya no es posible diferenciar fácilmente a la elite cultural de otros niveles más bajos en la correspondiente jerarquía mediante los signos que otrora eran eficaces: la asistencia regular a la ópera y a conciertos, el entusiasmo por todo lo que en algún momento se considere “arte elevado” y el hábito de contemplar con desprecio “lo común, desde las canciones pop hasta la televisión comercial”. Ello no equivale a decir que ya no existan personas consideradas —en gran medida por ellas mismas— integrantes de una elite cultural: verdaderos amantes del arte, gente que sabe mejor que sus pares no tan cultivados de qué se trata la cultura, en qué consiste y qué se juzga comme il faut o comme il ne faut pas —apropiado o inapropiado— para un hombre o una mujer de cultura. Excepto que, a diferencia de aquellas elites culturales de la modernidad, ya no son “connoisseurs” en el sentido estricto de menospreciar el gusto del hombre común o el mal gusto de los ignorantes. Por el contrario, hoy resulta más apropiado calificarlos de “omnívoros”, recurriendo al término acuñado por Richard A.
Peterson, de la Vanderbilt University: en su repertorio de consumo cultural hay espacio para la ópera y también para el heavy metal y el punk, para el “arte elevado” y también para la televisión comercial, para Samuel Beckett y también para Terry Pratchett. Un mordisquito de esto, un bocado de aquello, hoy una cosa, mañana otra. Una mezcolanza… de acuerdo con Stephen Fry, autoridad en tendencias de la moda y faro de la más exclusiva sociedad londinense (así como estrella de exitosos programas televisivos). Fry admite públicamente:
Una persona puede ser fanática de lo digital y a la vez leer libros; puede ir a la ópera, mirar un partido de críquet y reservar entradas para un recital de Led Zeppelin sin partirse en pedazos… ¿Te gusta la comida tailandesa? ¿Pero qué tiene de malo la italiana? Epa, calma. Me gustan las dos. Sí, se puede. Me puede gustar el rugby, el fútbol y los musicales de Stephen Sondheim. El gótico victoriano y las instalaciones de Damien Hirst. Herb Alpert & The Tijuana Brass y las obras para piano de Hindemith. Los himnos ingleses y Richard Dawkins. Las ediciones originales de Norman Douglas, y además los iPods, el billar inglés, los dardos y el ballet…
O bien, tal como lo enunció Peterson en 2005 sintetizando veinte años de investigación:
“Observamos un deslizamiento en la política de los grupos de elite, desde aquella intelectualidad esnob que desdeña toda la cultura baja, vulgar o popular de masas […]
hacia la intelectualidad omnívora que consume un amplio espectro de formas artísticas populares así como cultas”. En otras palabras, ninguna obra de la cultura me es ajena: no me identifico con ninguna en un cien por ciento, de manera total y absoluta, y menos 11
aún al precio de negarme otros placeres. En todas partes me siento como en casa, a pesar de que (o quizá porque) no hay ningún lugar que pueda considerar mi casa. No se trata tanto de la confrontación entre un gusto (refinado) y otro (vulgar), como de lo omnívoro contra lo unívoro, la disposición a consumirlo todo contra la selectividad melindrosa. La elite cultural está vivita y coleando: hoy está más activa y ávida que nunca… pero está tan ocupada siguiendo hits y otros eventos culturales célebres que no tiene tiempo para formular cánones de fe o convertir a otros.
Aparte del principio de “no ser puntilloso, no ser quisquilloso” y “consumir más”, no tiene nada que decir a la multitud unívora que está en la base de la jerarquía cultural.
Y sin embargo, como se lee en una obra de Pierre Bourdieu de hace apenas unas décadas, hubo un tiempo en que cada oferta artística estaba dirigida a una clase social específica, y solo a esa clase, en tanto que era aceptada únicamente —o primordialmente
— por esa clase. El triple efecto de aquellas ofertas artísticas —definición de clase, segregación de clase y manifestación de pertenencia a una clase— era, de acuerdo con Bourdieu, su esencial razón de ser, la más importante de sus funciones sociales, quizás incluso su objetivo oculto, si no declarado.
Página siguiente