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Zygmunt Bauman - Modernidad y Holocausto

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Zygmunt Bauman Modernidad y Holocausto
  • Libro:
    Modernidad y Holocausto
  • Autor:
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    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2016
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Modernidad y Holocausto: resumen, descripción y anotación

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El Holocausto no fue un acontecimiento singular ni una manifestación terrible - photo 1

El Holocausto no fue un acontecimiento singular, ni una manifestación terrible pero puntual de un «Barbarismo» persistente, fue un fenómeno estrechamente relacionado con las características de la modernidad. El Holocausto se gestó y se puso en práctica en nuestra sociedad moderna y racional, en una fase avanzada de nuestra civilización y en un momento culminante de nuestra cultura, es, por lo tanto, un problema de esa sociedad, de esa civilización y de esa cultura.

«Un libro profundo, brillante… de lectura altamente recomendada» Political Studies

«De planteamiento amplio y análisis penetrante, conmovedor como exige el asunto tratado, logra mantener la distancia reflexiva de la que se desprenden nuevos y más certeros conocimientos» Tunes Higher Education Supplement.

Modernidad y Holocausto obtuvo el Premio Europeo Amalfi de Sociología y Teoría Social del año 1989.

Zygmunt Bauman Modernidad y Holocausto ePub r15 Titivillus 160216 Título - photo 2

Zygmunt Bauman

Modernidad y Holocausto

ePub r1.5

Titivillus 16.02.16

Título original: Modernity and the Holocaust

Zygmunt Bauman, 1989

Traducción: Ana Mendoza

Diseño de cubierta: Titivillus

Editor digital: Titivillus

Colaboración especial: NuncaNada

ePub base r1.2

ZYGMUNT BAUMAN Nació en Poznan Polonia en 1925 Tras la invasión nazi su - photo 3

ZYGMUNT BAUMAN Nació en Poznan Polonia en 1925 Tras la invasión nazi su - photo 4

ZYGMUNT BAUMAN. Nació en Poznan, Polonia, en 1925. Tras la invasión nazi, su familia se refugió en la zona soviética y Bauman se alistó en el ejército polaco, que liberaría su país junto a las tropas soviéticas. Fue miembro del Partido Comunista hasta la represión antisemita de 1968; la consiguiente purga le obligó a abandonar su puesto como profesor de filosofía y sociología en la Universidad de Varsovia. Desde entonces ha enseñado sociología en Israel, Estados Unidos y Canadá, y es profesor emérito en la Universidad de Leeds. Autor de una obra abundante, en la que destacan libros fundamentales de la sociología contemporánea como Modernidad y holocausto o Modernidad líquida, Bauman ha alcanzado en estos últimos años el reconocimiento que merece un intelectual de su talla y trayectoria. Ha sido galardonado con el Premio Amalfi de Sociología y Ciencias Sociales (1992) y el Theodor W. Adorno (1998).

Notas Prólogo

[1] David G. Roskies, Against the Apocalypse: Response to Catastrophe in Modern Jewish Culture. Harvard University Press: Cambridge (Mass.), 1984, pág. 252.

[2] Cynthia Ozick, Art and Ardour. Dutton: Nueva York, 1984, pág. 236.

[3] Comparar con Steven Beller, «Shading Light on the Nazi Darkness», Jewish Quarterly, Invierno 1988-9, pág. 36.

[4] Janina Bauman, Winter in the Morning. Virago Press: Londres, 1986, pág. 1.

PRÓLOGO

Después de escribir su historia personal, tanto en el gueto como huida, Janina me dio las gracias a mí, su marido, por soportar su prolongada ausencia durante los dos años que invirtió en escribir y recordar un mundo que «no era el de su marido». Lo cierto es que yo escapé de ese mundo de horror e inhumanidad cuando se expandía por los rincones más remotos de Europa. Y, como muchos de mis contemporáneos, nunca intenté explorarlo después de que se desvaneciera de la tierra y dejé que permaneciera entre los recuerdos obsesionantes y las cicatrices sin cerrar de aquéllos a los que hirió y vistió de luto.

Evidentemente, tenía conocimiento del Holocausto. Compartía esta imagen del Holocausto con muchas personas, tanto de mi generación como más jóvenes: un asesinato horrible que los malvados cometieron contra los inocentes. El mundo se dividió en asesinos enloquecidos y víctimas indefensas junto con algunas personas que ayudaban a esas víctimas cuando podían, aunque casi nunca fuera posible. En ese mundo los asesinos asesinaban porque estaban locos, eran malvados y estaban obsesionados con una idea loca y malvada. Las víctimas iban al matadero porque no podían competir con un enemigo poderoso y fuertemente armado. El resto del mundo sólo podía observar, perplejo y agonizante, sabiendo que solamente la victoria final de los ejércitos aliados en la coalición antinazi pondría fin al sufrimiento humano. Con todos estos conocimientos, mi imagen del Holocausto era como un cuadro convenientemente enmarcado para distinguirlo de la pared y subrayar su diferencia del resto del mobiliario.

Cuando leí el libro de Janina, empecé a pensar en todo lo que no sabía o, mejor dicho, en todas las cosas sobre las que no había recapacitado debidamente. Empecé a comprender que no entendía realmente lo que había sucedido en «ese mundo que no era el mío». Lo que había ocurrido era demasiado complicado como para que se pudiera explicar de esa manera sencilla e intelectualmente consoladora que yo ingenuamente suponía suficiente. Me di cuenta de que el Holocausto no sólo era siniestro y espantoso, sino que además era un acontecimiento difícil de entender con los términos al uso. Para poder comprenderlo había que describirlo con un código específico que, previamente, se debía establecer.

Yo deseaba que los historiadores, los científicos sociales y los psicólogos lo establecieran y me lo explicaran. Exploré los estantes de las bibliotecas y los encontré repletos de meticulosos estudios históricos y de profundos tratados teológicos. También había algunos estudios sociológicos, hábilmente documentados y escritos con agudeza. Las pruebas que habían acumulado los historiadores eran abrumadoras en volumen y contenido. Sus análisis, profundos y sólidos. Demostraban más allá de cualquier posible duda que el Holocausto es una ventana, no un cuadro. Al mirar por esa ventana se vislumbran cosas que suelen ser invisibles, cosas de la mayor importancia, no sólo para los autores, las víctimas y los testigos del crimen, sino para todos los que estamos vivos hoy y esperamos estarlo mañana. Lo que vi por esa ventana no me gustó nada en absoluto. Sin embargo, cuanto más deprimente era la visión más convencido me sentía de que si nos negábamos a asomarnos todos estaríamos en peligro.

Y, no obstante, yo no había mirado por esa ventana antes, y en eso no me diferenciaba del resto de mis compañeros sociólogos. Al igual que muchos de mis colegas, daba por sentado que el Holocausto había sido, como mucho, algo que los científicos sociales teníamos que aclarar, pero en absoluto algo que pudiera aclarar las actuales preocupaciones de la sociología. Creía, por exclusión más que por reflexión, que el Holocausto había sido una interrupción del normal fluir de la historia, un tumor canceroso en el cuerpo de la sociedad civilizada, una demencia momentánea en medio de la cordura. Así, podía crear para mis estudiantes un retrato de una sociedad cuerda, saludable y normal y dejar la historia del Holocausto a los patólogos profesionales.

Nuestra suficiencia, la mía y la de todos mis colegas, se apoya, aunque a excusa, sobre ciertas maneras en las que se ha utilizado el recuerdo del Holocausto. Con demasiada frecuencia, se ha sedimentado en la opinión pública como una tragedia que les ocurrió a los judíos y sólo a ellos y que, en consecuencia, requería de todos los demás remordimiento, conmiseración y acaso disculpas, pero poco más. Una y otra vez, tanto los judíos como los no judíos lo habían narrado como propiedad única y exclusiva de los primeros, como algo que había que dejar para los que escaparon de los fusilamientos o de las cámaras de gas y para sus descendientes, quienes lo guardarían celosamente. Las dos actitudes, la «externa» y la «interna», se complementaban. Algunos (autoproclamados) portavoces de los muertos llegaron al extremo de avisar contra los ladrones que se confabulaban para arrebatar el Holocausto a los judíos, para «cristianizarlo» o simplemente para disolver su carácter genuinamente judío en una «humanidad» tristemente indiferenciada. El Estado judío intentó utilizar los recuerdos trágicos como el certificado de su legitimidad política, como salvoconducto para todas sus actuaciones políticas pasadas y futuras y, sobre todo, como pago por adelantado de todas las injusticias que pudiera cometer. Todas estas actitudes contribuyeron a que el Holocausto se afianzara en la conciencia pública como un asunto exclusivamente judío y de poca importancia para todos los demás (los judíos individualmente considerados también) que nos vemos forzados a vivir nuestro tiempo y a pertenecer a la sociedad moderna. Un amigo mío, muy culto y reflexivo, me descubrió hace poco, en un destello, lo peligrosamente que se había reducido el significado del Holocausto a trauma personal y reivindicación de una nación. Estábamos hablando y yo me quejaba de que en el campo de la sociología no había encontrado muchas referencias a las conclusiones de importancia universal que se derivan de la experiencia del Holocausto. «Es realmente sorprendente», me contestó mi amigo, «sobre todo, si tenemos en cuenta la gran cantidad de sociólogos judíos que hay».

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