Alicia Méndez - El colegio
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- Libro:El colegio
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- Editor:Penguin Random House Grupo Editorial Argentina
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Alicia Méndez
El Colegio
La formación de una elite meritocrática
en el Nacional Buenos Aires
Sudamericana
A Fernando
Durante parte de los seis años que llevó la investigación, que dio lugar a mi tesis de doctorado y luego a este libro, conté con una beca de la Universidad de Buenos Aires. Esa misma institución me ofreció mi primer trabajo como docente universitaria, y allí me gradué como licenciada en Ciencias de la Comunicación y como magister en Comunicación y Cultura, en este último caso también gracias al financiamiento de la universidad pública. Sé que tengo una deuda de gratitud de por vida con esa institución transida de dificultades, compleja y empeñosamente igualitaria.
Para la realización de este trabajo he contado con la dirección de la doctora Rosana Guber. Agradezco profundamente que alguien que practica su arte, el de los maestros, haya aceptado enseñarme con tal generosidad el oficio de la etnografía. Ella es una de ellos, trabajadora, paciente y sabia, ese tipo de seres que ve y escucha con claridad aquello que a los aprendices solo nos cabe conjeturar.
Este libro no existiría sin el gesto generoso de más de cincuenta egresados del Colegio Nacional de Buenos Aires (CNBA), que accedieron a contarme y mostrarme qué ha significado para ellos haber pasado por esa instancia de formación. Quiero transmitirles mi más profundo agradecimiento, aunque cuestiones de ética profesional me impidan mencionarlos por su nombre.
Realicé la investigación con fuentes primarias en el CNBA una vez sorteado un trámite burocrático que se extendió por meses. Jorge López, quien el primer día de trabajo en el archivo de la institución me adoptó amistosamente —del mismo modo en que lo hicieron Pedro Luisi y Alberto Maldonado—, me abrió las puertas no solo a los datos allí disponibles sino a su enorme sapiencia sobre las materias más diversas que involucraron la historia de ese colegio por los últimos cincuenta años. Por eso y por haber perdido a alguien tan inusualmente generoso, alegre y curioso, lamenté y lamento mucho su repentina muerte.
A lo largo del trabajo de investigación he recibido valiosas sugerencias de Juan Carlos Torre, Monique de Saint Martin, Mariano Plotkin, Enrique Garguin y Alicia Bernasconi. Gabriel Kessler se ha mostrado siempre disponible e interesado en lo referido a mi investigación, gesto que valoro y agradezco. He tenido muy en cuenta, para la conversión a libro, los comentarios que Fernando Balbi, en su carácter de jurado, ha vertido sobre mi tesis; agradezco su rigurosa y lúcida lectura.
Otros colegas y amigos como María Eugenia García, Patricia Vargas y Carlos Masotta me hicieron sentir a gusto en instancias de encuentro de un gremio —el de los antropólogos— al que no pertenezco. Matías Landau, Sabina Di Marco, Guillermo Mastrini, Mariano Mestman y Omar Lavieri ayudaron mucho a que el proyecto de realizar mi investigación se concrete.
En este libro hay huellas de las gratas charlas, de a cuatro o más, con Aurora Schreiber y Gastón Burucúa; María Inés Silberberg y Carlos Altamirano, y María Marta García Negroni y Darío Roldán.
Máximo Badaró tuvo el gesto de enviarme avances de sus tesis y trabajos inéditos sin conocerme. Paula Bruno y Maru Mendizábal me facilitaron materiales que, de otro modo, me hubieran resultado inaccesibles. Silvana Meta ayudó mucho como experta traductora al inglés.
En el transcurso de esta investigación conté con la ayuda y el afecto de amigos como Florencia Costa, Silvia Méndez, Daniel Mundo, Yamila Samán y Diana Fernández Irusta, con quien nos reencontramos en el último tiempo. Mi prima Susana Crespo y su marido, Fernando Gradaschi, me dieron valiosa información sobre el ingreso en el Buenos Aires; otro tanto hizo Verónica Pena. Gloria Pampillo me animó desde un principio a pensar que la investigación y la escritura podían ser un destino vital para mí. Huguito Correa Luna, Analía Reale, Irene Klein y Carolina Bruck han estado, por fortuna, cerca de mí para sostener afectuosamente ese proyecto; también, la querida y recordada Maite Alvarado.
Mis padres, mis hermanos, mis sobrinos y mis primos son generadores de una tranquilidad, una dicha y una fuerza indetenibles para mí, aunque sospechen en diverso grado de qué se trata el trabajo que hago.
Hace ocho años, un historiador dijo en un almuerzo académico en el que la conversación giró hacia el tema del Colegio Nacional de Buenos Aires que “alguien tiene que educar a la elite”. Me llevó ese tiempo comprender los sentidos que se abren en torno de esa frase. No estoy segura de que esa tarea se haya simplificado por el hecho de compartir desde entonces mi vida con ese hombre que, además, es egresado del Colegio. Creo que ese dato biográfico permite al menos comprender la razón por la que pienso que este libro fue escrito a causa de, en diálogo con y, a veces, pese a Fernando.
¿Cómo se explica que en la Argentina, un país en el que, aunque erosionadas, persisten fuertes creencias en el igualitarismo, sea posible que una institución como el Colegio Nacional de Buenos Aires (CNBA) —que constituyó desde su formación un modelo educativo meritocrático formador de elites— se mantenga emblemática hace ya casi ciento cincuenta años pese a las discontinuidades institucionales, las confrontaciones político-ideológicas y los cambios a menudo abruptos en sus doctrinas educativas?
Ese es el principal interrogante que organiza este libro sobre una institución que resulta un referente en el proceso de formación de jóvenes en la Argentina, desde la Generación del 80 hasta Montoneros.
En 1865, Mitre reorganizó a los colegios nacionales en consonancia con su voluntad modernizadora. Entre ellos, el CNBA, caracterizado por un reclutamiento a grandes rasgos abierto, cuyo producto fue un alumnado diverso en términos sociodemográficos y étnicos, se valió para constituirse como una institución de referencia, de un sistema muy restrictivo en términos de permanencia y pertenencia.
En este libro me detendré a mostrar una conclusión interpretativa que elaboré a partir de los recuerdos de las distintas instancias por las que pasaron los ex alumnos: el ingreso, el primer día de clases, la permanencia en la institución y los diferentes tipos de encuentro —formales e informales, previstos y azarosos— llevados a cabo por los condiscípulos a lo largo de la vida, por medio de los cuales incorporaron o reforzaron actitudes y competencias y, a su vez, establecieron lazos, construyeron identidades y delimitaron alteridades. También atenderé a la relación entre sus cursos de acción y las circunstancias propiciatorias que formaron parte de la vida profesional de los ex alumnos. En ese sentido, intentaré establecer las conexiones entre el Colegio y otras instituciones políticas y culturales argentinas en distintos momentos, siguiendo la trayectoria de hombres —no ingresaron mujeres hasta 1959, a excepción de algunas a principios del siglo XX— que fueron conformando, en esos trayectos y de manera continuamente negociada, programas, perspectivas estéticas, lecturas, modos de encarar el saber y expectativas sobre la vida profesional. Siendo esas mis preocupaciones, los sujetos de mi investigación fueron aquellos egresados ya insertos en la vida profesional —entiendo a los becarios de posgrado como personas que forman parte de la profesionalización de la vida intelectual—, recorte que no incluyó a estudiantes universitarios y secundarios actuales.
La idea del CNBA como colegio de elite involucra un circuito que excede a las familias, los conocidos y los amigos de los alumnos de los colegios universitarios situados en la Capital Federal. Personas no necesariamente egresadas de la institución de la calle Bolívar confluyen en una valoración del Colegio que lo ubica en el corazón mismo de nuestra nacionalidad. Se trata de una versión que se fundamenta en los testimonios de figuras de la vida política y cultural del último siglo. Ricardo Rojas, rector de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en la década de 1920 —un personaje rico en heterodoxias, colaborador de
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