Busto de Heródoto.
N OTICIA SOBRE H ERÓDOTO
Biografía
N UESTRA información sobre la vida de Heródoto es muy escasa: sólo el artículo correspondiente de la Suda, y prácticamente nada más. Dionisio de Halicarnaso, un gramático que ejerció en Roma durante el imperio de Adriano, en su biografía de Tucídides, 5, dice escuetamente: «Heródoto de Halicarnaso nació poco antes de las guerras médicas y vivió hasta la época de la guerra del Peloponeso», y se sintió como un ciudadano de tal ciudad. Pero, indudablemente, regresó a Atenas, pues el lugar V, 77 asegura que se encontraba en la ciudad después de la reconstrucción de la Acrópolis, en el 432.
Heródoto fue un incansable viajero, lo cual es determinante para su actitud como historiador. Los escritos de sus antecesores en el género no podían enseñarle gran cosa, aunque los aprovechó en la medida de lo posible (Hecateo de Mileto, Janto), pero la investigación —trataremos el tema— de que habla al principio de su obra es un trabajo personal, un acopio de datos in situ. Sus estancias en los centros culturales y políticos del mundo antiguo fueron prolongadas, viajó por tierra por todos los países griegos y llegó por mar y por tierra a los países más alejados, al mar Negro, al Bósforo Cimerio, más cerca a Chipre, Egipto, Cirene, Tiro. Recorrió Egipto de punta a punta, y el vasto imperio persa desde la costa hasta Susa, la capital. El saber adquirido en sus viajes se refleja en la primera parte de su obra, mientras que en la segunda, en que se historia básicamente Grecia, depende de informadores nativos de las mismas ciudades griegas, y también de su trato con los hombres de Estado más distinguidos que le fueron contemporáneos; ya se ha hablado de Pericles.
La obra de Heródoto no nos permite fijar con justeza su ideología, sus preferencias políticas. En Homero la idea de realeza, de monarquía, de mando, viene expresada por los términos basileús, anax y eventualmente koiranos. Esta última palabra ofrece la particularidad de tener un cierto parecido con otro término que en Homero no aparece, tyrannos, su abstracto correspondiente es tyrannís. El primero de los términos griegos citados es antiquísimo: ya aparece en las tablillas micénicas (siglos XVI - XV a.C.), y en la Ilíada precisamente del rey de Micenas, Agamenón, se dice que es «señor (anax) de hombres», acentuando probablemente el componente militar de su categoría de monarca.
Homero desconoce los términos tyrannos, tyrannís, prueba evidente de que en la época homérica tal forma de gobierno no existía: donde no hay la palabra no hay el concepto recubierto por ella. Desde la óptica homérica sería una forma atípica de gobierno, porque afirma la novedad de un caudillo surgido al margen de la institución para defender reivindicaciones populares o intereses de clase, lo cual en tierras de griegos se dio tarde. Además los términos tyrannos y tyrannís no parecen de extracción griega; los filólogos han insistido en el origen anatolio del término, por el sufijo -annos que presenta. Lo cual parece confirmarse por la historia, porque el primer tirano conocido es Giges, tirano de Lidia, un protagonista muy tempranero de la Historia de Heródoto. El término tyrannís sale por primera vez en Arquíloco y significa simplemente «dominio», sin ninguna connotación peyorativa; en el polo opuesto estarían Platón, Gorgias, 519b, «donde mande un tirano feroz e ineducado», y Sófocles Edipo Rey 873: «La soberbia engendra al tirano.»
El uso de la palabras tyrannos en Heródoto ocupa un espacio intermedio entre ambas concepciones, y su uso es más bien equívoco: se podría, en algún caso, sospechar que en nuestro historiador aflora germinalmente la figura retórica llamada más tarde variatio. El artículo de Edmond Lévy citado en la nota en Heródoto es algo equívoco, como digo. No se puede dudar de que la conceptualidad que abraza a ambos términos es en Heródoto en principio peyorativa: Telis, rey de los sibaritas, es llamado tirano por sus adversarios crotoniatas (V, 44); el mismo profesor Lévy cita bastantes casos perfectamente homologables a éste. Hasta aquí la cosa quedaría clara.
Frente al rey —prosigue Lévy— cuya autoridad parece ejercerse sobre hombres, el tirano lo es de un territorio. Las razones de ello son de origen histórico: la tiranía como forma de gobierno procede del Asia Menor.
Los reyes. Del persa Astiages, llamado sistemáticamente «rey», se dice que murió sin hijos varones y que legó la tiranía (!) a su hija (I, 109). Jerjes es llamado sistemáticamente «rey de los persas», pero cuando marcha contra Grecia confia la tiranía de Persia a su lugarteniente Artábano (VII, 52). Todo lo cual indicaría que Heródoto veía en los reyes persas unos gobernantes al estilo de los tiranos, que les llamaba «reyes» porque tal era su título, pero que cuando esto no le constreñía decía lo que pensaba.
Pero hay otros casos que no se ajustan a esta explicación. Precisamente de Argantonio, Heródoto nos dice (I, 163) que era rey de Tartesso, tiranizada (!) por él durante ochenta años; la historia se repite: lo mismo que Hitler en la Alemania de los años treinta.
Pero hay una serie de personajes que son llamados indistintamente, en un mismo contexto, «rey» y «tirano»: Ardis, el hijo de Giges (I, 15-16). A Creso se le llama «rey» sistemáticamente, pero en I, 6 se dice de él que ejercía la tiranía de los pueblos de más acá de la región del río Halis. Es más: en I, 7 se llama a Candaules tirano de Sardes, último rey (o monarca) de Sardes que pertenece a los heraclidas.
Pienso que en el fondo los conceptos de realeza (o monarquía) y tiranía tal como aparecen en Heródoto son bastante equivalentes, ambivalentes, y que su uso en un caso o en otro depende de condicionamientos impuestos por la institución correspondiente, por las costumbres de la región, etc., pero que en otros casos Heródoto, libre digamos de presiones externas, recurre ad libitum a cualquiera de los dos términos; está más lejos del término inferior señalado por los ejemplos aducidos de Platón y de Sófocles que del mundo homérico, en el que la idea de gobierno es un caudillaje ejercido legalmente sin atender a otras explicaciones ni razones. Heródoto está en el mismo principio de las ideas políticas que incorporó Grecia: la ciudad ideal de Platón (poco convincente ciertamente) y el desarrollo de la Política de Aristóteles serán la culminación. Su posición es una evolución natural a partir de Homero, condicionada por la multiforme realidad política que él mismo como historiador vivió, sin el desarrollo, por supuesto, que obras como el diálogo platónico El político o la misma ciudad ideal de Platón presupondrán.
La obra de Heródoto
Heródoto tomó de Homero la variedad dialectal en que éste, por razones obvias e ineludibles, redactó la epopeya, el jonio. Pero Homero escribió su Ilíada