Herodoto - Los Nueve Libros De La Historia Libro I Clio
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Los nueve libros de la historia, escritos por Heródoto de Halicarnaso (484a.C. - 425a.C.) en el año 444 antes de Cristo, son considerados una obra cumbre de la antigüedad, tanto por la veracidad de su contenido como por la descripción que encierra de las costumbres prevalecientes en las culturas persa y griega. Relata el desarrollo de las denominadas guerras médicas entre griegos y persas cuya conclusión marca el inicio del apogeo griego y el principio del fin de la hegemonía persa en el mundo antiguo.
Cada capítulo o libro de esta magna obra lo dedicó su autor a cada una de las nueve musas, por lo que el contenido de cada libro debe de entenderse en relación al significado de la musa a quien está dirigido.
La obra abarca tanto los antecedentes de la pugna bélica entre persas y griegos como las campañas militares emprendidas. Paralelamente, como ya lo hemos apuntado, Heródoto, quien fuese bautizado por Cicerón como el padre de la historia, redondea su obra mediante utilísimas descripciones de costumbres y cosmogonias propias de las culturas inmersas en el conflicto. Así, quien se adentre en la lectura de Los nueve libros de la historia, rápidamente entenderá el férreo determinismo a que se creían sujetas estas culturas otorgándole un inusitado primerísimo lugar a las artes adivinatorias, lo que presuponía una mentalidad reducida a un inalterable fatalismo. El papel de las pitonisas y de los oráculos es magistralmente descrito. Asimismo, la despiadada manera en como el poderoso podía disponer de la vida de sus súbditos es detallada en muchos pasajes de la obra. También, de seguro llamarán la atención del lector, costumbres como ésa de que al fallecer una persona, se tenía como obligación el que sus allegados, amistades y familiares organizacen un convite para comérselo; o otra como la relativa a que a la muerte de un principal, todas sus esposas y esclavos eran sacrificados para ser incinerados con él o, en su defecto, enterrados. De similar forma, llamará la atención la dureza de la normatividad jurídica prevaleciente, que implicaba terribles penas corporales.
En fin, acercarse a Los nueve libros de la historia, constituye un dinámico, positivo y enriquecedor ejercicio. La obra, ciertamente, es de extensa dimensión, por lo que es aconsejable ir leyendo libro por libro sin prisas, para poder saborear y aprovechar toda la riqueza que transmite y, también, todo el gozo que genera.
LIBRO PRIMERO
CLÍO
Esta es la exposición de las investigaciones de Heródoto de Halicarnaso, para que no se desvanezcan con el tiempo los hechos de los hombres, y para que no queden sin gloria grandes y maravillosas obras, así de los griegos como de los bárbaros, y, sobre todo, la causa por la que se hicieron guerra.
Entre los persas, dicen los doctos que los fenicios fueron los autores de la discordia, porque, después de venir del mar Erítreo al nuestro, se establecieron en la misma región que hoy ocupan, y se dieron desde luego a largas navegaciones. Afirman que, transportando mercancías egipcias y sirias, llegaron, entre otros lugares a Argos (y en ese tiempo Argos sobresalía en todo entre las ciudades de la región que ahora llamamos Grecia); una vez llegados hicieron muestra de su carga; al quinto o sexto día de su llegada, vendido ya casi todo, concurrieron a la playa muchas mujeres, y entre ellas la hija del rey. Dicen que su nombre era el mismo que le dan los griegos: Ío, hija de Ínaco; que, mientras se hallaban las mujeres cerca de la popa de la nave, comprando las mercancías que más deseaban, los fenicios, exhortándose unos a otros, arremetieron contra ellas; la mayor parte escapó, pero Ío fue arrebatada con otras; la llevaron a la nave y partieron, haciéndose a la vela para Egipto.
De este modo, y no como cuentan los griegos, dicen los persas, Ío llegó a Egipto, y éste fue el principio de los agravios. Cuentan que después, ciertos griegos (cuyo nombre no saben referir) aportaron a Tiro, en Fenicia, y robaron a la hija del rey, Europa: sin duda serían cretenses. Así quedaron a mano, pero después los griegos fueron los culpables del segundo agravio; porque, llegaron por mar en una nave larga hasta Ea, en la Cólquide, y el río Fasis, y allí, después de haber logrado los demás fines por lo~que habían venido, robaron a Medea, la hija del rey. El rey de los calcos envió a Grecia un heraldo para pedir satisfacción del rapto y reclamar a su hija. Los griegos contestaron que ni habían dado los asiáticos satisfacción del rapto de Ío, ni por consiguiente la darían ellos.
Dicen que, en la segunda generación, enterado de estos agravios Alejandro, hijo de Príamo, quiso tener mujer raptada de Grecia, seguro de que no había de dar satisfacción, pues tampoco la habían dado aquéllos. En efecto, cuando robó a Helena, los griegos acordaron enviar primero embajadores para reclamar a Helena, y para pedir satisfacción del rapto; pero, al declarar su embajada, les echaron en cara el rapto de Medea y el que, sin haber dado satisfacción ni haber hecho devolución, reclamaban la mujer y querían que se les satisficiese.
Dicen, pues, que hasta aquí no hubo más que raptos mutuos; pero que en lo sucesivo, los griegos tuvieron gran culpa, por haber empezado sus expediciones contra Asia primero que los persas contra Europa; que, en su opinión, robar mujeres es a la verdad cosa de hombres injustos, pero afanarse por vengar a las robadas es de necios, mientras no hacer ningún caso de éstas es propio de sabios, porque bien claro está que, si ellas no lo quisiesen, nunca las robarían. Los pueblos del Asia, añaden los persas, ninguna cuenta hicieron de estas mujeres raptadas, pero los griegos, a causa de una mujer lacedemonia, juntaron gran ejército, pasaron al Asia, y destruyeron el reino de Príamo. Desde entonces, siempre tuvieron por enemigos a los griegos, pues los persas miran como propias, al Asia y a las naciones bárbaras que la pueblan, y consideran a Europa y a los griegos como cosa aparte.
Así pasaron las cosas, según cuentan los persas, y encuentran que la toma de Troya fue el origen de su odio para con los griegos. Pero, en cuanto a Ío, no están de acuerdo con ellos los fenicios, porque dicen que no la llevaron a Egipto por vía de rapto, que se unió en Argos con el patrón de la nave; y que cuando advirtió que estaba encinta, por vergüenza que sentía de sus padres, partió voluntariamente con los fenicios, para no quedar en descubierto.
Así lo cuentan al menos los persas y los fenicios. Yo no voy a decir si pasó de este o del otro modo. Pero, después de indicar quién fue, que yo sepa, el primero en cometer injusticias contra los griegos, llevaré adelante mi historia, reseñando del mismo modo los estados grandes y pequeños. Pues muchos que antiguamente fueron grandes han venido después a ser pequeños, y los que en mi tiempo eran grandes fueron antes pequeños. Persuadido, pues, de que la prosperidad humana jamás permanece en un mismo punto, haré mención igualmente de los unos y de los otros.
Creso era de linaje lidio e hijo de Aliates, tirano de los pueblos que moran más acá del río Halis, el cual, corriendo desde el Mediodía entre los sirios y los paflagonios, va a desembocar en el mar llamado Euxino. Este Creso fue, que sepamos, el primero entre los bárbaros que sometió algunos pueblos griegos, haciéndolos tributarios, y que se ganó la amistad de otros. Sometió a los jonios, a los eolios y a los dorios del Asia, y se ganó la amistad de los lacedemonios. Antes del reinado de Creso todos los griegos eran libres, ya que la expedición de los cimerios que marchó contra la Jonia, anterior a Creso, no fue conquista de ciudades, sino pillaje con ocasión de correrías.
El poder, que era de los Heraclidas, pasó a la familia de Creso, llamada de los Mérmnadas, de este modo. Era tirano de Sardes Candaules, a quien los griegos llaman Mirsilo, descendiente de Alceo, hijo de Heracles. En efecto: Agrón, hijo de Nino, hijo de Belo, hijo de Aleeo, fue el primero de los Heraclidas que llegó a ser rey de Sardes; y Candaules, hijo de Mirso, el último. Los que reinaban en ese país antes de Agrón eran descendientes de Lido, hijo de Atis; por lo cual todo ese pueblo se llamó lidio, llamándose antes meonio. De éstos recibieron el mando por un oráculo los Heraclidas, descendientes de Heracles y de una esclava de Jardano. Reinaron durante veintidós generaciones, por quinientos cinco años, sucediendo el hijo al padre hasta Candaules, hijo de Mirso.
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