I
Introducción
II
La religión en el presente
III
El canon de las grandes religiones
IV
Religión y política
V
Religión y revolución
VI
Religión, filosofía y ciencia
1. DIOS Y YO
El hombre corriente, la mayor parte del género humano que vive inmerso en las preocupaciones inmediatas y la banalidad cotidiana, se formula alguna vez las mismas preguntas últimas que desvelan a filósofos y científicos sobre la existencia de Dios, el origen y el fin del hombre: ¿De dónde venimos y adónde vamos? ¿Adónde nos lleva todo esto? ¿Por qué soy como soy? ¿Por qué he nacido y por qué debo morir? Los más perspicaces suman otros interrogantes: ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Por qué existe el mundo tal cual es? ¿Por qué el mal? ¿Cómo se conoce la realidad? ¿Qué hay allá afuera? ¿El tiempo es irreversible? ¿Es concebible un ser incondicionado, infinito y absoluto? ¿Qué papel ocupa el individuo en lo inconmensurable del universo?
En escritos anteriores he tratado temas referidos a la vida cotidiana, a la historia o a la política, pero siempre, aunque implícitos y dispersos, aparecían los problemas de la existencia humana; intentaba hacer sociología filosófica o filosofía sociológica. Claro está que esta visión no puede prescindir de la religiosidad: las preguntas últimas son comunes a la filosofía y a la religión, aunque las respuestas sean distintas; además es insoslayable que la historia social, política, económica y cultural está entremezclada con la historia de las religiones.
L IBROS Y LECTORES
La unidad entre algunos de mis ensayos tiene la intención, tal vez desmedida, de esbozar una síntesis totalizadora. Esto me obliga a ser reiterativo porque no puedo saber qué recuerda el lector de mis libros anteriores si es que los ha leído. El más atento tendrá la impresión de cierta familiaridad ante alguna página, aunque con agregados y modificaciones y en un contexto distinto que dará un significado nuevo a las reiteraciones.
Sócrates decía que prefería conversar a escribir porque los libros repiten siempre lo mismo. Creo, por el contrario, que con cada relectura se descubre algo nuevo. El paso del tiempo que todo lo transforma, con los recientes acontecimientos, las nuevas lecturas y reflexiones; la misma idea, el mismo tema cambia porque el lector ya no es el mismo que fuera; conscientemente o no, deviene un recreador del texto, un cambio en la continuidad. Una lectura atenta no es un acto meramente pasivo, quien lea como el espectador de arte es un creador a su manera, en una relación múltiple que contempla no solo la del lector con el autor, sino la de ambos consigo mismos y con todos los que participan de la actividad solitaria y a la vez compartida de la lectura.
Escribo para disuadir, para convencer de que mi interpretación es, no diré la verdadera, pero sí la más adecuada aunque siempre expuesta a ser modificada por nuevos descubrimientos, por distintas experiencias. Algunos de mis críticos me reprochan no tanto las repeticiones sino las contradicciones sin percatarse de que solo el que no piensa, no cambia y permanece inmutable, aferrado a su pasado, se resiste a la crítica de su error.
Otra complicación que encontró el autor y tal vez advertirá el lector es la estructura del libro: temas comunes a todas las religiones —por ejemplo su reacción ante la sexualidad— pero que no pueden dejar de reiterarse cuando se trata de cada credo en particular. En estos casos no hay otra escapatoria que acudir a la gastada muletilla de “como dijimos antes” o “como diremos luego” según el orden en que aparezca la repetición.
Relacionado con este dilema aparece otro, y es la decisión aparentemente contradictoria entre haber estructurado el texto según los hechos concretos y la cronología histórica en algunos momentos y en otros, en cambio, preferir el contenido inmanente del tema, dejando de lado el orden de los acontecimientos y atento al procedimiento interdisciplinario y multidisciplinario que el carácter dual del tema requería.
También me adelanto a las críticas de historiadores académicos muy rígidos que reprochan a los biógrafos detenerse en anécdotas de la vida personal de sus personajes, distrayendo de su obra o quitándoles el aura de grandes hombres para verlos en pantuflas por el agujero de la cerradura. Asimismo, advierten que el historiador descendería al lugar del valet. Sin embargo, desde Vidas paralelas, de Plutarco, creador de la biografía histórica, hasta los mejores biógrafos contemporáneos recurren a aspectos aparentemente nimios pero que ayudan a conocer la psicología, el carácter moral y el comportamiento del personaje, así como el contorno y la época en que debió actuar. De este modo se devela el hombre de carne y hueso detrás de la estatua de mármol, se descubren sus debilidades humanas más allá de la falsa retórica de la hagiografía o el discurso celebratorio. A imitación de estos antecesores me atreveré a buscar lo significativo en lo insignificante cuando analice a grandes personalidades históricas, desde Jesús al papa Francisco.
T EOLOGÍA ENTRE FILOSOFÍA, SOCIOLOGÍA Y TEORÍA POLÍTICA
Contra el antisistematismo y el fragmentarismo posmoderno, creo que el pensamiento debe ser sistemático porque existe una continuidad de la historia; pero como no hay un “fin de la historia”, debe ser un sistema abierto, cambiante, inconcluso, consciente de lo que aún se desconoce y, por lo tanto, autocrítico. La realidad nunca se agota, no se puede trazar la raya ni hacer la síntesis final antes de tiempo.
Una de las preocupaciones predominantes en mis escritos ha sido la relación entre el individuo y la sociedad, que remite, a su vez, a la relación entre la humanidad y el universo, y lleva a las preguntas fundamentales sobre el ser en general, sobre el sentido del ser de todas las cosas, sobre la fundamentación de los valores. Estos temas pertenecen a la filosofía, más especialmente a la metafísica, término desprestigiado por el pensamiento moderno que la vincula con lo sobrenatural, lo espiritual, lo religioso, y la ha sustituido por el secularizado de ontología, una metafísica desteologizada.
Este estudio de la religión me obligó a deslizarme en una doble perspectiva: histórica y filosófica. La historia se orientó a la filosofía de la historia y esta, a su vez, a una historia universal, de raíz hegeliana, que espantará a los hiperespecialistas. El propio Weber mandó despectivamente al cine a los buscadores de “panoramas”.
La filosofía, por su parte, es dirigida, en esta obra, hacia una cosmovisión. Weltanschauung era una palabra fetiche al comienzo del siglo pasado y hoy está casi excluida de los libros “serios” de filosofía. “Historia universal” y “cosmovisión” son dos conceptos modernos y por eso rechazados por el paradigma de los posmodernos que niegan incluso su legitimidad académica. Los lectores de mis libros saben que, conscientemente, van contra la corriente. Corro el riesgo de ser estigmatizado como un fundamentalista ilustrado; yo preferiría más bien ser un fundamentalista del antifundamentalismo.
Tal vez encuentre una forma de conciliación con los posmodernos, en su consideración de otras disciplinas sumadas a las clásicas. Además incursiono con desparpajo en las ciencias duras al interesarme por la llamada “ciencia del todo” que procura la unificación de lo más pequeño con lo más grande del universo y que, en cierto modo, se uniría a la filosofía “cosmovisionaria” en su búsqueda de respuestas al principio de todas las cosas.
La teología cree que las preguntas últimas le pertenecen con exclusividad y coincide sin proponérselo con el error simétrico de cientificistas y positivistas que limitan la ciencia exclusivamente al mundo material, a las ciencias naturales, con menosprecio de las ciencias humanas que no ofrecen un conocimiento duro, exacto. No todos los científicos, sin embargo, piensan así; tanto los clásicos Galileo o Newton como los modernos Einstein o Schrödinger se preocuparon por la fundamentación filosófica de sus teorías científicas.