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Bird, la biografía de Charlie Parker - Ross Russell

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Bird, la biografía de Charlie Parker - Ross Russell: resumen, descripción y anotación

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BIRD ROSS RUSSELL BIOGRAFIA DE CHARLIE PARKER INTRODUCCION Una de las cosas más - photo 1
BIRD
ROSS RUSSELL

BIOGRAFIA DE CHARLIE PARKER

INTRODUCCION

Una de las cosas más inexplicables sobre América es que a pesar de tener un perfil detestable, sigue albergando mucha belleza. Quizá, como han dicho muchos pensadores, sea precisamente por su vileza o adversidad que tal belleza existe. (¿Como balance?)

LeRoy Jones, Black Music

Los amantes de la música de Charlie Parker tenemos una deuda, y de alguna manera Charlie también la tuvo en su momento, con Ross Russell, autor de este libro. Fue precisamente Russell, productor y propietario del sello discográfico independiente Dial, quien le dio la posibilidad, y muchas veces le obligó, de grabar más de cien obras', muchas de las cuales han quedado en esa suerte de memoria colectiva documentada que son las grabaciones; las de Dial están entre sus más significativas. Algunas son obras maestras. Los años más densos de aquella vinculación, que también fue amistad, hermandad, comunidad espiritual, fueron 1946 y 1947. En ese período Russell produjo y Parker interpretó una música que sigue siendo objeto de culto, admiración y estudio. Aquellas placas desperdigadas tuvieron que esperar más de veinticinco años para ser recogidas orgánicamente, en formato de L.P. Quien esto escribe tuvo la primera aproximación a la música de Parker a través de aquellos entrañables discos de 78 r.p.m. que no resistían las caídas ni los préstamos a amigos tibiamente curiosos.

Como todos los artistas del jazz que crearon su música antes de la invención del LP, Parker tuvo que sujetarse al formato máximo de 3 minutos o 3 minutos y 20 segundos. En aquellas placas condensadas hay horas difícilmente superables, muchas veces citadas, admiradas con devota fidelidad, reverenciadas con justicia. Charlie Parker murió el 12 de marzo de 1955. La frase «Bird Lives!» apareció entonces, a modo de graffiti, en las calles de Nueva York; aún hoy puede uno encontrárselo si circula atento a las paredes. Opina Leonard Feather que el sobrenombre de Bird o Yardbird (pájaro de corral) «es un término de la jerga militar que define a un individuo particularmente incapaz. Un término que nace, precisamente, para indicar su condición de inadaptado, de no integrado en la sociedad que lo circunda». Cuando Charlie Parker murió nacía el hard bop, un estilo que derivaba del suyo y que se apoyaría sobre todo en la posibilidad de extensión de los solos. Era la primera época del LP, la alta fidelidad y toda una serie de ingenios que nos han sido donados para el deleite, pero también para la anestesia y el recogimiento en la superficialidad.

Charles Christopher Parker, nacido el 29 de agosto de 1920, es uno de los mayores artistas que ha dado Estados Unidos. El jazz, aunque generalmente se ignora, es la única forma de arte auténticamente norteamericana. Esta evidencia no parece ser muy apreciada por una moral siempre vigente que vio en artistas como Parker (Parker como emblema, y no solamente como músico de jazz) la parte sucia de su cara limpia. Charlie Parker fue drogadicto, bulímico, alcohólico y tenía problemas mentales más o menos recurrentes. Estas características, que él nunca se ocupó de esconder, son en una sociedad de la abundancia y con vocación cosmética, de mayor peso que cualquier forma de arte. Charlie estaba destinado a no ser una gloria nacional ni motivo de orgullo colectivo. Cuando murió no había cumplido los 35 años. El médico que firmó el acta de defunción aseguró que bien podía tratarse de un hombre de 55 mal llevados. Su último acto vital fue un ataque de risa frente al televisor; eso le produjo un colapso y murió. Estaba pasando unos días de reposo en casa de una amiga rica y blanca, una baronesa llamada Nica, protectora de los músicos negros, a quien se le han dedicado algunas composiciones meritorias.

A mediados de los años cuarenta Charlie Parker fue coprotagonista y, finalmente, la figura más destacada del jazz. Nunca antes de él y de la revolución del bebop se habían producido tantas novedades estéticas, profundas y formales en el campo de esta música; nunca volverían a producirse, al menos de tanta entidad y en un período tan corto de tiempo. Cambios posteriores, como por ejemplo el free-jazz de los sesenta, no tuvieron la perdurabilidad referencial de las mutaciones puestas sobre la mesa por Parker, Dizzy Gillespie y Thelonious Monk. Ross Russell narra minuciosamente, casi a modo de crónica, cómo fue aquello. No conoció a Charlie Parker en su infancia y juventud pero tiene fuentes veraces y, con honestidad, trabaja sobre ellas. No es aventurado afirmar que el propio biografiado le suministró una gran cantidad de material anecdótico. Podemos imaginar interminables charlas nocturnas con un Parker divagante y un Russell riguroso, curioso y fiel.

Cuando Charlie Parker tenía veinticinco años era ya el músico de jazz más admirado por sus colegas, pero era un hombre que caminaba hacia una muerte prematura: fumaba tabaco desde los diez años, a los catorce comenzó con la marihuana y a los quince se inyectó por primera vez heroína, la puta sustancia que destruye a los chicos de periferia, a los negros, a los marrones, a los rubios llegados últimos, a los presos, a los olvidados. Pero Charlie Parker era un hombre con una fortaleza física extraordinaria, y además creía firmemente que podía dejarlo cuando quisiera. Nunca pudo más que reemplazarlo por alguna otra basura. A los veinte años ya era un maestro absoluto en su instrumento, el saxofón alto; conocía perfectamente la armonía, que había estudiado por su cuenta, y era dueño y señor de una sonoridad potente, elaborada y definida: su propia voz, a través de la cual expresaría su visión del mundo y nos ayudaría a comprendernos a nosotros mismos un poco más. Era un artista.

Poco tiempo después sus colegas lo observaban como a un héroe, como a una especie de líder espiritual, algo que él siempre evitó ser. Cuentan sus amigos que vivía aterrorizado ante la idea, muy difundida entre los músicos de jazz, pero también entre artistas de otras disciplinas que lo admiraban, de que la heroína era la verdadera causa de su talento. Algunos cayeron ingenuamente en el hábito: el caso más patético fue el del trompetista Red Rodney, pero ni Miles Davis ni Dex-ter Gordon escaparon de ese prejuicio autodestructivo. Otro admirador suyo, el trompetista Chet Baker, murió en 1988 sin haber podido extirpar de sí el deseo permanente de heroína; cayó de la ventana de un hotel; algunos opinan que fue defenestrado por traficantes impagados. Alguna vez Baker contó que debía el hábito a aquella idea de «Parker más heroína igual a genio». Charlie Parker no era un profeta ni un guía, para él sus compañeros músicos no eran más que eso: compañeros de ruta. Siempre los escogió con cuidado, tenían que estar a la altura de las circunstancias, es decir a su altura. Como escribe Arrigo Polillo: «...sólo en eso puede Charlie Parker ser considerado un líder; los grupos que reunió alrededor suyo estuvieron guiados por la concepción musical que se manifestaba a través de sus solos, y se imponía con prepotencia». Durante los años de la posguerra reinó en solitario y no hubo nadie que pudiera hacerle sombra, ni Thelonious Monk, ni Dizzy Gillespie, ni los dos grandes clásicos siempre activos y renovados, Duke Ellington y Count Basie, con sus respectivas poderosas orquestas, implacables máquinas de hacer música; ni siquiera Lester Young, el desdichado saxofonista tenor de Kansas City en quien inicialmcnte Parker se había inspirado. Su otra inspiración confesada, Buster Smith, había desaparecido de la escena musical.

Estados Unidos de América salía vencedor de una guerra que también habían perdido los propios muertos. Ese triunfo y esa derrota habían generado cambios profundos en su, hasta aquel momento, unidireccional y casi inamovible sistema de «convivencia». ¿Un negro artista? Sí, naturalmente «artista del espectáculo». Ni siquiera Duke Ellington había escapado a esta reducción, a pesar del nivel y la dignidad que su producción musical mantenía desde que comenzó a verse a sí mismo como un compositor; no compositor de jazz ni de «música swing», como se decía entonces, sino un compositor a secas, probablemente el más original que dio aquel país (hasta el mismo George Gershwin lo reconocería). La guerra mundial había terminado con la era del swing, época derrotada, basada en grandes orquestas diezmadas con motivo del alistamiento. Hoy es curioso comprobar cuán pocos soldados negros aparecen en las películas de guerra norteamericanas. ¿Dónde pusieron a aquellos músicos y a sus parientes? ¿Como artistas del espectáculo bélico en su momento pero no en su celebración? Charlie Parker no fue a la guerra; cuenta Russell que lo declararon inútil con motivo de las marcas que le habían dejado los pinchazos. Tampoco fueron los otros que gestaron aquella música innovadora. La hicieron en retaguardia, y al regreso de los soldados el jazz ya no sería bailable sino un fenómeno nervioso, irónico y quizá cuántos otros adjetivos sin utilidad. Era una música que ya no le servía al sistema y, sobre todo, a las compañías discográficas que buscaron su salida en el rhythm and blues, padre del rock and roll. Todo arte crea sus bastardos. Aquellos muchachos, siendo fíeles a una tradición que sólo la antropología moderna definiría como cultural, la destrozaron. Era el único modo de conservarla como propia. Para los jazzistas de la vieja guardia aquello no era música, sino una suma de ruidos horrendos y sin sentido. Hasta el mismo Louis Armstrong, rey destronado, tuvo duras palabras para con Charlie Parker y Dizzy Gillespie. Más o menos las mismas preferidas por los adoradores del arte clásico cuando Cézanne irrumpió en la escena de la pintura, o de los fíeles a la figura cuando Picasso, Braque y Gris la descompusieron. Más tarde Armstrong hubo de reconocer su error. Su oído no estaba preparado para aquello. Por el contrario, Duke Ellington supo, desde un principio, que la música de Parker era la evolución natural de una tradición que él contribuyó a crear veinticinco años antes, y sobre la cual no había dejado de explorar e innovar en ningún momento. Quiso contratar a Parker para sentarlo en su orquesta, al lado de Johnny Hodges... ¿Se imaginan ustedes a la orquesta de Ellington con Charlie Parker? Hubo problemas de dinero, Charlie quería cobrar más que el propio director. Algo se ha perdido.

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