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Gerardo López Sastre - Hume

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Gerardo López Sastre Hume

Hume: resumen, descripción y anotación

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El filósofo, economista e historiador escocés David Hume (1711-1776) llevó hasta sus últimas consecuencias el proyecto empirista diseñado por John Locke y George Berkeley. La forma en que lo culmina implica clausurar por completo la posibilidad misma de la metafísica, entendida como el conjunto de teorías que pretende ir más allá de la experiencia. Pero Hume es más que el estadio último de una tradición, el pensador que despertó a Kant de su sueño dogmático o el precedente del positivismo lógico del siglo xx, como se muestra a lo largo de las páginas de este libro. En última instancia, en la medida en que nuestras sociedades occidentales encarnan muchos de los valores que defendió, Hume sigue siendo nuestro contemporáneo, de la misma manera que, en otro nivel, constituye una alternativa con la que confrontar otros modelos sociales. Manuel Cruz (Director de la colección

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A modo de introducción. ¿Por qué debemos continuar leyendo a Hume?

David Hume llevó a sus conclusiones lógicas el empirismo de John Locke y George Berkeley; es decir, culminó una tradición filosófica y, con ello, hizo imposible la metafísica, el postular y defender teorías que fueran más allá de la experiencia. Pero Hume es más que el estadio último de una tradición, es más que el pensador que despertó a Kant de su sueño dogmático o el precedente del positivismo lógico del siglo XX. Nuestro reto debe ser estudiarlo en sí mismo, intentar comprender cómo veía su proyecto filosófico. Y, en este sentido, no puede hacerse mayor injusticia al pensamiento de Hume que «trocearlo», que negarse a verlo como un proyecto integral y excepcionalmente coherente. Por desgracia, este ha sido muchas veces el caso, volviéndolo así irreconocible. Si algo hay de original en este libro es el intento de ver cómo los diferentes temas se van sucediendo unos a otros, ver cómo cada uno ocupa lo que podemos llamar «su lugar», constituyendo así una verdadera teoría de la naturaleza humana y de todas las dimensiones en las que esta se despliega. A este respecto, Hume pensaba que la naturaleza les dice a los hombres que se entreguen a su pasión por la ciencia, pero que les pide que su ciencia «tenga una referencia directa a la acción y a la sociedad», algo que expresó en su famosa afirmación «sé filósofo, pero en medio de toda tu filosofía continúa siendo un hombre». En cumplimento de este designio, y como «anatomista» de la naturaleza humana, Hume va a estudiar el funcionamiento del entendimiento y su alcance, las cosas que está preparado para conocer y las que no; asimismo, va a estudiar nuestras pasiones, y por todo ello se sentirá bien preparado para buscar a continuación los fundamentos de la sociedad y propugnar un modelo realista de convivencia humana que haga posible el progreso. Y es que en este punto hay que ser muy claro: atenerse a la experiencia no significa ser conformista, aceptar sin más lo existente, por ejemplo «el orden dado». La razón puede organizar la realidad, pero debe hacerlo poniendo sus cálculos al servicio de la satisfacción de nuestros deseos y aspiraciones. Este es el sentido de otra de sus tesis más conocidas, la que afirma que «la razón es, y solo debe ser, esclava de las pasiones».

¿Cómo se despliega este itinerario? Empieza con la teoría del conocimiento; entre otras cosas, señalando que la razón por sí misma solo nos lleva a las verdades de la matemática, pero que si queremos saber si la caída de un guijarro en la Tierra puede apagar el Sol o si un hombre puede controlar a voluntad la trayectoria orbital de los planetas (cosas que a priori podemos concebir perfectamente), debemos acudir a la experiencia. Esta nos enseña que estos hechos no ocurren, pero no nos indica que no puedan ocurrir. Es decir, todo lo que nos transmiten los sentidos aparece como algo contingente, así que tendremos que aprender a vivir con esta contingencia, con creencias basadas en expectativas razonables. Es más, esto tiene la ventaja de evitar el dogmatismo, de hacer que estemos siempre preparados para aceptar las novedades que la experiencia nos pueda aportar.

¿Y qué ocurre con aquello de lo que no nos habla la experiencia? La conclusión es tajante: será mera «jerga», jerga metafísica que por sí sola ya sería ridícula, pero que cuando se mezcla con la superstición se vuelve peligrosa. Por eso las críticas a las nociones metafísicas de «sustancia», «yo» o «necesidad» acaban concretándose en una visión naturalista del hombre y en una crítica a los supuestos fundamentos racionales de la religión. La existencia de una divinidad no puede ser probada, y toda la experiencia de que disponemos nos indica que somos seres finitos, cuya vida acaba por completo con la muerte física. En suma. Hume, antes que Nietzsche, experimentó la muerte de Dios. El hombre se quedó solo. De hecho, siempre lo había estado, pero entonces se reconoció de forma cabal. ¿Es esto un motivo de desesperación? No, es un motivo para modificar nuestro código moral. Debemos reconocer valores como la utilidad y lo inmediatamente agradable, porque solo en esta reconciliación con nuestra naturaleza podemos encontrar la felicidad. Y como nuestra felicidad depende en una medida muy importante de los demás, el orden social es un tema que hay que investigar. Vivir en una sociedad justa, en la que sintamos que nuestros intereses están protegidos, se convierte en algo esencial. En un momento de pesimismo, Hume escribió: «Para un filósofo e historiador, la locura, imbecilidad y maldad de la humanidad deberían aparecer como sucesos normales». Pero esto es solo parte de la verdad. También existe el progreso histórico en cuanto a riqueza y sociabilidad. Habrá que estudiar qué es lo que lo favorece.

Este es el viaje filosófico, con su punto de partida y su punto de llegada, que al lector le animamos a emprender.

Hume, su vida y su contexto social e intelectual

David Hume nació en Edimburgo, Escocia, el 26 de abril (el 7 de mayo, de acuerdo con el actual calendario gregoriano) de 1711, y falleció en la misma ciudad el 25 de agosto de 1776. Por suerte para nosotros, disponemos de una breve autobiografía, titulada Mi vida, que Hume escribió al sentir que su muerte estaba cerca. En ella Hume dice que va a ocuparse de la historia de sus obras, algo que justifica con la afirmación de que empleó casi toda su vida en empeños relacionados con la escritura. En este sentido, fue una existencia plena y feliz; pudo dedicarse casi en exclusiva a lo que verdaderamente deseaba, ya que desde muy joven, confiesa, se despertó en él una pasión por las letras que las convirtió en la fuente de sus mayores satisfacciones. Estamos, pues, ante la vida de lo que hoy llamaríamos un intelectual, un hombre de letras. Quien busque aventuras más excitantes habrá de mirar en otra dirección y ocuparse de otros personajes.

Retrato de David Hume realizado por Allan Ramsay en 1754 El filósofo - photo 1

Re­tra­to de David Hume, rea­li­za­do por Allan Ra­msay en 1754. El fi­ló­so­fo es­co­cés fue, jun­to a su ami­go Adam Smith, uno de los prin­ci­pa­les ex­po­nen­tes del mo­vi­mien­to cul­tu­ral del si­glo XVI­II co­no­ci­do co­mo «la Ilust­ra­ción es­co­ce­sa».

Sin embargo, antes de analizar su vida conviene detenerse a pensar en lo que podía significar nacer y vivir en la Escocia del siglo XVIII. En ese siglo, la sociedad escocesa iba a experimentar transformaciones importantísimas y como resultado de ellas iba a vivir su gran edad de oro, hasta el punto de que Edimburgo se transformaría en lo que se denominó la Atenas del Norte. En 1707 tuvo lugar la unión de Escocia e Inglaterra, que para la primera supuso la oportunidad de participar de los beneficios derivados de los mercados y las colonias inglesas y de dejar atrás así la perenne pobreza que hasta aquel momento la había caracterizado. De hecho, al cabo de cincuenta años nos encontraremos con una sociedad completamente nueva, menos temerosa de Dios según las ideas conservadoras de los mayores, pero con una economía dinámica, floreciente y volcada hacia el progreso material. Estos cambios correrán paralelos a un esplendor cultural sin precedentes en su historia. Es lo que se conoce como «Ilustración escocesa», conformada por un grupo de pensadores interesados en la teoría del conocimiento, la economía, la historia, la moral, etc. No está de más recordar que Adam Smith era contemporáneo y amigo íntimo de Hume. Ambos van a ser testigos de excepción de este proceso de modernización y, de alguna manera, actores del mismo, pues buscaron impulsarlo con todas sus fuerzas. En suma, para ellos la Ilustración era un proceso del que se sentían partícipes. Estudiar en qué consistía para Hume este proyecto ilustrado, su carácter peculiar, va a ser el objetivo de este libro, y pensamos que ahí reside su interés. Al fin y al cabo, resulta imposible negar que somos herederos de la Ilustración. Otra cosa es cómo valoremos esta influencia, si como una pesada carga, fuente de innumerables males y de un proceso de decadencia moral y religiosa que todavía no ha concluido (y, si esta es nuestra postura, Hume nos interesará muy poco; es más, lo veremos como uno de los responsables intelectuales de esa marcha equivocada de la historia), o como una herencia provechosa que nos permite centrarnos en la única vida que podemos estar seguros de poseer, esta que transcurre en la Tierra, intentando por consiguiente ser felices en ella. Hume propuso este ideal de una forma coherente y sistemática. Su pensamiento se desplegó en multitud de facetas y aspectos, pero todos apuntaban en una misma dirección: pensaba que podía ayudarnos a cambiar nuestra existencia, orientándonos en cuanto a dónde deberíamos establecer nuestras prioridades a escala personal y social. Perseguía la construcción de un estilo de vida basado en el despliegue de nuestras tendencias naturales y proponía un modelo de sociedad en que fuera fácil que las mismas pudieran florecer. En la medida en que nuestras sociedades occidentales encarnan muchos de los valores que defendió, Hume sigue siendo nuestro contemporáneo, y a otro nivel es una alternativa con la que confrontar otros modelos sociales. Según vayamos profundizando en su pensamiento, iremos viendo que su análisis de la sociedad constituye una gran exposición de la filosofía política que, en un sentido muy amplio, llegó a conocerse más tarde con el nombre de «liberalismo». Cuando termine la lectura de este libro, el lector puede hacer el provechoso experimento mental de confrontar todo lo que se ha expuesto en él con la realidad de cualquier sociedad en la que predomine una religión monoteísta. Se trata de un buen ejemplo de que la Ilustración tiene todavía mucho que conseguir.

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