A pesar de ser reconocido como el más grande filósofo británico, Hume ha sido desvalorizado por una posteridad malevolente. Los filósofos de la traición académica estimaron que sus obras eran de lectura excesivamente fácil y ofendían por su atrevimiento y por su variedad insólita.
Lo que criticaban no era más que una caricatura. Hicieron responsable al filósofo escocés de los peores excesos de los empiristas ingleses, vincularon el nombre de Hume con un escepticismo sombrío e intencionadamente desalentador. Y sin embargo, el verdadero proyecto filosófico de Hume era abierto y amplio, decididamente constructivo.
Breve, lúcida y asombrosamente abarcadora, esta introducción atractiva de Anthony Quinton revela el gran aliento de la notable hazaña intelectual de Hume, y lo hace para un gran público de lectores, según el mejor estilo y la constante intención del gran filósofo. Hume exploró muchos campos: causalidad, percepción, creencias, historia, religión, economía, estética y psicología; en cada uno de ellos hizo contribuciones originales. Y lo hizo, como lo muestra Quinton, con humor y con entusiasmo. El más grande de los filósofos británicos fue también el más simpático.
Anthony Quinton
Hume
ePub r1.0
Titivillus 25.05.16
Título original: Hume
Anthony Quinton, 1998
Traducción: Mauricio Zuluaga
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
A Leon y Shelby
Notas
[1] Quinton usa la expresión «ideas of expectation». Aunque Hume nunca la utiliza, alude con ella a la mayor vivacidad que una idea adquiere gracias al hábito y que se funda en nuestra creencia de que el futuro será igual al pasado. (N. T.)
INTRODUCCIÓN
Hume es el más grande de los filósofos británicos: el más profundo, penetrante y abarcador. Su obra es el punto más alto de la predominante tradición empirista en la filosofía británica, que comienza con Guillermo de Ockham en el siglo XIV y pasa a través de Bacon y Hobbes, Locke y Berkeley; que continúa, después de Hume, con Bentham y J. S. Mill y culmina en la filosofía analítica del presente siglo inaugurada por Bertrand Russell y presidida todavía por él, postumamente.
Hume no fue un filósofo tan sensato como Locke ni, en parte por esa razón, tan influyente como él. Donde Locke recomendaba una actitud de cautela o reserva convencido de que ella sería bien recibida por muchos después de un siglo de horribles conflictos religiosos, Hume parecía jugar con las paradojas y terminar en un escepticismo total que sólo podría resultar aligerado por su frivolidad. Las doctrinas políticas de Locke contribuyeron en algún grado, en particular gracias al respaldo entusiasta de Voltaire, al pensamiento que inspiró la Revolución Francesa y que desempeñó un gran papel en el diseño de la Constitución de los Estados Unidos. Los utilitaristas del siglo XIX realizaron una versión simplificada de la teoría moral y política efectiva de Hume y la tomaron como el fundamento de una variación radical del liberalismo, variación que él difícilmente habría aprobado. Hasta el siglo XX, el principal efecto de su filosofía teórica fue negativo: hizo que cierto número de filósofos se dedicaran a la tarea de refutarla. Kant dijo que Hume lo había «despertado de su sueño dogmático». Thomas Reid, el filósofo escocés del sentido común, vio a Hume como alguien que había demostrado brillantemente el absurdo implícito en la teoría de Locke acerca de las ideas. T. H. Green escribió una enorme introducción a una edición de las obras de Hume, persiguiendo con decisión implacable lo que pensaba que eran sus errores. Solamente en el siglo XX llegó a ser reconocido como un importante filósofo constructivo.
Hume fue profundamente escocés: de nacimiento, de residencia preferida, por lealtad, de acento y de hábitos. Fue la más distinguida luminaria de la Ilustración escocesa del siglo XVIII que también incluye a Adam Smith, el gran economista: Adam Ferguson, el fundador de la sociología: el historiador William Robertson y muchos otros. Ellos generaron un ambiente intelectual prodigiosamente vivaz y estimulante en el cual fueron cultivadas todas las ciencias humanas: filosofía, historia, política, economía, crítica literaria y el estudio no dogmático de la religión. El estilo de esos escoceses del siglo XVIII resulta muy favorecido cuando se lo compara, en su rigor y generalidad, con el más pausado modo literario de pensar de sus contemporáneos ingleses (está la excepción de Samuel Johnson, quien podría haberse beneficiado con un poco de sistematicidad y de gente menos insípida con quien discutir).
Hume comparte con sus colegas y, claro está, con casi todos los filósofos de su época, dos cualidades que los distinguen de los filósofos actuales. En primer lugar, el alcance de sus intereses fue extraordinariamente amplio. No sólo escribió sobre filosofía teórica y moral, teoría política, economía y estudio de la religión —histórica y doctrinal—, sino que también hizo contribuciones de considerable importancia a todas ellas al escribir memorablemente sobre los milagros, la libertad de la voluntad, la inmortalidad del alma y el suicidio, así como también al devastar el tipo de religión racional o natural: el teísmo que era, para la mayoría de los pensadores de la Ilustración, la forma más razonable de pensar práctica o teóricamente.
Pero Hume fue mucho mejor conocido en su propia época como historiador, y mucho mejor recompensado por ello. Su juvenil obra maestra filosófica, el Tratado sobre la naturaleza humana, si bien no «salió muerto de las prensas» como él lúgubremente proclamaba, tampoco fue capaz de agotar por muchas décadas su reducida primera edición. Su Historia de Inglaterra, obra posterior en seis volúmenes, fue un bestseller.
La otra cualidad que distingue profesionalmente a Hume de los filósofos contemporáneos es el carácter literario de sus ambiciones. En su breve autobiografía, Mi vida, se refiere al «ansia de fama literaria, mi pasión dominante». Fue un consciente y elegante escritor de corte clásico, que sacaba a relucir oraciones cortesanas y balanceadas, coloreadas con analogías y ejemplos concretos. Samuel Johnson decía: «¡Pero señor, su estilo no es inglés! ¡La estructura de sus oraciones es francesa!». Esto no es de por sí un error: Hume escribió el Tratado durante una larga estadía en Francia y puede ser que Johnson pensara en esta obra al decir eso. La filosofía en el siglo XVIII era parte de la literatura culta; en las universidades era solamente un tímido agregado de la teología y de los estudios clásicos. Hume se dirigía a lectores educados, no académicos: en general, los académicos nunca lo quisieron. Era, en realidad, un escritor descuidado, demasiado desenvuelto como para preocuparse por los cabos sueltos. Además, en cuanto al estilo fue muy inferior al casi perfecto Berkeley, pero esto a duras penas es una debilidad y es difícil pensar en un filósofo británico posterior que escribiera tan bien como Hume lo hizo, con la posible excepción de F. H. Bradley.
El talento intelectual de Hume tuvo una limitación importante. Maravillosamente bien informado acerca de las humanidades, parece no haber conocido casi nada de las matemáticas y las ciencias naturales y no haber tenido ningún interés en ellas. Pero esto no le hizo mucho daño. Escribió sobre las matemáticas con sano sentido, más o menos leibniziano. Si bien supuso equivocadamente que toda la ciencia natural era causal, al menos es cierto que en su parte básica lo es. Donde su debilidad matemática más decepciona es en la Parte II del Libro I de su