Pétalo a pétalo, memorizó la rosa.
Pensó tanto en la rosa,
la aspiró tantas veces en su ensueño,
que cuando vio una rosa verdadera
le dijo
desdeñoso,
volviéndole la espalda:
—mentirosa.
ÁNGEL GONZÁLEZ
.
MARTIN: ¿Cuál es su especialidad? ¿La historia del nabo cocido?
CLAIRE: Filosofía.
MARTIN: ¿Filosofía? Consistente, pero algo insípido.
CLAIRE: Esta semana tengo que leer al obispo Berkeley.
MARTIN: Si un árbol se derrumba en el bosque y nadie lo oye, ¿hace ruido o no?
CLAIRE: Digamos, más bien: ¿hay verdaderamente un árbol? Berkeley es quien dijo que la materia no existe. Que todo está en nuestra cabeza.
PAUL AUSTER, La vida interior de Martin Frost
La realidad es inteligible porque no puede haber más árboles que ramas.
JORGE WAGENSBERG, Más árboles que ramas
Berkeley, el empirismo como virtud o la virtud del empirismo
Cuántas veces lo fascinante y lo que nos parece irrelevante van de la mano, sin que podamos darnos cuenta. Lo fascinante de George Berkeley es que mantuvo el tipo a pesar de haber sido atrapado entre dos grandes personalidades de la filosofía británica y empirista, como fueron John Locke y David Hume. Y lo irrelevante es, sobre todo, una impresión, una apariencia resumida en el hecho de que muy pocos mencionaríamos a Berkeley si se nos solicitase nuestra lista de pensadores favoritos. La idea que solemos tener de George Berkeley es la de un oscuro filósofo empirista que vivió entre dos gigantes. Decía el pensador neoplatónico del siglo XII Bernardo de Chartres que los lectores de los clásicos somos como enanos a hombros de gigantes y que podemos ver más, y más lejos que ellos, no por la agudeza de nuestra vista ni por la dimensión de nuestro cuerpo, sino porque somos levantados por su gran altura. En este caso, los hombros de los gigantes Hume y Locke han impedido ver la verdadera dimensión de aquel a quien le tocó situarse entre ellos.
George Berkeley representó, en palabras del profesor José Manuel Bermudo, el lado débil del empirismo, precedido por la figura histórica de John Locke y sucedido por la enormidad crítica de David Hume, el escéptico que fue capaz, nada más y nada menos, de despertar al mismísimo Immanuel Kant de su «sueño dogmático». Sin embargo, al contrario que Kant. Berkeley, que hurgó en las heridas metafísicas del pensamiento, la mente, la imaginación y las ideas, sí tuvo vida e historia. Su poética afirmación «El curso del imperio se dirige hacia el oeste» se popularizó entre los colonos norteamericanos que emigraron hacia la costa del Pacífico, y la ciudad de Berkeley, y por tanto su célebre universidad, tomaron su nombre como tributo al autor de unas palabras que auguraban que el futuro de la civilización occidental pasaba por América.
Más allá de ideas preconcebidas y de percepciones estereotipadas, podemos afirmar que nos encontramos ante un empirista singular. Alguien que discrepó de Newton con argumentos serios y que se erigió en predecesor de las propuestas de Albert Einstein, defendió la existencia de un banco central para evitar las crisis económicas y se enfrentó al colonialismo inglés en Irlanda. Fue un gran prosista que criticó la cultura del lujo porque generaba desigualdad y se embarcó en la fabricación de un remedio capaz de curar las enfermedades epidémicas que asolaban a aquella Irlanda sumida en la pobreza. De él dijo el poeta Alexander Pope que estaba adornado de todas las virtudes que existen bajo el cielo, aunque, obviamente, también tenía muchos de los defectos que existen bajo ese mismo cielo.
Su pensamiento no pasó desapercibido para filósofos y escritores de la talla de Samuel Johnson, Adam Smith, David Hume, Immanuel Kant, Arthur Schopenhauer, Lenin, Bertrand Russell, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Paul Auster. Fue un apologista que combatió el librepensamiento, pero bajo el cuello eclesiástico de obispo anglicano habitó un filósofo capaz de innovar en muchos campos y desbrozar el terreno en otros, algunas veces incluso a su pesar.
La gran originalidad de Berkeley consistió en llevar el empirismo de Locke hasta el idealismo. Y lo hizo con el fin de poner la teoría del conocimiento del empirismo al servicio del teísmo partiendo de una premisa innovadora: lo que aprehendemos son las ideas y todas son particulares, ya que nos es imposible formar ideas abstractas. Su crítica empirista fue radical en lo que se refiere a la materia. Y su propuesta de que solo podemos conocer nuestra experiencia particular del mundo abrió un debate apasionante en la teoría del conocimiento que perduró a lo largo del tiempo.
Conocer cómo y por qué este pastor anglicano ocupa un lugar en la historia del pensamiento filosófico es el propósito de este ensayo, más adentrado en el contexto que en el texto, tan lejos del encomio y del panegírico como de la clasificación fácil. Intentaremos explicar las razones que llevaron al filósofo italiano Mario Dal Pra a afirmar que George Berkeley fue «el pensador británico más importante de la primera mitad del siglo XVIII». Y, sobre todo, cómo un autor dedicado a un proyecto apologético, azote constante del ateísmo y del materialismo, convencido de que los librepensadores reducen y degradan la naturaleza humana al nivel más bajo y mezquino de la vida animal, pudo ser calificado de argumentador ingenioso por Bertrand Russell —el gran lógico y matemático del siglo XX— y señalado por el filósofo de la ciencia Karl R. Popper como precursor de los físicos Ernst Mach y Albert Einstein.
Vida y obra
Una vida inquieta, pero coherente
Retrato de la familia de George Berkeley, realizado por John Smibert.
George Berkeley nació el 12 de marzo de 1685 en la pequeña ciudad de Kilkenny, situada a poco más de cien kilómetros al suroeste de Dublín y conocida como la «ciudad del mármol», debido al tipo de piedra que adorna muchos de sus edificios. Alumno precoz, tras estudiar en la escuela local ingresó con quince años en el Trinity College de Dublín, todavía de marcado estilo escolástico, lo que no impidió que, junto con algunos compañeros, formara en 1705 un grupo de estudio sobre las nuevas teorías filosóficas y científicas de Robert Boyle, Isaac Newton y John Locke.
En 1709 Berkeley se ordenó sacerdote y comenzó su actividad pública. En aquellos momentos Irlanda estaba sometida al dominio de Inglaterra y atravesaba por graves problemas económicos fruto de las disputas políticas y religiosas, expresadas en el control que la minoría protestante ejercía sobre la mayoría católica. En 1712 visitó Inglaterra, y tres años después, en París, conoció a Nicolás Malebranche, el discípulo de Descartes fundador del ocasionalismo metafísico que tanto le había inspirado. Tras un largo recorrido por Italia regresó a Londres en 1720, en plena crisis económica. En 1721 se doctoró en teología y pasó a ejercer su labor como profesor en el Trinity College de Dublín. Allí enseñará filosofía, teología, griego y hebreo antes de ser nombrado deán de la catedral de Derry.
Mientras tanto, concibió el proyecto de instruir a indígenas y colonos en América a través de una universidad que pretendía fundar en las Islas Bermudas, lugar en el que creía que sería mucho más sencilla la labor de apostolado con gentes aún no contagiadas de los vicios europeos, como el de la avaricia. Soñaba con educar juntos «en las islas veraniegas» a los hijos de los aborígenes indios y de los hacendados. En 1728 se casó con Anne Forster, hija del presidente del Parlamento irlandés, y un año más tarde desembarcó en Newport (Rhode Island) con el fin de obtener la ayuda económica para su proyecto y poder emprender su viaje hacia las Islas Bermudas.
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