Palabras del traductor
Este libro me fue entregado, en fotocopia, hace más de 25 atrás, por un amigo que se fue a vivir a París y de acuerdo a lo que él me indicaba este libro está basado en el único manuscrito conocido del Conde de Saint Germain, y en caso de ser así, el valor esotérico del mismo sería inapreciable.
De acuerdo a lo que indica algunas de sus páginas, «La Très Sainte Trinosophie» actualmente se halla en la Biblioteca de Troyes, en Francia, y está compuesto de noventa y cinco hojas escritas de un solo lado, con muy buena caligrafía y ortografía. El francés usado es culto y muchas páginas tienen imágenes bien dibujadas y espléndidamente coloreadas. Contiene por otra parte, numerosos símbolos y numerosos jeroglíficos, figuras y símbolos mágicos, palabras en idiomas antiguos, tales como el persa, griego, sirio, hebreo, árabe, y caracteres cuneiformes.
Se dice que este texto estuvo en manos del conde Alejandro Cagliostro, quien lo llevó consigo a Roma; pasó después a poder de un general del ejército de Napoleón llamado Messena, para ser comprado luego a muy bajo precio por la Biblioteca de Troyes.
Considero que el texto tiene un alto contenido alquímico, los colores a los que se hace referencia a lo largo del texto lo demuestran, y solo espero que pueda servir aquellos que se encuentran en el camino de la transformación interior.
Introducción
Es en el asilo de criminales, en los calabozos de la inquisición, donde vuestro amigo traza estas líneas que deben servir para vuestra instrucción.
Imaginando las ventajas inapreciables que debe procuraos este escrito de la amistad, siento disminuir los horrores de un cautiverio tan largo y poco merecido… Me causa placer pensar que, rodeado de guardias, cargado de fierro, un esclavo pueda aun elevar a su amigo por encima de los poderosos, de los monarcas que gobiernan este lugar de exilio.
Vais a penetrar, «Mi querido Filocal», en el santuario de las ciencias sublimes, mi mano levantará para ti el velo impenetrable que esconde a los ojos del vulgo el tabernáculo, el santuario donde el eterno depositó los secretos de la naturaleza, secretos que él reserva para algunos seres privilegiados, para los elegidos que su gran poder creó para VER, para encumbrarse tras él en la inmensidad de su gloria y desviar sobre la especie humana uno de los rayos que brillan en torno a su trono de oro.
Pueda el ejemplo de vuestro amigo ser para ti la lección saludable, y bendeciré los largos años de sufrimientos que los malvados me han hecho padecer.
Dos escollos, igualmente peligrosos, se presentarán sin cesar a vuestro paso; uno ultrajaría los derechos sagrados de cada individuo: es el abuso del poder que Dios os hubiera confiado; el otro causaría vuestra perdición: es la indiscreción… Ambos nacieron de una misma madre, ambos deben su existencia al orgullo, la debilidad humana los alimenta; están ciegos; su madre los conduce; con su ayuda, estos dos monstruos llevan su aliento impuro aun a los corazones de los elegidos de lo Alto.
¡Desgraciado aquel que abusa de los dones del cielo para servir a sus pasiones! La mano del Todo Poderoso que somete a él los ELEMENTOS lo quebraría como a un débil arbusto; una eternidad de tormentos podría apenas expiar su crimen. Los espíritus infernales sonreirían con desdén ante el llanto del ser cuya voz amenazadora les hizo, a menudo, temblar en el seno de sus abismos de fuego.
No es para ti, Filocal, que yo dibujo este cuadro, aterrador; el amigo de la humanidad no se hará jamás su perseguidor…, pero la indiscreción, hijo mío, esa necesidad imperiosa de inspirar el asombro, admiración, he ahí el precipicio que temo para ti.
Dios deja a los hombres la tarea de castigar al ministro imprudente que permite al ojo del profano penetrar en el santuario misterioso. ¡Oh Filocal!, que mis desgracias estén presentes, sin cesar, en tu espíritu.
Yo también conocí la felicidad. Colmado de bendiciones del cielo, rodeado de un poder tal que el entendimiento humano no puede concebirlo, rigiendo a los genios que dirigen al mundo, dichoso de la felicidad que yo hacía nacer, yo gozaba, en el seno de una familia adorada, la felicidad que el Eterno otorga a sus hijos queridos. Un instante ha destruido todo, ¡he hablado!, y todo se ha desvanecido como una nube. ¡Oh hijo mío!, no sigas mis huellas… Que un vano deseo de brillar los ojos del mundo no cause también tu perdición. Piensa en mí, que es desde este calabozo, con el cuerpo quebrado por las torturas, que tu amigo te escribe.
Reflexiona Filocal, que la mano que traza estas líneas lleva el sello, y la marca de los fierros que lo destruyen… Dios me ha castigado; pero ¿qué es lo que he hecho a los hombres crueles que me persiguen?, ¿qué derecho tienen ellos de interrogar al ministro del Eterno? Me preguntan cuáles son las pruebas de mi misión: mis testigos son mis prodigios; mis defensores: mis virtudes, una vida limpia, un corazón puro; ¡que dije!; ¿tengo aún el derecho de quejarme? Hable. El de muy arriba me ha dejado sin fuerza y sin poder, ante los furores del ávido fanatismo.
El brazo que hace tiempo podía derrotar a un ejército puede hoy apenas levantar las cadenas que lo oprimen.
Divago, debo dar gracias a la justicia eterna, el Dios vengador ha perdonado a su hijo arrepentido. Un espíritu aéreo ha atravesado los muros que me separan del mundo resplandeciente de Luz; se ha presentado ante mí, y ha señalado el término de mi cautiverio. Dentro de dos años mis desgracias terminarán: mis verdugos, al entrar en mi calabozo, la encontrarán desierta; y pronto, purificado por los cuatro elementos, puro como el genio del fuego, retomaré el rango glorioso a la que la bondad divina me elevó, pero ¡cuán lejano aún está ese término!
¡Cuán largos parecen dos años a aquel que los pasa en medio de sufrimientos y humillaciones! No contentos de hacerme sufrir los suplicios más horribles, mis perseguidores han empleado para atormentarme medios muy seguros y aún más odiosos; ellos han volcado la Infamia sobre mi cabeza; han hecho de mi nombre un objeto de oprobio. Los hijos de los hombres retroceden con terror cuando el azar les ha hecho aproximarse a los muros de mi prisión; temen que un vapor mortal escape por la estrecha, abertura que deja pasar, como una pena, un rayo de luz en mi prisión. ¡Oh Filocal! este es el golpe más cruel con que ellos me pudiesen abrumar…
Ignoro aún si podré hacerte llegar esta obra. Juzgo las dificultades que tendré para hacerlo salir de este lugar de tormento, a través de aquellos que me ha sido necesario vencer para poder terminarlo. Privado de todo auxilio, yo mismo he compuesto los agentes que me eran necesarios. El fuego de mi lámpara, algunas monedas, pocas substancias químicas que escaparon de las miradas escrutadoras de mis verdugos, han producido los colores que adornan el fruto de los ocios de un prisionero.
Aprovecha las instrucciones de tu desgraciado amigo, son tan claras que me asusta pensar que este escrito caiga en otras manos que no sean las tuyas; recuerda solamente que todo debe servirte. Una línea, explicada, un carácter obligado te impediría levantar el velo que la mano del creador ha colocado sobre la esfinge.
Adiós, Filocal, no me compadezcas: la clemencia del Eterno se iguala a su justicia. En la primera asamblea misteriosa volverás a ver a tu amigo. Te saluda en Dios. Pronto daré el beso de la paz a mi hermano.
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