NOTA DEL AUTOR
Los multimillonarios del bitcoin es un relato narrativo y dramático basado en decenas de entrevistas, cientos de fuentes y miles de hojas de escritos, incluidos registros de varios procedimientos judiciales. Existe una serie de opiniones diferentes y a menudo polémicas sobre algunos de los acontecimientos de esta historia; en la medida de mis posibilidades, recreé las escenas del libro a partir de la información que descubrí en documentos y entrevistas. Otras están escritas de modo que se ajustan a percepciones individuales sin respaldar. En algunos casos, he modificado o imaginado los detalles del entorno y las descripciones.
En 2010, publiqué el libro Multimillonarios por accidente: El nacimiento de Facebook, que no tardó en ser adaptado a la película La red social. Nunca podría haber imaginado que algún día recuperaría a dos de los personajes de aquella historia: Tyler y Cameron Winklevoss, los gemelos idénticos que desafiaron a Mark Zuckerberg sobre los orígenes de lo que no tardó en convertirse en una de las compañías más poderosas de la Tierra.
Multimillonarios por accidente se publicó en todo el mundo, Facebook supuso toda una revolución, y Mark Zuckerberg se convirtió en el revolucionario que intentaba cambiar el orden social: cómo interactúa la sociedad y cómo la gente se conoce, se comunica, se enamora y vive. Los gemelos Winklevoss fueron sus complementos perfectos: privilegiados «hombres de Harvard», deportistas que, fácil de apreciar en muchos sentidos, representaban al establishment.
Hoy las cosas parecen diferentes. Mark Zuckerberg es un nombre muy conocido. Facebook es omnipresente y domina gran parte de internet (aunque parece estar siempre envuelto en escándalos que van desde el pirateo de datos de sus usuarios hasta las noticias falsas, así como el hecho de proporcionar una plataforma para las perturbaciones políticas). Mientras tanto, Tyler y Cameron Winklevoss han reaparecido en las noticias —de forma inesperada— como líderes de una revolución digital completamente nueva.
No se me escapa la ironía de la situación; no sólo que los papeles de Zuckerberg y los gemelos en tanto que rebeldes y representantes del Imperio del Mal parecen haberse invertido, sino también que mi libro y la película que le siguió ayudaron a consagrar una imagen de los gemelos que necesita una revisión. Soy de la opinión de que Tyler y Cameron Winklevoss no estaban simplemente en el lugar exacto en el momento exacto, dos veces, por casualidad.
Los segundos actos, tanto en la literatura como en la vida, son raros. Y como espero mostrar, hay muchas posibilidades de que el segundo acto de los gemelos Winklevoss acabe por eclipsar al primero. Bitcoin y la tecnología en que se basa tienen la capacidad de cambiar drásticamente internet. Así como Facebook se creó para permitir que las redes sociales pasaran del mundo físico a la red, las criptomonedas como el bitcoin se desarrollaron para un mundo financiero que en la actualidad funciona en gran medida online. La tecnología detrás de Bitcoin no es una moda, ni una burbuja, ni un fraude. Se trata de un cambio de paradigma fundamental, que con el tiempo lo transformará todo.
PRIMER ACTO
Las heridas morales tienen esta peculiaridad: pueden estar ocultas, pero nunca se cierran; siempre son dolorosas, siempre dispuestas a sangrar cuando se tocan, permanecen frescas y abiertas en el corazón.
A LEXANDRE D UMAS ,
El conde de Montecristo
Capítulo 1
EN LA JAULA DEL TIGRE
Veintidós de febrero de 2008.
Vigésimo tercer piso de una torre de oficinas en las afueras del Distrito Financiero de San Francisco.
El habitual edificio de vidrio, acero y hormigón dividido en cubos con el aire acondicionado demasiado alto, y muy bien iluminado. Paredes de color cáscara de huevo y alfombras de un beis industrial. Tubos fluorescentes que segmentan los techos en forma de tres en raya. Dispensadores de agua fría, mesas de conferencia con los bordes cromados, sillas ajustables de imitación piel.
Pasaba un poco de las tres de la tarde de un viernes, y Tyler Winklevoss permanecía de pie junto a un gran ventanal que daba a un alfiletero de edificios de oficinas similares y que perforaban la niebla del mediodía. Hacía todo lo posible por dar pequeños sorbos de agua filtrada de un vaso desechable fino como el papel sin derramar demasiada sobre su corbata. Después de tantos días, meses, maldita sea, años, la corbata apenas era necesaria. Cuanto más se prolongara ese calvario, más probable era que tarde o temprano se presentara a la siguiente interminable sesión con su chaqueta de remo olímpica.
Se las arregló para saborear un poco de agua antes de que el vaso se doblara hacia dentro entre sus dedos, riachuelos que no alcanzaron la corbata pero que empaparon la manga de su camisa de vestir. Arrojó el vaso en un cubo de basura situado bajo la ventana y se sacudió la muñeca húmeda.
—Otra cosa que añadir a la lista. Vasos de papel con forma de cono de helado. ¿A qué clase de sádico se le ocurre algo así?
—Tal vez al mismo tipo que inventó las luces. Estoy dos tonos más moreno desde que nos trasladaron a esta planta. Olvídate de los pozos de fuego, me apuesto lo que quieras a que el purgatorio está revestido de tubos fluorescentes.
El hermano de Tyler, Cameron, estaba estirado sobre dos de las sillas de falso cuero al otro lado de la habitación, sus largas piernas apoyadas en la esquina de una mesa de conferencias rectangular. Llevaba una americana, pero sin corbata. Uno de sus zapatos de piel del número cuarenta y ocho descansaba peligrosamente cerca de la pantalla del portátil abierto de Tyler, pero éste lo dejó pasar. Había sido un día muy largo.
Tyler sabía que el tedio era intencionado. La mediación era diferente a la litigación. Esta última se parecía más a una batalla campal, dos interlocutores tratando de abrirse camino hacia la victoria, lo que los matemáticos y economistas denominarían «juego de suma cero». Los procedimientos judiciales tenían altibajos, pero bajo la superficie se escondía una energía primaria; en el fondo, era la guerra. No obstante, la mediación era diferente. Cuando se llevaba a cabo de forma adecuada, no había ganadores ni perdedores, sólo dos partes que se comprometían a llegar a una resolución, que «dividían el bebé». La mediación no se parecía a la guerra. Era más como un largo viaje en autobús que terminaba sólo cuando todo el mundo a bordo se cansaba lo bastante del paisaje para convenir un destino.
—Para ser exactos —dijo Tyler, volviendo junto a la ventana y al gris sobre gris de otra tarde del norte de California—, no somos nosotros los que estamos en el purgatorio.
Siempre que los abogados abandonaban la sala, Tyler y Cameron hacían todo lo posible para no pensar en el caso en sí mismo, lo que solían hacer al principio. Habían estado tan indignados y les había embargado tal sensación de traición que apenas podían pensar en otra cosa. Pero cuando las semanas se convirtieron en meses, decidieron que la ira no le hacía ningún bien a su cordura. Como les aseguraban sus abogados, tenían que confiar en el sistema. Así que, cuando se encontraban a solas, trataban de hablar de cualquier cosa excepto de lo que los había llevado hasta allí.
El hecho de que ahora tocaran el tema de la literatura medieval, en concreto la concepción de Dante de los muchos círculos del infierno, mostraba que la estrategia de evasión empezaba a agotarse; confiar en el sistema los había dejado atrapados en uno de los inventos del humanista. Aun así, les daba algo en lo que concentrarse. Durante su adolescencia en Connecticut, Tyler y Cameron se habían obsesionado con el latín. Como no había ningún curso de la asignatura en el último año de secundaria, pidieron al director de su instituto que les permitiera formar un Seminario de Latín Medieval con el sacerdote jesuita que era el director del programa de esta lengua. Juntos, los gemelos y el sacerdote tradujeron las