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Sinopsis
A principios de 2021, un grupo poco coordinado de inversores privados y troles de internet, que intercambiaban mensajes sobre acciones y mercados en una página web, consiguió algo inesperado: tumbar uno de los hedge funds más importantes de Wall Street. Fue el primer disparo de una revolución que amenaza con acabar con el sistema financiero tal y como lo conocemos.
Este libro vertiginoso y osado reconstruye la historia de ese acontecimiento inédito. Sus protagonistas son titanes de la inversión, millonarios como Elon Musk, los creadores de la herramienta de inversión Robinhood y muchas personas anónimas con vidas normales.
Todos ellos, durante cuatro días, libraron una batalla en torno a GameStop, una cadena de tiendas de videojuegos y electrónica cuyas acciones se dispararon. Lo que empezó siendo una broma online, con emoticonos y memes, acabó poniendo en jaque al sistema y reportando beneficios millonarios a los participantes.
Como si se tratara de un thriller, La red antisocial desvela algunas de las debilidades y oportunidades del sistema financiero, y relata la capacidad de unos cuantos individuos para subvertirlo. ¿El objetivo? Que, por una vez, David gane a Goliat y se lleve sus beneficios.
La red antisocial
La verdadera historia del grupo de pequeños inversores, trolls y antisistema que puso de rodillas a Wall Street
Ben Mezrich
Traducción de Mercedes Vaquero Granados
Para Asher y Arya, que prácticamente vivían
en el GameStop de Boylston hasta que llegó la pandemia;
y para Bugsy, que siempre estaba a su lado
Nota del autor
Basada en decenas de entrevistas, múltiples fuentes en primera persona, horas de testimonios y miles de páginas de documentos, incluidas las actas de varios procesos judiciales, La red antisocial es una narración dramatizada y descriptiva de uno de los momentos más singulares de la historia de Wall Street. Aunque hay opiniones diferentes y a menudo polémicas sobre algunos de los acontecimientos de la historia, he reconstruido en la medida de mis posibilidades las escenas del libro basándome en la información que he descubierto. Algunos diálogos han sido recreados. En ocasiones, he alterado ciertas descripciones y nombres de personajes a petición de mis fuentes para proteger su privacidad.
A pesar de que a lo largo de los años he pasado muchas horas recorriendo los pasillos de mi tienda GameStop local —después de todo, en mi veintena fui un adicto a los videojuegos, alcancé la mayoría de edad en la era de Pac-Man y Donkey Kong, y tengo un hijo de once años capaz de nombrar a todos los personajes de Fortnite y Roblox—, puedo decir honestamente que nunca esperé escribir un libro que girara en torno a la compañía o, al menos, a sus acciones. Como muchas personas en todo el mundo —atrapadas en casa durante el apogeo de la pandemia— asistí con una mezcla de asombro y diversión a las turbulencias del mercado, que llegaron a su punto crítico la semana del 25 de enero de 2021. No había duda de que estaba ocurriendo algo espectacular: una historia de David contra Goliat en la que un variopinto grupo de inversores aficionados, gamers y trolls de internet se enfrentaba a uno de los mayores fondos de inversión de alto riesgo de Wall Street. Pero no empecé a pensar que también se trataba de algo significativo hasta que profundicé en la historia; que lo que todos estábamos viendo, sentados en nuestros sofás, en cuarentena, con mascarilla y socialmente distanciados, era la primera bala al aire de una revolución, una que amenaza con cambiar drásticamente el establishment financiero tal como lo conocemos.
Cuanto más profundizaba, más creía que el origen de la batalla que impulsó el precio de la acción de GameStop hasta un máximo de 500 dólares antes de la apertura del mercado el día 28 de enero se remontaba a Occupy Wall Street y más allá, cuando la ira contra los grandes bancos y los estragos causados por la última crisis económica se convirtieron en protestas y sentadas en gran medida estériles. Al mismo tiempo, el auge de GME también podría considerarse la culminación de un movimiento populista que comenzó con la intersección de las redes sociales y el crecimiento de portales financieros simplificados y democratizadores, tecnología que debilitó los pilares del viejo mundo que apuntalaban el establishment financiero, representado por el mayor advenedizo del negocio, Robinhood, y sus millones de devotos, mileniales en su mayoría.
Lo que me parece seguro es que esta primera y revolucionaria bala al aire —dirigida directamente contra Wall Street, si no desde Main Street, desde el sótano de un operador aficionado a pocas manzanas de distancia— es sólo el principio. Aquellos pilares del viejo mundo que protegían a los trajeados y encorbatados del populacho ya no parecen tan firmes. Se ha iniciado un cambio radical, justo al lado de la revolución de las criptomonedas, con implicaciones filosóficas muy similares.
Es imposible saber adónde conducirá este cambio; cómo responderá Wall Street, si lo que ahora se ha desatado en las redes sociales puede incluso contenerse. Pero históricamente, las revoluciones alimentadas por la ira tienden a ir en la misma dirección. En algún momento, cuando los pilares empiezan a temblar, los muros caen de manera inexorable.
PRIMERA PARTE
Hay deep value, y luego hay la hostia de deep value.
K EITH G ILL
Capítulo uno
26 de enero de 2021
Las 16.08 horas.
Una oficina con paredes acristaladas situada en el vigesimosegundo piso de un rascacielos de la avenida Madison. Desolada, vacía, luz tenue, las mesas de operaciones desocupadas, alineadas y sin vida, como guerreros de terracota de alta tecnología, las sillas en su sitio y los terminales Bloomberg apagados. Un lugar que un año antes habría desbordado de actividad; el palpitante corazón sito en el centro de uno de los fondos de inversión de alto riesgo más poderosos y de mayor éxito del mundo. Ahora, silencioso, junto con todas las demás oficinas en todos los demás rascacielos del alfiletero que era Nueva York.
A casi 2.000 kilómetros de distancia, unido a ese núcleo durmiente por un sistema circulatorio de torres de telefonía móvil, satélites y cables de fibra óptica que de alguna manera aún funciona, el mundo de Gabe Plotkin tocaba a su fin.