Los nacionalismos son, por su propia naturaleza, reaccionarios. Representan la tendencia contraria a la creación de los grandes Estados, al desarrollo en gran escala de los medios de producción y comunicación. Anteponen sus mezquinas aspiraciones nacionales, en palabras de Engels, a la revolución. Y esto es así desde el primer momento. Cada vez que se presenta una gran ocasión histórica, una gran revolución, ellos toman el bando de la contrarrevolución.
Karl Marx & Friedrich Engels
Los nacionalismos contra el proletariado
ePub r1.0
Titivillus 12.03.17
Karl Marx & Friedrich Engels, 2008
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
INTRODUCCIÓN
Si hay algo característico del marxismo y que lo distingue de cualquier otra teoría, ese algo es la concepción materialista de la Historia. El propio Marx nos explica en qué consiste esta concepción: «Mi primer trabajo, emprendido para resolver las dudas que me asaltaban, fue una revisión crítica de la filosofía hegeliana del derecho, trabajo cuya introducción vio la luz en 1844 en los Deutsch-Französische Jahrbücher, que se publicaban en París. Mi investigación desembocaba en el resultado de que, tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado no pueden comprenderse por sí mismas ni por la llamada evolución general del espíritu humano, sino que radican, por el contrario, en las condiciones materiales de vida cuyo conjunto resume Hegel, siguiendo el precedente de los ingleses y franceses del siglo XVIII, bajo el nombre de “sociedad civil”, y que la anatomía de la sociedad civil hay que buscarla en la Economía Política… El resultado general a que llegué y que, una vez obtenido, sirvió de hilo conductor a mis estudios, puede resumirse así: en la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia».
Y a continuación: «Mientras en Alemania… salió a la palestra el partido proletario alemán. Todo el contenido de la teoría de este partido emanaba del estudio de la Economía Política, y del instante de su advenimiento data también la Economía Política alemana como ciencia con existencia propia. Esta Economía Política alemana se basa sustancialmente en la concepción materialista de la historia»
Así, pues, cuando al abordar una cuestión cualquiera, se parte del «derecho», como hacen todos los defensores del «derecho a la autodeterminación» de todos los pueblos, ya se está partiendo de una base falsa y su resultado sólo puede ser un error.
Por el contrario, toda la producción teórica de Marx y Engels estará inspirada, a lo largo de toda su vida, por esta concepción materialista. Y siguiendo esta pauta, Engels nos ofrece en el primer artículo reproducido en este libro, «La decadencia del feudalismo y el desarrollo de la burguesía», un análisis de la formación de los modernos Estados capitalistas. Engels nos muestra, en primer lugar, cómo, tras la caída del Imperio Romano, la producción material ha sufrido un retroceso; casi ha desaparecido el comercio y, por tanto, la producción de mercancías, y la economía es básicamente una economía natural, una economía agraria autosuficiente en que dentro de las posesiones de los señores feudales se produce y se consume casi todo lo necesario para vivir. Pero a medida que transcurre el tiempo, van cobrando nueva vida las pocas ciudades supervivientes de la época de los romanos y van surgiendo otras nuevas. En ellas va adquiriendo cada vez más impulso la producción artesanal y el comercio hasta que, finalmente, la burguesía de estas ciudades se ve obligada a luchar contra el orden establecido, contra las relaciones sociales y económicas existentes para poder seguir desarrollando la naciente producción mercantil y capitalista. Este es el origen de las luchas por el derrocamiento del feudalismo y para la creación de los nuevos Estados capitalistas, y no ningún «derecho», ni divino ni humano.
Ahora bien, el terreno requerido por estos nuevos Estados capitalistas para poder desarrollarse sin obstáculos es un gran territorio en el que se pueda producir y comerciar sin trabas y así poder desarrollar los medios materiales de producción, lo cual requiere, a su vez, una legislación común para todo el territorio y, por tanto, un Estado moderno que es la negación de los pequeños Estados feudales con sus trabas locales infinitas para la circulación de mercancías y personas. No es, por tanto, una casualidad que al estallar la revolución en Alemania en 1848, Marx y Engels afirmen en el manifiesto publicado bajo el título de «Reivindicaciones del partido comunista»: «1. Todo el territorio formará una república, una e indivisible». Y hasta tal punto defienden la necesidad de un gran Estado para poder realizar el cometido ya mencionado, el desarrollo de los medios materiales de producción, que cuando esta tarea no es llevada a término por la burguesía por el miedo de ésta al creciente peligro proletario, ellos no dejan de considerar la realización de esta obra por Bismarck como positiva, como una revolución por arriba. Y, en efecto, es la creación de este gran Estado el que posibilitó el gran desarrollo del proletariado alemán y su unificación, pues no hay que olvidar que, a fin de cuentas, el proletariado es un producto del capitalismo aunque, al final del proceso, sea este mismo proletariado el que acabe con el capitalismo que lo engendró. ¿Se imagina alguien a Marx y Engels lloriqueando por los pobrecitos pequeños Estados alemanes cuyos derechos a la «autodeterminación» han sido pisoteados sin piedad por el recién creado Estado alemán, aunque éste esté bajo la égida de Bismarck?
Conviene recordar que toda esta palabrería que tanto nos calienta los oídos acerca de la «autodeterminación», del federalismo u otras vacuidades no es más que los disfraces que adopta la vieja aspiración reaccionaria de mantener dividido el territorio y su población, para mejor conservar los privilegios reaccionarios. Pero en su artículo del 14 de febrero de 1849 en la Nueva Gaceta Renana, «Paneslavismo democrático», Engels nos recuerda que «Ahora, sin embargo, la centralización política es una necesidad más grande que en los siglos XV y XVI, por los adelantos formidables de la industria, el comercio y las comunicaciones. Se está centralizando lo que falta. Y los paneslavistas llegan ahora a exigir que ‘liberemos’ a estos eslavos medio germanizados, que detengamos una centralización a la que sus intereses materiales obligan a estos eslavos». Por cierto, ¿qué diría Engels ante los nuevos medios de comunicación de nuestros días: Internet, satélites de comunicaciones, telefonía móvil, aviones supersónicos, trenes de gran velocidad…? ¿Diría que hay que detener tanta centralización y trocear las comunicaciones a gusto de todos los autodeterministas y federalistas o, por el contrario, diría a los trabajadores que las utilizasen para centralizar sus luchas y derrocar de una vez por todas el capitalismo?