B REVE HISTORIA
DE LOS NACIONALISMOS
B REVE HISTORIA
DE LOS NACIONALISMOS
Iván Romero
Colección: Breve Historia
www.brevehistoria.com
Título: Breve historia de los nacionalismos
Autor: © Iván Romero
Director de la colección: Luis E. Íñigo Fernández
Copyright de la presente edición: © 2018 Ediciones Nowtilus, S.L.
Camino de los Vinateros 40, local 90, 28030 Madrid
www.nowtilus.com
Elaboración de textos: Santos Rodríguez
Diseño y realización de cubierta: On Off Imagen y comunicación
Imagen de portada: The Ratification of the Treaty of Münster, 15 May 1648. Gerard ter Borch, 1648. Oil on copper
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).
ISBN edición digital: 978-84-9967-969-3
Fecha de edición: noviembre 2018
Depósito legal: M-32923-2018
Para Juliana, que nos lo has dado todo
menos el brillo de tus ojos.
Antes de comenzar la exposición sobre el nacionalismo como práctica política a lo largo de la historia, es necesario llevar a cabo una breve introducción teórica para aclarar el origen y las variantes de los términos «nación» y «nacionalismo». El nacionalismo nace como una ideología fundamentada en el derecho de las naciones a la autodeterminación y al mantenimiento de una identidad propia que puede caracterizarse por rasgos comunes en la cultura, la lengua, la raza o la religión. No se puede limitar la definición del nacionalismo a la defensa de la soberanía nacional, si bien el trabajo de los teóricos parte de la asunción de dicho principio. Esta definición, pues, se fundamenta en que el nacionalismo no puede ser posible sin una idea previa de lo que es una nación.
El problema, según Ernest Gellner en Naciones y nacionalismo , radica en que no podemos acceder a una definición de nación en términos ajenos a la propia era del nacionalismo tras la Revolución francesa. Son varios los enfoques que desde el siglo XIX han procurado dar respuesta a la pregunta: «¿Qué es una nación?». El primer teórico que trató de responder fue Ernest Renan en 1882, quien mediante un enfoque empirista sostiene que las naciones son hechos objetivos, es decir, que a través de la recolección y clasificación de datos se pueden establecer una serie de elementos con los que se podrían describir.
Así, Renan sostiene que se deben analizar, una a una, las características empleadas a la hora de definir la identidad propia de una nación: cultura, etnia, religión, lengua... Sin embargo, llega a la conclusión de que es imposible encontrar un rasgo común a todas las naciones, es decir, no encuentra un hecho esencial para definir lo que es una nación. De esta forma, Renan concluye que el único rasgo objetivo a partir del cual se puede distinguir una nación es interno a los propios individuos que la componen, pues es el deseo que los mismos tienen de vivir juntos. La forma empírica de comprobar este rasgo sería la consulta electoral.
Desde entonces, son muchos los autores que han seguido la línea teórica de Renan a la hora de explicar en qué consiste una nación, si bien no cabe duda de que son varios los problemas a los que se enfrenta esta postura. En primer lugar, el hecho de limitar la definición de nación a la voluntad de un conjunto de personas supone que dentro de esta misma definición puedan incluirse distintas asociaciones, que incluirían desde clubs a sectas religiosas. Además, con el desarrollo de los nacionalismos del siglo XX , numerosos líderes de estos movimientos han apelado a aspectos que van mucho más allá de la cuestión de la voluntad, por lo que se ha hecho evidente que el concepto de Renan se halla anticuado y desfasado respecto al propio desarrollo de la ideología nacionalista.
En 1944, Guido Zernatto publicó «Nation: the History of a Word», un artículo en el que a través de una perspectiva lingüística pretendía analizar la evolución de la palabra nación a lo largo de la historia, con el fin de acceder a un significado completo de la misma. Partía de la antigua Roma, donde el término natio poseía un cariz despectivo y se usaba para designar a los grupos de extranjeros no ciudadanos procedentes de una misma región geográfica y que habitaban en las ciudades coloniales del territorio bajo dominio romano.
Durante la Alta Edad Media, Zernatto reduce el uso del término nación al ámbito universitario, donde se utilizaba para separar a los estudiantes según sus regiones de origen. De esta forma, perdió su connotación negativa y comenzó a asociarse a aquellos grupos con una opinión y finalidad común. Sin embargo, era todavía impensable el uso de «nación» fuera del ámbito universitario, aunque por extensión comenzó a aplicarse en los concilios ecuménicos, es decir, las asambleas celebradas por la Iglesia en las que eran convocados los obispos para debatir sobre la teoría y práctica religiosa. Se denominaba, entonces, nación a las secciones entre las que se dividía el voto en dichos concilios, lo cual suponía dotar al término de un carácter elitista, ligado a un grupo selecto de hombres.
Rápidamente este sistema de representación territorial fue imitado por los príncipes y monarcas europeos, que acumulaban en sus manos un poder cada vez más centralizado. De esta forma, nos encontramos ya en el siglo XIV cómo, en algunas Cortes y otras asambleas, los estamentos llamados a las mismas comenzaban a denominarse naciones. Esto mantuvo la concepción de nación como una comunidad de élites con un mismo origen geográfico hasta el siglo XIX , sin que la Revolución francesa alterara en su momento esta característica del término.
La propia Revolución francesa, de hecho, quiso distinguir entre los conceptos «pueblo» y «nación» desde sus inicios. Su objetivo era que las altas clases burguesas pasaran a engrosar las filas de la nación, pero no el pueblo llano. La forma de llevar esto a cabo era el sufragio censitario, que impedía que todo el pueblo francés pudiera ser considerado como nación en tanto que la gran mayoría no poseían derecho a la participación política y, por lo tanto, no formaban parte de la soberanía nacional.
De esta forma, hasta el siglo XIX la nación no adquirió su último significado, el que hace referencia al pueblo soberano. Así, la palabra «nación» pasa a significar un grupo de personas diferenciado y único, procedente de un mismo origen y portador de la soberanía. La nación pasa a convertirse, en la vida política, en base de la solidaridad y objeto supremo de lealtad. Sin embargo, esto supone que el pueblo soberano que compone la nación solamente aparece en un estadio muy reciente de la historia de la humanidad y debido a unos cambios impensables antes del siglo XIX .
No es posible, pues, concebir la nación en este término sin tener en cuenta la secularización del pensamiento político que deja de lado la legitimación divina del poder característica de la Edad Media. Para atraer a la totalidad de los habitantes de un territorio hubo que desafiar a la sociedad estamental, fundar una lealtad común y dignificar a todos aquellos miembros del pueblo que hasta el momento se habían visto apartados de la participación en la vida pública. Además, esta soberanía popular debía componer un poder estable sobre un territorio grande y definido con fronteras claras. Por lo tanto, autores como Hans Kohn sostienen que es imposible hablar del nacionalismo sin la creación del Estado moderno, centralizado y definido, que aparece en Europa entre los siglos XVI y XVIII.
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