En 1844 Bruno Bauer atacó a sus antiguos amigos Marx y Engels desde el Die Allgemeine Literaturzeitung, la gaceta literaria que el propio Bauer editaba junto a sus hermanos en Charlottenburg. Reacio a todos los movimientos de la «masa» de la época, Bauer incidió particularmente sobre los puntos que más podían dividirlos. Como respuesta a esta crítica, y cuando la gaceta de Bauer había caído en el olvido apenas transcurrido un año, Engels y Marx escribieron esta obra, que en un principio pensaron en titular Crítica de la crítica crítica, contra Bruno Bauer y consortes pero que vio la luz como La Sagrada Familia. Una obra que, como los propios autores ya anunciaron entonces, sería precursora de sus posteriores escritos.
Karl Marx & Friedrich Engels
La Sagrada Familia
o Crítica de la crítica crítica contra Bruno Bauer y consortes
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Titivillus 03.08.15
Título original: Die heilige Familie, oder Kritik der kritischen Kritik. Gegen Bruno Bauer & Consorten
Karl Marx & Friedrich Engels, 1845
Traducción: Carlos Liacho
Prólogo: Franz Mehring
Diseño de cubierta: Sergio Ramírez
Editor digital: Titivillus
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KARL HEINRICH MARX (Prusia, 1818 - Londres, 1883). Nació en Tréveris (Prusia) en 1818, hijo de un abogado. Estudió Derecho y Filosofía en las universidades de Bonn y Berlín. Después de doctorarse, se dedicó al periodismo en Colonia, en la Rheinische Zeitung, que fue cerrada por el gobierno prusiano a raíz de las protestas del zar Nicolás I. En 1843 publicó Sobre la cuestión judía y Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, y se trasladó a París, donde tenía su sede el periódico radical Deutsch-französische Jahrbücher, en el que empezó a colaborar, así como en Vorwärts!, un periódico revolucionario socialista. Expulsado de Francia en 1845, se trasladó a Bruselas, donde, junto con Friedrich Engels, publicó el Manifiesto del Partido Comunista (1848) y fue uno de los principales inspiradores de la Liga de los Comunistas, la primera organización marxista internacional. De vuelta en Colonia, fundó, con la herencia de su padre, la Neue Rheinische Zeitung, otro periódico revolucionario que sería cerrado por las autoridades y lo obligaría nuevamente a partir al exilio. En 1849 se estableció en Londres, donde trabajó como corresponsal del New York Daily Tribune y escribió algunas de sus mejores piezas críticas, como El 18 brumario de Luis Bonaparte (1852) para el diario norteamericano Die Revolution. Allí escribiría también el primer volumen de su obra magna, El capital (1867; el segundo y el tercero no se publicarían hasta después de su muerte, en 1885 y 1894 respectivamente). En Inglaterra siguió trabajando con distintas asociaciones (los cartistas, el Comité Internacional) y en 1864 se convirtió en el líder de la Asociación Internacional de Trabajadores (la Primera Internacional). Defendió ardientemente la Comuna de París de 1871, la primera gran insurrección de carácter comunista. Murió en Londres en 1883.
Prólogo a La Sagrada Familia
El primer trabajo que Marx y Engels realizaron juntos para resolver sus dudas filosóficas adquirió la forma de una polémica contra la Literaturzeitung [Gaceta Literaria], que Bruno Bauer y sus hermanos Edgar y Egbert editaban en Charlottenburg, desde diciembre de 1843.
En este periódico, los «libres» de Berlín trataban de fundamentar su ideario, o lo que ellos llamaban su ideario. Bruno Bauer fue invitado por Froebel a colaborar en los Anales franco-alemanes [Deutsch-Französische Jahrbücher], pero después de muchas cavilaciones, se abstuvo; al tomar esta decisión no se limitaba a ser fiel a su propia conciencia filosófica: también se debía a que Marx y Ruge habían herido sensiblemente a su conciencia personal. Sus mordaces alusiones a la Rheinische Zeitung [Gaceta del Rhin], de «santa memoria», a los «radicales» y a los «listos del año 1842», etc., tenían un fondo justo: a pesar de todo. La rapidez y la facilidad con que la reacción romántica destruyó los Anales alemanes y la Gaceta del Rhin, en cuanto estos órganos dejaron la filosofía para pasarse a la política, y la absoluta indiferencia con que la «masa» contempló este «ametrallamiento» del «espíritu», arraigaron en Bauer la convicción de que por este camino no se iba a ninguna parte. Para él, la salvación estaba en retornar a la filosofía pura, a la teoría pura, a la crítica pura; y, efectivamente, nada ni nadie se opondrían a este plan de levantar un gobierno omnipotente del mundo en la esfera de las nubes ideológicas.
El programa de la Literaturzeitung, en lo que tenía de concreto, está expresado en estas palabras de Bruno Bauer: «Hasta aquí, todas las grandes acciones de la historia fracasaron desde el primer momento y pasaron sin dejar detrás ninguna huella profunda, por el interés y por el entusiasmo que la masa ponía en ellas; otras veces, acabaron de un modo lamentable porque la idea que albergaban era tal, que por fuerza tenían que contentarse con una reflexión superficial, no pudiendo, por lo tanto, concebirse sin el aplauso de la masa». El abismo entre el «espíritu» y la «masa» era el constante leitmotiv que aparecía en la labor de este periódico. Para la Literaturzeitung, según sus propias palabras, el espíritu sólo tenía un enemigo, que ya conocía: las ilusiones y la superficialidad de la masa.
Por lo tanto, no hay que extrañarse de que el periódico de Bauer, con esta ideología, juzgue despectivamente todos los movimientos de la «masa» de la época, el cristianismo y el judaísmo, el pauperismo y el socialismo, la Revolución francesa y la industria inglesa. La semblanza que Engels trazó de esta publicación es casi cortés: «Es y seguirá siendo —escribía retratando al periódico— una anciana, la filosofía de Hegel viuda y marchita, que cubre de adornos y afeites su cuerpo reseco reducido a la abstracción más repelente, y que con amorosas miradas busca un pretendiente por toda Alemania». En realidad lo que hacía era llevar al absurdo la filosofía hegeliana. Hegel, que hacía cobrar conciencia al espíritu absoluto únicamente en el filósofo a posteriori como espíritu universal y creador, venía a decir, en el fondo que este espíritu absoluto hacía de la historia un reflejo proyectado en la imaginación, y se precavía cuidadosamente contra el equívoco de considerar como espíritu absoluto al propio individuo filosófico. Los Bauer y sus secuaces se tenían por encarnación personal de la crítica, del espíritu absoluto, que obraba en ellos y gracias a ellos en oposición consciente al resto de la humanidad: la virtud del espíritu universal. Por fuerza esta nubecilla tenía que disiparse rápidamente, aun en la atmósfera filosófica de Alemania. La Allgemeine Literaturzeitung no halló gran acogida, ni siquiera en el sector de los «libres»; no colaboraban en ella ni Koppen muy retraído por lo demás: ni Stirner quien, lejos de ayudarla, conspiraba contra ella: tampoco se consiguió la colaboración de Meyen ni de Rutember y los Bauer tuvieron que conformarse, salvo la excepción única de Faucher, con firmas de segundo y tercer orden, como la de un tal Jungnitz y la pseudónima de Sziliga, perteneciente a un oficial prusiano llamado Von Zychlinsky, muerto en el año 1900, siendo general de infantería. Sin dejar huellas, toda esta fantasmagoría se vino a tierra antes de pasar un año. El periódico de Bauer no sólo estaba muerto, sino que había caído en el más completo olvido cuando Marx y Engels salieron a la palestra de la publicidad para darle batalla.