[…] y es nuevamente la ciudad inflada en el centro, sin memoria, sapo de yeso plantado de nalgas sobre la tierra seca y el polvo y la laguna olvidada, vino de gas neón, rostro de cemento y asfalto, donde el sexo es un cazador inerme…
Amor amor obesidad humana
Soplo de fuelle hasta abombar las horas
Y encontrarse al salir una mañana
Que Dios es Dios sin colaboradoras
Y que es azul la mano del grumete
—amor amor amor— de seis a siete.
Gerardo Diego
Los cuadros de costumbres son hijos legítimos del periodismo, como la empleomanía de las revoluciones; mejor dicho, el primitivo pensamiento filosófico degeneró en una especie de comodín, para llenar las insaciables columnas de un periódico. De ahí nacieron esa multitud de artículos estrambóticos, caracteres, tipos, reseñas y bosquejos; de ahí se crearon recursos para acallar las exigencias del cajista y del editor desinteresado y filantrópico.
Guillermo Prieto. Literatura nacional
I. EL ALAMBRADO
Otra prosa periodística
A Manuel Becerra Acosta
Entre los propósitos que unomásuno mostró en sus primeros números, se ha venido fortaleciendo uno que me entusiasmó especialmente, como lector, y en el cual luego he intentado colaborar: la práctica, incluso la creación, de una prosa periodística peculiar, opuesta al lenguaje impositivo de los mass-media. De consumarse este nuevo estilo —obra, en este primer año, realizada principalmente por varios reporteros— no me parecería exagerado considerarlo la mayor (o la única) vanguardia cultural colectiva que ha ocurrido en México en las últimas décadas.
No me refiero, por supuesto, a lo que se da por llamar «corrección del lenguaje» (el español bien habladito, servil y mentecato de los intelectuales high brow y de las academias), sino a esa prosa difícil, cada vez más frecuente en los reportajes y los artículos de este periódico, que se quiere conversada, flexible, matizada y capaz de suspicacia y sentido del humor. Una prosa democrática, pues.
Ese estilo ya había existido en México en una admirable tradición que se inicia antes de la independencia y llega aun a la mitad de este siglo, cuando sufrió la abrumadora agresión del auge industrial de los mass-media Con las aisladas excepciones que afortunadamente perduraron (como en aquel Excélsior y Siempre!), el último cuarto de siglo de nuestro periodismo nacional dio las espaldas a aquella tradición y ejerció los nuevos, eficaces trucos tecnológicos de la información industrializada y tiránica, y su lenguaje.
Creo que algunos periodistas mexicanos de la vieja escuela, que quizás desesperaban y se consideraban últimos sobrevivientes de una especie extinguida, deben estar alegres de este nuevo, inesperado relevo, que comparte con ellos muchos de los rasgos políticos y expresivos a los que dedicaron su vida. Y del público joven, que a pesar de haber crecido con TV, manipulación masiva, amarillismo, atavismos de consumo, etcétera, crea la posibilidad de otro periódico, de otra comunicación verbal, opuestos a los condicionamientos que durante años le habían sido impuestos.
Creo también que los mass-media del gran capital pueden irse preocupando, porque esa prosa peculiar, de realizarse, al igual que otros propósitos, será algo con lo que no podrán competir ellos, los dueños de todas las reglas de la libre competencia, porque no podrán fabricar un temperamento periodístico que, por principio, sólo puede elaborarse en la práctica solidaria y libre de un grupo de periodistas y un público de lectores exigentes. Mientras que en los mass-media el lector es un mero receptor de mensajes estandarizados (cuya eficacia reside exclusivamente en el aparato tecnológico que los difunde; y el periodista es una mera «fachada», vehículo servil, de esos mensajes), este periódico quiere alentar aquella entrañable, vieja atmósfera artesanal, de la proposición y conversación democráticas. Lo que se creía cosa del pasado resurge: importan los lectores, importan los periodistas —aunque el capital y la tecnología escaseen.
Compárese éste con otros medios de información. La discreción de la primera plana, la total ausencia de autoritarismo (por ejemplo, la manera en que se han tratado los grandes casos políticos y policiacos que admiten en otros lados la quema de brujas); la proporción de información latinoamericana, el espacio concedido a grupos oprimidos y marginales; la detectivesca y polémica información sobre el INEN, Pemex, la amnistía, Reforma Agraria, etcétera; la total negación a ser escaparate de figuras en el poder (por el contrario, la ironía —casi siempre cortés, pero efectiva— con que se les ubica); y otra cosa, no menos reveladora: la sobriedad en la denuncia y la crítica, en contraste con la vociferación confusionista con que los mass-media quieren manipularlas.
No menos importante que estas características del periódico es la expresión prosística en que se manifiestan. En lugar del amarillismo con que se trató el caso de Flores Alavez, un reportero descubrió una mejor noticia: los pensamientos y proyectos de los hijos modelos de nuestra clase dirigente; otro nos ha mostrado a los trabajadores tempraneros en los primeros convoyes del metro Zaragoza en un reportaje que es toda una descripción social; alguno entrevistó a un dirigente de la juventud priísta, y descubrió que lo importante no eran tanto sus palabras como los ademanes y gesticulaciones que las acompañaban, y que revelaban nítidamente la concepción que tenía del poder al que aspiraba. En las notas policiacas ya se ha hecho costumbre advertir el lenguaje, los cuerpos, la ropa y las explicaciones de los propios delincuentes, en vez de hacerle segunda a los boletines de policía; en las deportivas, suele aparecer un interés por los personajes, más allá de sus hazañas (El Cuyo, Pipino), y se les describe y pregunta cosas que convencionalmente no vendrían a cuento.
La identificación de público y periodistas crea una curiosidad y un temperamento de los cuales salen noticias peculiares con una prosa peculiar. Noticias que contengan respuestas, o elementos de respuestas, a determinados cuestionamientos; y no los mensajes que al poder y al capital le convienen, e imponen en fórmulas que no invitan a la razón, a la discusión ni a la duda, sino se establecen verticalmente hacia abajo en juicios, imágenes y slogans unívocos. La prosa que buscamos quiere ser, por el contrario, plurivalente y horizontal (como a través de una mesa de café o de cantina), entre un periodista que habla a su igual (en lugar de una empresa que condiciona a sus consumidores silenciosos) y con el lenguaje cotidiano (opuesto al autoritarismo tecnológico con que los mass-media abruman la mente y la sensibilidad del individuo). Esta horizontalidad de la prosa permite personalizar las crónicas, entrelinear emociones, destacar aspectos laterales, matizar y sobre todo proponer (no imponer) informaciones, ideas y comentarios.
Pero hay algo más. Si consideramos que la civilización actual desprestigia el lenguaje verbal y lo sustituye con un lenguaje de objetos, señales sin flexibilidad, mensajes que se imponen y ya, podremos ver la catástrofe de la lengua que estaba ocurriendo entre nosotros. Fragmentados en una sociedad que aísla al individuo, cada vez con mayor influencia de los