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Jorge Ayala Blanco - La aventura del cine mexicano

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Jorge Ayala Blanco La aventura del cine mexicano

La aventura del cine mexicano: resumen, descripción y anotación

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Concebido como el primer ensayo histórico sobre el cine nacional —y hasta la fecha sigue siendo el único—, «La aventura del cine mexicano» constituye una exposición y una interpretación global del tema, tanto sociológica y política como psicológica, estética y literaria. En tres apartados —«Los temas y las series», «Fuera de serie» y «La nueva frontera: transición»—, Jorge Ayala Blanco ofrece al lector una serie de análisis no exentos de pasión, en los que cada película habla por sí misma, mostrando defectos y virtudes. «La aventura del cine mexicano» fue escrito gracias a una beca del legendario Centro Mexicano de Escritores, y está considerado un libro clásico en la materia. Se utiliza como texto de consulta en universidades y escuelas de cine en México y los Estados Unidos, y se cita en innumerables publicaciones nacionales y extranjeras. Hoy se edita nuevamente, después de haber estado agotado durante años.

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Luz

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Apéndice
Clase teórica

Si los primeros teóricos lo llamaron la música de la luz y le asignaron un papel de promotor del sueño, el cine escapa por la vertical, avanza con sus propios pasos, desborda las previsiones, los casilleros, los juicios elementales. El cine ya ha dejado de ser un «arte», o la supuesta síntesis de todas las artes, para ser él mismo, como lo pedía Jean Vigo, un objeto impuro, una dinámica que se rige por leyes específicas, un lenguaje que ha declarado la independencia de sus visiones y se vuelve enjambre de mitos y crea el origen privilegiado de una cultura autónoma. Por eso el cine se burla de quienes lo abordan con la óptica de las artes del siglo diecinueve y le exigen una poesía no mediatizada. El cine moderno, escritura más que lenguaje, es un medio de comunicación que, aun deshaciéndose y desdramatizándose, incluso martirizándose y desmaterializándose, sigue persiguiendo el ideal narrativo, siempre recuperable en cualquier nivel, siempre horizonte, de Hollywood Babilonia. Después de desviar el rumbo de todas las artes del siglo veinte, el cine se alimenta, voraz, flagrante, de todas las ciencias humanas vivas de hoy —sociología, lingüística, antropología, psicología, ciencias de la información— sólo para, mejor propagarlas, exasperarlas, sublimarlas, trascenderlas en una evidencia que, desplazada la espontaneidad del recién llegado, exige el rigor del especialista, la ingenuidad amañada del cinéfilo. El cine, fanático de la vivencia, artificio punzante, postula su propia responsabilidad de la forma: asiste con mirada de fascinación a la decadencia de una civilización prehistórica que nunca fue completamente nuestra, y asiste al surgimiento de un hombre nuevo, lúcido y disponible, que jamás seremos. El cine es el lugar en que se inmola la disidencia.


Septiembre de 1965 / junio de 1968

JORGE AYALA BLANCO ha ejercido la crítica cinematográfica en México en la - photo 1

JORGE AYALA BLANCO ha ejercido la crítica cinematográfica en México en la cultura (1963-69), Diorama de la cultura (1970-73), La cultura en México (de 1969 a la fecha); también ha sido secretario de redacción de la Revista de Bellas Artes (1966-68), profesor de carrera en el Centro de Estudios Cinematográficos de la UNAM, consejero universitario de la UNAM (1972-77), realizador del programa «Mujeres compositoras» en Radio Educación, y traductor de poesía y filosofía en los suplementos Sábado y La cultura en México, a partir del francés, inglés, italiano y alemán.

Entre sus libros se encuentra Cine norteamericano de hoy (UNAM, 1966); Falaces fenómenos fílmicos (UAM-I, 1981); La búsqueda del cine mexicano (1968-1972), publicado originalmente en dos tomos por la UNAM en 1974 y a partir de 1986 en un solo volumen por Editorial Posada; La condición del cine mexicano (1973-1985), publicado en 1986 por Editorial Posada, y otros, de los que es prologuista-recopilador (en especial El gallo de oro de Juan Rulfo), o investigador-coautor: Cartelera cinematográfica 1930-1939, Cartelera cinematográfica 1940-1949, Cartelera cinematográfica 1950-1959 y Cartelera cinematográfica 1960-1969 , en colaboración con María Luisa Amador y publicados por la UNAM.

Del mismo autor. Editorial Posada ha publicado La búsqueda del cine mexicano (1968-1972) y La condición del cine mexicano (1973-1984); así se complementa «La ABC del cine mexicano».

A Rita y a Rodrigo,

mis ligaduras, mis incentivos.


Mientras la crítica tuvo por función tradicional juzgar, sólo podía ser conformista, o sea juzgar conforme al interés de los jueces. Sin embargo, la verdadera «crítica» de las instituciones y de los lenguajes no consiste en «juzgarlos», sino en distinguirlos, en separarlos, en desdoblarlos.

—Roland Barthes, Critique et vérité.


Bajo el suelo de México verdean

espesamente pútridas las aguas

que lavaron la sangre conquistada;

nuestra contradicción: agua y aceite,

permanece a la orilla dividiendo

como un segundo dios

todas las cosas:

lo que deseamos ser y lo que somos.

—José Emilio Pacheco, El reposo del fuego.

La Revolución

El cine mexicano empezó a explorar los terrenos del arte cinematográfico de manera brillante, tal vez demasiado brillante. Favorecida por el gobierno del general Cárdenas, la etapa preindustrial es la más rica de su historia. Al lado de películas de ínfima calidad, directores como Juan Bustillo Oro, Arcady Boytler, Gabriel Soria, Chano Urueta y Emilio Gómez Muriel consideraron el cine como un campo abierto a la experiencia artística y a la aportación personal.

Las películas notables descubiertas hasta hoy de la década de los treintas no forman una escuela. Valiosas en sí mismas, revelan tentativas aisladas, dispersas. No llegan a sentar las bases de un acento nacional. La pluralidad de tendencias oculta los senderos más firmes a seguir. Dos monjes del dramaturgo Juan Bustillo Oro (1934), para relatar la rivalidad amorosa que lleva al crimen a dos hombres enclaustrados, se inspiraba en un estilo plásticamente desorbitado que procedía del expresionismo alemán, pletórico de símbolos en claroscuro y que se desarrollaba en dos versiones contrapuestas a la manera de Pirandello. La mujer del puerto de Arcady Boytler y Raphael J. Sevilla (1933) incorporaba, en la adaptación de un cuento tremendista de Maupassant, la atmósfera sórdida y el lirismo sentimental. Chucho el Roto de Gabriel Soria (1934) erigía, por medio de elementos populares, el mito del bandido generoso que combate contra la injusticia y el abuso del poder en una época propicia al heroísmo. Janitzio de Carlos Navarro (1934) inauguraba el indigenismo a través de la fotogenia de las aguas tranquilas de los lagos interiores. Redes de Emilio Gómez Muriel y Fred Zinnemann (1934) concebía la unión de la lucha contra la naturaleza y la lucha cívica como una sinfonía audiovisual en la que el ritmo casi cósmico de la pesca marítima y la rebelión espontánea se respondían vigorosamente con la música de Silvestre Revueltas. No obstante los pavorosos defectos técnicos y narrativos en que se expresaban estas películas, consecuencia del estado incipiente de la cinematografía nacional, podía respirarse a través de ellas un clima de búsqueda creadora.

Por su resistencia para envejecer y nunca extinguirse en el ridículo, la obra de Fernando de Fuentes domina este periodo. Después de una entrada en falso (El anónimo, 1932), en el intermedio de ejercicios desafortunados (La calandria, El tigre de Yautepec), en 1933 el director realiza El prisionero 13, en la cual, ya con un lenguaje muy sobrio, retrata a un jefe militar arbitrario y venal (Alfredo del Diestro) a quien fatalmente le toca en suerte ordenar el fusilamiento de su propio hijo. A fines de ese mismo año, De Fuentes dirige El compadre Mendoza.

Con esta obra maestra, el cine mexicano aborda por primera vez un tema histórico con intenciones polémicas. La revolución armada de 1910 se interpreta desde la perspectiva que proporcionan dos décadas de distancia. Es el primer tema importante que trata con talento el cine mexicano. Poco tiempo después, el mismo director realiza Vámonos con Pancho Villa. A diferencia de películas de la época como La sombra de Pancho Villa de Contreras Torres y Enemigos de Chano Urueta (1933), que sólo alcanzan a percibir esa guerra civil como una anécdota apta para la demagogia, en las películas de Fernando de Fuentes se consigue un tratamiento serio del tema de la revolución. Ninguna película posterior logrará aproximárseles.


LA ALEGORÍA POLÍTICA. Se basaba El compadre Mendoza en un relato homónimo del novelista Mauricio Magdaleno, quien en la década siguiente será el argumentista de cabecera de Emilio Fernández. En la adaptación intervienen Juan Bustillo Oro y el propio De Fuentes. Han conservado la estructura del cuento; la cinta discurre de una manera clara y sencilla.

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