Benito Pérez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 1843 - Madrid, 1920). Novelista, dramaturgo y cronista español, es uno de los principales representantes de la novela realista del siglo XIX y uno de los más importantes escritores en lengua española. Su estancia en Madrid, donde estudió Derecho, le permitió comenzar a realizar colaboraciones en revistas y frecuentar los ambientes literarios de la época. Sus obras, de un nítido realismo, fueron un reflejo de su preocupación por los problemas políticos y sociales del momento. Gran observador, su genial intuición le permitió plasmar fielmente las atmósferas de los ambientes y los retratos de lugares y de personajes. De su producción literaria destacan La Fontana de Oro, El audaz, los Episodios Nacionales (serie empezada en 1873 con Trafalgar), Doña Perfecta, Fortunata y Jacinta, Tristana, Realidad (su primera obra de teatro), La loca de la casa, Casandra, Electra y El caballero encantado. Galdós fue elegido miembro de la Real Academia Española en 1889 y candidato al Premio Nobel de Literatura en 1912.
INTRODUCCIÓN
TRISTANA, LA MUJER DE LA TRISTE FIGURA
P ALABRAS INICIALES : LA VIDA ENTRA EN LA NOVELA
Benito Pérez Galdós (Las Palmas, 1843-Madrid, 1920) resulta uno de los genios de la narrativa decimonónica europea, y dentro de España es reconocido como el más ilustre novelista después de Miguel de Cervantes. Cuando roza la cincuentena de edad la realidad contemporánea no es ya la principal maestra de su existencia, sino que ha sido sustituida por la observación y las experiencias vitales. Esta manera novelesca (reflejada en las obras redactadas entre 1888 y 1897) es a la que pertenece Tristana (1892). Galdós entiende ya algo explicado años después por José Ortega y Gasset, que la realidad resulta interpretable de muchas maneras, dependiendo de las circunstancias, mientras la experiencia vital es única y personal. De ahí el calor humano que desprenden sus páginas.
Como sucede con la mayoría de los genios literarios, la firma suele ir asociada con una determinada obra o parte de un opus. En el caso de nuestro escritor, hay quienes prefieren sus novelas simbólicas de la primera época, como Doña Perfecta (1876); otros reivindican las excelencias de la novela histórica, alguno de sus cuarenta y seis tomos de Episodios nacionales. Mientras, como adelanté, la crítica manifiesta una decidida predilección por sus novelas propiamente realistas, de tema contemporáneo, como Fortunata y Jacinta (1886-1887). Las de madurez, escritas al borde de la cincuentena, entre las que contamos la aquí editada, son narraciones modernas, como las denominó Ricardo Gullón del ser humano tuvieron prioridad en las maneras anteriores, ahora el narrador se centra en auscultar lo que le mueve desde el interior.
Hay, al menos, dos Galdoses. El que desde la juventud se interesa por los problemas de la sociedad en que habita, reflejándola en sus páginas, revisando su historia, los problemas causados por las diferencias económicas, de educación, de físico, de inteligencia, y el escritor maduro. Este hombre se preocupará por la persona concreta, por entender lo que la mueve por dentro. Volveremos luego sobre el asunto, de momento digamos que la madurez personal le llevó a fijarse mejor en los sentimientos concretos de quienes vivían a su alrededor.
La biografía galdosiana, como la del autor del Quijote, fue agitada, especialmente en el apartado sentimental. Cuando redactaba Tristana, el escritor concluía una enriquecedora relación amorosa con la escritora gallega Emilia Pardo Bazán (1851-1921), de la que conservamos un interesante testimonio en treinta y dos cartas enviadas por la ilustre condesa al escritor fechadas entre 1889 y 1890, de la que se apasiona al tiempo que le inspira la presente novela. El carácter y entrega de la joven le obligaría a reconsiderar dos aspectos de su novelística en orden de contar bien la historia, por un lado, el formal, hubo de buscar un modelo innovador para incorporar al texto el trato íntimo con una mujer, y, por otro lado, lo temático, el puesto social de la mujer en su siglo. En el año transcurrido desde que conoce a la futura protagonista de la ficción hasta que redacta la novela no tuvo tiempo suficiente para pensar o calibrar a fondo la personalidad de Concha, que así se llamaba la mujer amada, pero sí se percató del acento trágico añadido a la relación amorosa debido a que el hombre fuese maduro y la mujer mucho más joven, el precio del amparo: la experiencia de la persona entrada en años tiende a negar la espontaneidad y la ilusión juvenil.
Lo sorprendente es que también comprendió el origen social de la seducción masculina, la necesidad de que converjan una serie de factores para que se pueda producir, porque no es un suceso natural. El seductor maduro carece de la energía e iniciativa del joven, y por ello, como el don Lope de la obra, se vale del artificio para engañar y conseguir su objetivo. Galdós contaba con un ejemplo de seducción extraordinario, y que él conocía bien, el ofrecido por Leopoldo Alas Clarín en La Regenta (1885). El escritor de Oviedo había novelado la seducción de Ana Ozores por don Álvaro, un hombre mayor que ella, y explicado con minucioso detalle que la sexualidad era secundaria a la alevosidad del seductor. Probablemente, Concha Morell le contó la seducción sufrida por ella tras la muerte de su madre, pasando su protector a ser el modelo de don Lope.
La mujer seducida cae primordialmente en la red que le tienden no por satisfacer un deseo sexual, sino porque la arman una trampa. Quienes han descontado esta obra galdosiana por considerarla una novela corta, menor, la leyeron sin entender este enorme agujero negro en el pavimento social por el que deambulaba Galdós, el de la aborrecida seducción. La uniformidad de la conducta burguesa siempre temió lo diferente, fuera la posible seducción de un hijo o hija o una expresión de deseos reprimidos. El canario hurgaba en ese punto flaco de una sociedad que temía el poder del cuerpo, estigmatizado por la Iglesia, y metía la pluma en sus propias entrañas, donde el verdadero amor que sentía por la Pardo Bazán, con quien hablaba de estética y de cómo hacer novelas, se mezclaba con la pasión por una mujer joven y bonita.
Galdós, como era habitual, jugaba con fuego. Sus amigos santanderinos, José María de Pereda y Marcelino Menéndez Pelayo, desaprobaban semejantes veleidades, porque aireaban aspectos de la vida social española que ellos creían que debían permanecer ocultos. Incluso su amiga y amante, Emilia Pardo Bazán, se sorprende de que un hombre tan comedido en el trato diario fuera tan atrevido en los temas abordados en sus obras. En verdad, Pereda y Menéndez Pelayo, representantes del pensamiento conservador español, tenían bastante con los excesos de sus novelas de tema contemporáneo, que ellos achacaban a la infección naturalista sufrida por su amigo. Evidenciada en los temas tratados, como la prostitución de Isidora Rufete, el adulterio de Juanito Santa Cruz y así, para que encima el colega se dedicase a auscultar almas, que, en su opinión, mejor quedaban inexploradas, pues jamás sabemos qué vamos a encontrar. Y llevaban razón, porque lo que Galdós encuentra en esta última época de su vida es, como veremos, la fragilidad del individuo. La clase media exigía de los de estamentos sociales inferiores honestidad y dignidad en la pobreza, incluso en la adversidad.