Álex Aranzábal - El modelo Eibar
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- Libro:El modelo Eibar
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- Editor:Esfera de los Libros
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- Año:2015
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El modelo Eibar: resumen, descripción y anotación
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A la memoria de mi aita y de mi hermano Imanol
Prólogo
La verticalidad y otros misterios
A penas concedí valor a la geografía en mi infancia, convencido de que el mundo era como el territorio que me rodeaba en Las Pa rejas, un mar de tierra que en mi imaginación se prolongaba hasta el infinito. Sin mucho esfuerzo, llegué a la conclusión más natural para un niño obsesionado con la pelota y sin otro horizonte que La Pampa.
En una considerable proporción, todos somos producto de nuestro entorno. El mío era el propio de un pueblo pequeño, pendiente del rendimiento de las cosechas y de la industria agrícola que fabricaba la maquinaria para faenar los campos. Me acostumbré muy pronto a las condiciones que dictaban un clima amable y un paisaje sin relieves. La pelota hizo el resto.
Asocié el fútbol a la llanura, al buen tiempo y al placer. La na tu raleza favorecía esta idea. Si llovía, había muchas posibilidades de que el partido se suspendiera. El barro estaba mal visto porque cons pi raba contra la habilidad y convertía el fútbol en un asunto de masiado laborioso. En Las Parejas, jugábamos con los elementos a nuestro favor, sin sospechar otra alternativa a nuestro mundo horizontal.
Descubrí la verticalidad y algunos otros misterios con 19 años, tras fichar por el Alavés. Si Camus dijo que aprendió del fútbol to dos los deberes éticos de la vida, en mi caso me enseñó la impor tancia de la geografía. De mis primeros días en Vitoria guardo dos recuerdos: llovía sin desmayo y los viajes me resultaban extraña mente sinuosos. Solía acudir a San Mamés para ver partidos euro peos, o viajaba a San Sebastián por el placer de disfrutar de una ciudad que me entusiasma. Lo más sorprendente ocurría durante el viaje.
Acostumbrado a un paisaje sin límites, me incorporé a una geografía novedosa, vertical, profunda, donde el espacio se comprimía violentamente, un territorio donde la curva se imponía con tanta contundencia a la recta que hasta la autopista me resultaba marean te.
Atravesé innumerables veces el puerto de Urkiola para alcanzar la autopista que lleva a San Sebastián. Me preguntaba dónde cabía el fútbol en un paisaje que despreciaba la recta y el llano. «País de montañeros, no de futbolistas», me decía. No me equivoqué en el primero, pero fracasé en el segundo pronóstico. En menos de 80 kilómetros de distancia me encontré con tres equipos de Primera División y poco después con uno de Segunda, el Barakaldo.
En Lasesarre, el campo del Barakaldo, aprendí una lección in olvidable sobre la naturaleza y los secretos del fútbol. Descubrí que el fútbol es una muñeca rusa. Cada capa esconde un secreto, y cada secreto, otro, y así hasta el infinito. Lo que sabía de Las Parejas no me servía en Lasesarre y su legendario barrizal. Aquella tarde me dijo mucho de un fútbol que desconocía. Mientras me peleaba sin éxito contra el lodo y el agua, observé a un chaval más flaco que yo y casi tan alto. Se llamaba Sarabia. En una primera ojeada sentí por él la misma lástima que por mí. «Dos náufragos con distintas camisetas», pensé. Cinco minutos después, aquel flaco gobernaba el partido a su antojo. Se movía por el barro con la agilidad de un patinador, obedecido por la misma pelota que a mí me humillaba.
Apoteosis vertical
L ecciones de ese calibre me sirvieron para eliminar prejuicios y para hacerme nuevas preguntas. En cada viaje a San Sebastián se repetía un momento fascinante. La autopista discurría por la ladera de un monte, atravesando un valle muy estrecho. Abajo, encajona do entre las montañas, se aglomeraba un pueblo. Pregunté la primera vez. «Eibar», me dijeron. «Las Parejas, pero al revés», pensé. En aque lla apoteosis vertical no le concedí posibilidad alguna al fútbol, te sis desmentida por el campo que asomaba pocos metros por debajo de la carretera. «Ipurua», me dijeron.
Había algo de asombroso en aquel campo, el combate contra una realidad que le negaba. Cualquiera que visite Eibar sabe que es casi imposible encontrar un metro, ni llano, ni inclinado. Lo impide la altísima densidad de construcciones y una orografía sin medias tintas. Es un pueblo donde se sube o se baja, pero no se llanea. Ipurua, 103 X 68 metros de campo plano, dice todo de la tenacidad de su gente. Existe porque la pasión por el fútbol supera todas las adversidades, también la de la geografía. Solo puede interpretarse como un milagro de la voluntad.
Algún compañero del Alavés me dijo que el campo se construyó sobre un relleno de escombros, en la ladera del monte. Lo que no proporcionaba la naturaleza, lo arreglaba el hombre. Para mí, que venía de una planicie inmensa, ese campo colgado del mon te me explicaba todo de la imparable fuerza del fútbol. Con el tiem po descubrí que la tenacidad que Eibar aplicaba al fútbol era la misma que le había generado su gran reputación industrial. Es un pueblo que dispone de poco espacio y mucha imaginación.
Con estos antecedentes, no me extrañó que el Eibar ascen die ra a la Primera División. Lo interpreté como la metáfora de su propio campo. De la misma manera que Ipurua desafía las con ven ciones geográficas, el equipo ha rechazado las convenciones fut bolísticas. A media distancia de Bilbao y San Sebastián, dos ciuda des que alimentan el seguimiento masivo de sus equipos, Eibar (25.000 habitantes) no parecía presagiar el éxito de su equipo, si no fuera porque se trata de un pueblo singular, capaz de producir más actividad deportiva por metro cuadrado que cualquier otro que yo conozca.
Aunque siempre se le saludó como un club estable, bien ges tionado, sin los habituales delirios que tantas frustraciones generan en el fútbol, estaba claro que el Eibar tenía planes importantes. Su bió a Segunda División en 1987 y permaneció en la categoría durante 18 temporadas, periodo de tal extensión que solo podía ha blar de un club sensato, estable y sin complejos.
Sus reducidos presupuestos no le impedían ejercer una brillan te política de aprovechamiento. Si el Athletic y la Real Sociedad fagocitaban la gran mayoría de los jugadores vascos, el Eibar se be neficiaba de su condición de equipo de Segunda, el mejor escena rio posible para recibir a futbolistas cedidos por los dos equipos, o a descartados de sus plantillas. La estrategia funcionó tan bien que varios clubes de la Liga española eligieron al Eibar como equipo nodriza para sus jóvenes más prometedores. En esta política se formaron futuras estrellas como Xabi Alonso y Silva. Encontraron el equipo perfecto, sin tonterías, pegado al suelo. El Eibar no te con fundía. Te mostraba sin retórica el camino de la profesionalidad.
El equipo de todos
O tra cualidad apreciable en el Eibar ha sido el vínculo con el pueblo y su entorno. Todavía hoy, varios de sus jugadores proceden de Bizkaia, Gipuzkoa y Navarra, algunos curtidos en las categorías regionales. Muchos de ellos lo han aprovechado para proyectarse a la Primera División y, en algún caso, a Ligas extranjeras. La vincula ción se extendía a otros aspectos esenciales del fútbol, como el patrocinio, en este caso de una empresa local, conexión que no se ha perdido tras el ascenso a Primera División.
El Eibar remite al trabajo bien hecho, por infrecuente que sea en el fútbol español, donde el fracaso ha alcanzado a clubes de gran tradición, representantes de algunas de las ciudades más pobladas y más potentes en el capítulo económico. Al Eibar se le atribuyó la condición de club resistente, con el techo en la Segunda División, pero cuando un equipo se mantiene tantos años en una categoría no conviene descartar que esté preparando el asalto a la cima. Cuando estuvo en condiciones de saltar a la Primera, no lo dudaron ni sus dirigentes, ni el entrenador, ni los jugadores.
El recorrido hasta el ascenso entusiasmó a sus hinchas y cau tivó a los neutrales. Se demostró durante la campaña de aportación de capital al club, completada con un éxito emocionante. El Eibar se erigió en el equipo de todos, el pequeño equipo que nos devolvía ideales cada vez más en desuso, como la coherencia, la atención a los detalles, la sobriedad y la reivindicación de un modelo conectado con la proximidad, con el hincha de toda la vida y no con el consumidor; con el pueblo llano, en definitiva.
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