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Jairo A Trujillo Amaya - Me atacó el cáncer gracias a Dios

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  • Libro:
    Me atacó el cáncer gracias a Dios
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    Universo de Letras
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    2020
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Me atacó el cáncer gracias a Dios: resumen, descripción y anotación

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El autor transmite su experiencia de lucha contra el cáncer, en medio de recuerdos desus vivencias, la protección de su familia y el sentimiento que lo invade de angustia ydesesperación, al ver que a la sociedad en que vive la acosa la misma enfermedad. Seaprecia la importancia de la fe que atrae la esperanza que lo anima a buscar surecuperación.

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Me atacó el cáncer gracias a Dios

“Un testimonio para compartir”

Jairo A Trujillo Amaya

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Me atacó el cáncer gracias a Dios
“un testimonio para compartir”

Jairo A Trujillo Amaya

Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

© Jairo A Trujillo Amaya, 2020

Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com

www.universodeletras.com

Primera edición: 2020

ISBN: 9788418385742
ISBN eBook: 9788418386510

Unas pocas palabras para dar gracias también

(Por Jorge Yarce Maya)

Los trotes en los que andábamos hace cuatro años cuando el cáncer atacó a Jairo Alberto Trujillo Amaya, no nos podían permitir presagiar –ni mucho menos- que ese mismo tiempo después estaríamos aquí un grupo de sus amigos celebrando la publicación de su libro: “¡ME ATACÓ EL CÁNCER. ¡GRACIAS A DIOS!” Sólo Dios sabe por qué y para qué estamos hoy aquí, cuando las cosas que veníamos venir entonces eran inevitables a los ojos humanos. La vieja lección de que “para Dios no hay nada imposible”, está puesta en evidencia una vez más.

Como escribí en la presentación del libro, Jairo me dio tan inoportuna noticia un día en nuestras oficinas del Instituto Latinoamericano de Liderazgo y lo primero que pensé es que una persona de la vitalidad de Jairo no se podía morir. Pero ustedes me entienden: no porque físicamente fuera imposible, sino porque cuando alguien se muere –es una idea de Unamuno- en realidad “se nos muere” y eso es lo que en aquel momento resultaba inoportuno porque Jairo y yo nos habíamos reencontrado después de varios años y ahora trabajábamos juntos y la cosa apenas empezaba a caminar. No podía ser, fue mi reacción inicial.

Pero también me acordaba en ese momento –y luego se lo comenté a él y a María Clemencia en momentos críticos- de unas palabras que le escuché alguna vez al Beato Josemaría Escrivá, a raíz de la muerte de una persona cercana: Dios no es un cazador furtivo que anda buscando la presa para darle el tiro de gracia en el momento más inesperado, sino que es un jardinero –un padre amoroso- que arranca la flor en su mejor momento, que llama hacia a sí a las personas cuando las considera maduras para el premio. Es consuelo siempre válido, pero especialmente en aquel trance que vivía Jairo.

Porque, por otra parte, Jairo no necesitaba lecciones ante la muerte cercana puesto que tenía muchas ganas de vivir y era una persona de fe, de tal manera que estaba dispuesto a arrancar a Dios la gracia de seguir en pie y estaba dispuesto a luchar con la enfermedad a brazo partido, con una entereza que no le llegó de golpe sino que fue construyendo como quien levanta un dique frente a la oleada turbulenta que se le echa encima. Y vaya si lo logró. En este libro nos cuenta algunos de esos pasos, pero pueden estar seguros de que hay cosas que no cuenta por pudor interior pero que se entrevén a través de lo que sí cuenta.

Desde que San Agustín escribió sus Confesiones, el primer diario íntimo que la literatura del mundo conoce, en el que narra la desgarradora lucha interior del hombre y su angustia existencial ante la vida y la muerte, ante la nada o ante Dios, las personas sentimos ese atractivo profundo de un escritor cuando deambula por los vericuetos de la propia intimidad tratando de describir lo que, de alguna manera, escapa inefablemente a la letra misma.

En uno de los primeros capítulos de sus Confesiones Agustín narra el estado de su alma ante la muerte del amigo íntimo y dice que se debatía entre querer morir para estar con la mitad de sí mismo que había muerto y querer vivir para que no muriera del todo la otra mitad de si mismo. Algo parecido es el estado de alma que nos revela Jairo a través de las páginas testimoniales de su pequeño pero sugerente libro. Está dispuesto a lo que Dios le pida, después de la rebelión inicial, pero no escatima esfuerzos por continuar la tarea de tejas abajo.

Al dolor y al sufrimiento humano cabe aplicar aquello que Lope de Vega decía del amor humano: “El que lo probó lo sabe”. Ahí no hay escuela a distancia ni teoría que valga. Podemos tener conocimientos que nos ayuden a entenderlo pero la vivencia es la única escuela en la que se aprueba o se pierde la materia, especialmente si se trata de una situación como la experimentada por Jairo con el cáncer. Y es una materia para autodidactas que se la juegan toda. No solos, porque no somos solos, ni vivimos solos, ni nos salvamos o perdemos solos. El primer Robinson Crusoe sólo existía en la mente de su creador, y los demás son remedos plenos de acompañamientos tecnológicos y rodeados de curiosidad farandulera.

Un poeta español del siglo XIX, Ricardo León, dijo algo muy bello que tengo grabado en mi alma desde hace muchos años: “Dentro del dolor está la verdad, como está el agua en la entraña viva de la roca”. Pero hay que horadar esa roca para sacar la verdad. La lección del dolor y del sufrimiento es parte del currículo fundamental para avanzar en la empresa de ser persona, pero no para evitarlo sino para aceptarlo como escuela de vida.

“La enseñanza sobre el dolor no es un programa de consuelos fáciles- escribió Josemaría Escrivá-. Es, en primer término, una doctrina de aceptación de ese padecimiento que es de hecho inseparable de toda vida humana…El dolor entra en los planes de Dios. Esa es la realidad, aunque nos cuesta entenderla” (Es Cristo que pasa)

Ese proceso es el que personas como Jairo han afrontado dispuestos a dejarse la vida a jirones en el empeño. Pero él lo logró y lo revivimos a través de su epopeya personal descrita con sinceridad y con afán de contagiar a otros que viven el mismo trance, de esa esperanza que resuman sus páginas, de esa fe que fue renaciendo como lo hace el fuego auténtico de una hoguera en apariencia apagada.

Desde el instante de recibir la noticia tremenda hasta el instante de recibir la noticia consoladora de la curación, corre un mismo hilo conductor: la lucha por “entrar con los ojos despiertos” en la muerte, es decir, por recuperar el sentido de la vida, por tender la propia mano para coger la que ya le ha tendido Dios. No hay nada extraordinario en ello. Sólo lo ordinario de poner de verdad los pies en la tierra para poder mirar bien al cielo sin trastabillar ni desorientarse.

El mismo San Agustín antes citado nos recuerda que un corazón desorientado es una fábrica de fantasmas. Jairo nos evidencia que lo primero que hizo fue constatar y apartar de su vida los fantasmas del fracaso, del éxito centrado en lo económico, del subir por subir, de las amistades interesadas, del temor a Dios –no como amor del hijo que sabe que desperdicia la herencia-, del aferrarse al equipaje de aquí abajo.

Interiormente el autor, al final de su odisea ante el cáncer podía haber repetido gozosamente el anhelo expresado poéticamente por Antonio Machado así:

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