Álvaro Abós
Xul Solar. Pintor del misterio
Sudamericana
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XUL SOLAR O EL HOMBRE INCREÍBLE
Prólogo a esta reedición
Xul Solar, además de virtuoso acuarelista, fue dibujante, astrólogo, inventor, metafísico, lingüista, titiritero, arquitecto, diseñador, creador de un mundo plástico inclasificable, cruzado por enigmas cabalísticos y secretos esotéricos. Uno de los grandes artistas plásticos que produjo la Argentina en el siglo XX, también fue un personaje clave para la cultura de Buenos Aires. Esa cualidad polifacética es el núcleo de la biografía que le he dedicado, y que hoy se reedita, en la cual traté de explicar la diversidad en su formación, los saberes religiosos y profanos de Xul así como las fuentes de su fabulosa creación artística. También los rasgos del ser humano Xul, un hombre a la vez carismático y misterioso, universal pero inconfundiblemente argentino.
Xul Solar fue un aventurero espiritual; viajó por el mundo, por las religiones, el ocultismo, los lenguajes, la música y la invención. Lo había iniciado en el esoterismo uno de los ocultistas más populares y controvertidos, el inglés Alistair Crowley (1875-1947), conocido como La Bestia, cuya faz ilustró a comienzos de la década del sesenta la tapa de un álbum de los Beatles, otorgándole nueva popularidad.
Xul Solar estudió la Cábala, el Corán, I Ching, el Tarot, las leyendas celtas y la Edda Mayor, así como las fuentes del hinduismo y el budismo. Leyó a los grandes autores de la literatura mundial cuya obra se relacionaba con las enseñanzas herméticas, desde Dante Alighieri, jefe de la asociación templaria Fede Santa, hasta William Blake. Pero también frecuentó a Swedenborg, Milton, Goethe, Narval, Poe, Baudelaire, Mallarmé. La oceánica curiosidad de Xul Solar (“cuanto más sé, más quiero saber”, confesaba) lo llevó a interesarse en los cultos de la América precolombina. Ese trasfondo religioso es visible en bellísimas acuarelas como Tlaloc, en sus lecturas pictóricas del Tarot y en sus versiones a veces irónicas y siempre luminosas del Zodíaco. La astrología, la magia, la alquimia, esos mundos que han producido tanta cháchara, en Xul abren caminos donde transitan la poesía, el humor y la alegría de vivir.
En la biblioteca de la pequeña casa de la calle Laprida 1214, donde hoy funciona el museo dedicado a su memoria, como en una nueva Alejandría, se acumulaba la sabiduría de Oriente y Occidente. Xul Solar fue un americanista orgulloso. Señales de ello quedaron en sus obras pictóricas y en una de sus grandes pasiones, la investigación lingüística y la creación de lenguas, de la que dan cuenta la panlengua y sobre todo el neocriollo, esa mezcla de castellano y portugués con algunas gotas de guaraní. Lejos de ser el juego de un erudito, el neocriollo es un instrumento que Xul usó para integrar el lenguaje escrito a sus cuadros, en los que abundan las leyendas que dotan a la obra de sentidos y a veces de enigmas. Las invenciones de Xul, el panajedrez, el sistema duodecimal, sus planos para una ciudad ideal y sus títeres, así como el fútbol múltiple, jugado en diversas zonas de una cancha, el receptor radial o el telefónico adosado al cráneo y otras innovaciones han sido incorporados a la vida por los medios de comunicación, la televisión, el cine, la historieta, la publicidad y las ciencias. La invención en Xul Solar era una forma de su fantasía creativa. Inventar era poetizar. Sus grafías, el uso de signos, letras, números, formas, banderas y símbolos son hoy moneda corriente en el arte gráfico y el diseño periodístico e industrial: todos somos discípulos de Xul, incluso aquellos que no saben quién fue.
En sus experiencias, Xul integraba lo alto y lo bajo, lo exquisito y lo popular, el conocimiento y la creación. Hombre de su tiempo, estaba a gusto con su prójimo y podía compartir sus saberes con personas sencillas: sabía mucho de antiguas religiones hindúes pero también vendía horóscopos, enseñaba lingüística pero difundía sus creaciones en revistas populares como ¡Coche a la vista! o Mucho gusto, lo que de paso le permitió preservar la libertad creativa de los mecanismos del mercado, al que Xul vivió ajeno. Salvo algunos críticos que apreciaron su arte, la academia no le prestó atención en vida, considerándolo un excéntrico. La popularidad adquirida en recientes décadas por la obra pictórica de Xul Solar y su aceptación en el mundo del galerismo y los museos no deben ocultar que Xul fue negado mil veces. Claro que con admiradores como Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal o Macedonio Fernández —escritores que lo ensalzaron y lo incorporaron a la propia obra—, ¿qué más necesita un artista?
Más allá de su situación en la historia del arte argentino, la vida de Xul Solar ofrece facetas atractivas. No es que fuera un hombre de acción. Ni mucho menos. Pocos son sus avatares físicos. Nació en el Tigre, viajó a Europa donde se formó, regresó y se encerró en su guarida de la calle Laprida, de la cual casi no salió, salvo para recorrer las calles de su amado Buenos Aires. Y sin embargo, cuántos viajes maravillosos hizo Xul Solar, cuántas aventuras vivió, al punto de que Borges lo llamó “huésped de infiernos y de cielos”. Precisamente es la libertad intrépida en el corazón de la quietud lo que caracteriza a Xul.
Tales incentivos me llevaron en 2004 a escribir esta biografía, Xul Solar. Pintor del misterio, hace tiempo agotada y que hoy vuelve a los lectores. Decidí embarcarme en la travesía sobre Xul Solar porque antes había escrito otras dos biografías, la del editor y periodista Natalio Botana, creador del diario Crítica, y la del narrador, poeta, metafísico y buscador de felicidad Macedonio Fernández. Ambos trabajos indagaban en el rico mundo de la cultura porteña durante los años veinte, treinta y cuarenta del siglo XX. Ellos me pusieron en la huella de Xul. Como a tantos, me deslumbraba el arte ingenuo y a la vez cultísimo de las pequeñas acuarelas de Xul Solar y por eso quise investigar los costados humanos que explicaran la génesis de esa belleza. Durante meses acudí a la Fundación Pan Klub, en la casa de la calle Laprida, como un operario que debe fichar su entrada a la fábrica. En la planta baja funciona el Museo que exhibe sus obras, transformado por el arquitecto Pablo Beitía en galería laberíntica de estructura tan original como digna del artista cuya memoria preserva. En los altos se guarda el archivo de Xul Solar. La Fundación me abrió las puertas de ese tesoro. Pasé allí tiempos muy gratos, repasando los papeles y testimonios de Xul que custodian la directora del Museo, Elena Povarché, y las curadoras Patricia Artundo y Teresa Tedín. La gentileza de estas anfitrionas y del personal de la Fundación facilitó mi trabajo.
Xul Solar, en algún momento, entra en nuestras vidas. Y allí se queda. Y siempre vuelve, como ahora vuelve este Xul Solar. Pintor del misterio, mi aporte a la memoria de un artista argentino, inagotable explorador del misterio de la vida, quien honró esa exigencia que Julia Kristeva pedía a todo creador: que su arte nunca se convierta en ley.
A.A.
Octubre de 2016