rigen al hombre en vez de obedecerle.
Si quieres cambiar la política, cambia las corporaciones.
Si quieres cambiar las corporaciones, cambia al consumidor.
P RÓLOGO
WALKING ON THE WILD SIDE
Tomo prestado el título de la mítica canción de Lou Reed para responder a la cuestión de cómo llega una periodista de cultura a interesarse por el consumo responsable, consciente o crítico, algo que hoy tiene fácil explicación, aunque no siempre fue así. Suelo pensar que los acontecimientos se desarrollan por motivos que a menudo, mientras discurren, no alcanzamos a comprender, y este libro es la materialización de tal creencia. Como telón de fondo, la sociedad de consumo engullendo la cultura y, cómo no, a mí misma.
Soy periodista porque me ayuda a entender la realidad, y cultural por mi interés en el proceso creativo de las disciplinas que cubro: arte, diseño, fotografía, arquitectura, escena, cine, literatura, etc. Esa curiosidad me ha permitido conocer la procedencia y el sentido de las más variopintas creaciones culturales (y de consumo) del mundo globalizado, ya que la mitad de mi carrera he ocupado cargos en medios femeninos y, desde una perspectiva cultural, estos supusieron un largo paseo por el lado salvaje del consumismo: como redactora jefa de Vogue por una supuesta alta cultura, como subdirectora de Cosmopolitan por la más popular. Casualidades —que con otras— acabaron siendo causalidades, másteres muy formativos, pese a que algunas veces no supiera de qué. Todo ello me suscitó más reflexión y dilemas incluso éticos (algunos aquí recogidos) que material que deseara publicar, casi como el Bartleby de Melville: ante muchas propuestas, simplemente prefería no hacerlo. Más que periodismo, ejercí lo que llaman «gestión de contenidos», de equipos, publicidad y hasta del mismísimo desastre en la crisis.
Curiosamente, hoy agradezco a esos años de pasear por el wild side experiencias, información, relaciones con agentes relevantes, multinacionales y, en definitiva, el palco privilegiado que me ha brindado desde donde contemplar la sociedad de consumo, sus insiders , estrategias, fabricación y haberme acercado al engranaje del comercio actual. Además, observar efectos colaterales negativos de algunas «creaciones» me incitó a indagar cómo podrían hacerse mejor y, de forma natural, a transitar profesionalmente, con más frecuencia y conciencia, los senderos de la sostenibilidad y, personalmente, de un consumo más crítico. Porque en el wild side aprendí que con cada acto de consumo emitimos un «voto» de confianza, apoyamos económicamente un modo de producir que beneficia a compañías que tal vez no lo merezcan, que quizá contribuyen al abuso social, laboral, ambiental, económico, cultural y/o político. También que mis clientes no siempre eran particulares, sino los anunciantes, y que lo que desea comunicar una marca no suele ser lo que la gente necesita saber. Sirviéndome de la tantas veces revisitada escena final de Blade Runner, puedo decir que experimenté el modus operandi de corporaciones más allá de la ética y que he visto brillar logos en la oscuridad lejos de las puertas de la decencia.
Todos esos momentos no se perderán como lágrimas en la lluvia. Es hora de escribir. Así, como desintoxicación del marketing disfrazado de prensa en cuyo filo trabajé, hice el boceto de un híbrido editorial entre un ensayo de transparencia divulgativo sobre el modelo productivo y un reportaje de investigación acerca del consumo convencional y sus alternativas en cada área para orientar a quien lo desee, como un manual. Todo ello surge de una duda que me ronda hace años: ¿compraríamos nuestros productos y marcas favoritas si tuviéramos la facultad, como en una película de ciencia ficción, de que, al tocarlos, visualizásemos en un flashback su trazabilidad (desde su materia prima a la venta) asistiendo al abuso, degradación, codicia, ignorancia, branding y miseria que a menudo esconden?
Nunca imaginé que el editor en España de ¡Indignaos! de Stéphane Hessel, Ramon Perelló, lo encontraría pertinente, y que junto con Ana Camallonga lo aceptasen. Estos tres años centrada en el libro han sido estupendos. Dejé mi cargo de entonces para terminar de investigar, entrevistar y escribir. Renunciar también es elegir. Y en esa rehab laboral me centré en nuestro derecho a saber, recogiendo lo más significativo con el foco puesto en hechos, datos, cifras y voces lo suficientemente descriptivos de por sí. Cada capítulo pudo haber sido un tomo; fuera queda muchísimo material; esto es tan solo la punta del iceberg del complejo universo tras el consumo y la sociedad a la que bautiza. Constata también la feliz efervescencia intergeneracional y el momento apasionante de cambio que vivimos: nos acompañan más de 250 profesionales y entes vinculados a la sostenibilidad —«otro» consumo— y a un cambio de modelo, y que desinteresadamente lo dotan de más sentido, algunos con «tomas de conciencia» similares por narrar. Agradezco sus entrevistas, llamadas, emails, skypes , consejos, documentación, tiempo, rigor e infinita paciencia con mis indagaciones. Porque más allá de las siglas de partidos que vienen y van, el mundo hoy se debate entre un modelo obsoleto y otros emergentes posibles. Realidades más amables y justas para habitar, convivir, producir, comerciar, negociar, etc. No es ciencia ficción, es una economía humanizada que pone en el centro al ser humano, no solo el beneficio sin más cuestionamientos. Un nuevo paradigma que irónicamente también podemos impulsar a diario con nuestras elecciones y/o compras, no solo para cubrir necesidades sino para reeducar una maquinaria disfuncional en pos del bien común y un planeta mejor, pues la ideología cowboy imperante (por decodificar) incurre en impactos de los que no se responsabiliza que nos arrastran a «danzar alrededor de un volcán». Si en otros periodos históricos, clases sociales, colectivos de género, étnicos, etc., abrieron cauces para hacerse respetar, ahora se impone además otro empoderamiento global determinante: el del consumidor. Nosotros, miles de millones, podemos influir en las relaciones injustas que secuestran y destruyen el globo siendo más conscientes de nuestro poder, recompensando meritocráticamente la justicia económica, social y medioambiental con un «efecto mariposa» impredecible al que nos asomaremos. Llegó el momento de pasar a la acción respecto de los retos de la humanidad. Nuestro consumo y su modelo guardan gran relación con sus problemas y soluciones. Este relato invita a hacer/se preguntas, a consumir menos y mejor, con conciencia de lo que premiamos. Sin perder de vista la realidad inmediata, aborda asuntos de necesario análisis en el contexto actual mientras cuestiona supuestas bondades del consumo, su sistema y nuestro modesto (o no) capital, redescubriendo su potencial para crear flujos de redistribución de riqueza justos, éticos, ecológicos, respetuosos y con impacto en la economía real. Un aviso: no hay negocios perfectos sino más responsables. Y nos sorprenderá la «coherencia» de muchos...
Por último, o antes de nada, llegué aquí por mi educación y el respeto social-medioambiental que me inculcaron desde la infancia y, asimismo, por haberme licenciado también en Derecho y toparme con los derechos humanos. Hoy rindo feliz tributo a todo, porque si algo me ha enseñado este paseo por el lado salvaje es que las cosas no cambian: hay que hacerlas cambiar. «Encarnar el cambio —como dijo Gandhi— que queremos ver en el mundo»; «Comprometerse», como propuso Hessel. Empoderarnos, por tanto, como consumidores y ciudadanos valorando nuestro extraordinario papel y, lejos de sentirnos víctimas, ayudar a responder los acuciantes hitos de la presente centuria. La utopía está más cerca de lo que creemos. Sepamos qué tiene que ver nuestro consumo con ella.