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Tomás Moulian - El consumo me consume

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Tomás Moulian El consumo me consume
  • Libro:
    El consumo me consume
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1998
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El consumo me consume: resumen, descripción y anotación

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Agradecimientos

Confieso que este libro ha representado para mí un parto de los montes. No les aseguro que el producto no sea, como dice la leyenda, un mísero ratón.

Traté de evitar que este texto fuese un plagio del capítulo sobre el consumo de Chile actual. Anatomía de un mito, lo que representaría una burla para los eventuales lectores de este opúsculo, conocedores de esa obra anterior. No me fue fácil evitar repetirme.

En este libro no he incorporado citas. Mi pensamiento está inspirado, en positivo o en negativo, por la obra de Néstor García Canclini y en Chile por los escritos de José J. Brunner y por algunos textos de Eduardo Santa Cruz. Como en todo lo que escribo debo confesar que soy tributario de mis antiguas lecturas de Marx, de Marcuse, del hoy vilipendiado Sartre y de mis recientes, pero aún escasas lecturas de Freud.

En este libro está la huella de múltiples conversaciones con Verónica Huerta y Oscar Cabezas, siempre cercanos a todo lo que he escrito en el último tiempo. Alejandra Rojas tuvo la paciencia de leer y opinar sobre enredadas narraciones de mis oscuras teorías, acerca de un tema donde me metí de intruso, con la liviandad de mi egolatría. La culpa mayor debe serle adjudicada a Paulo y Silvia, los editores de LOM que me propusieron el tema. En su descargo debo decir que me obligaron a mejorar el primer borrador, con gran gentileza, sin hacerme sentir lo malo que era.

También están presentes en este texto las huellas de las discusiones con mis amigos del Consejo Académico del Centro de Investigaciones Sociales. Con ellos venimos debatiendo por cerca de tres años, con tanta disciplina que parece milagro. También les doy las gracias a mis amigos del Taller de Teoría Crítica. Pese a que soy un participante un poco indisciplinado, he aprendido mucho de sus discusiones y sobre todo de la originalidad de sus perspectivas analíticas.

Barrio Brasil, 10 de mayo de 1998

El consumo como problemática

Consumir es una operación cotidiana e imprescindible que está ligada a la reproducción material pero también espiritual (cognitiva, emocional y sensorial) de los individuos. Es un acto ordinario ligado al desarrollo vital y es el objetivo de ese intercambio incesante de los hombres con la naturaleza que llamamos trabajo.

Una actividad tan imprescindible, ¿por qué está sometida a menudo a un enojoso escrutinio moral? La pregunta debe responderse antes de iniciar una reflexión crítica sobre el consumo.

Elaborar un discurso crítico sobre esta actividad de reproducción y expansión del individuo no puede reducirse a interpretarla como deseo (es decir como un impulso que supera el uso necesario e instrumental), para a renglón seguido, clasificar ese deseo como patología o desviación. Si se realiza esa pura operación no se comprenden las dinámicas sociales del consumo, en su compleja relación con la subjetividad del individuo lanzado a la incertidumbre de vivir en las sociedades neoliberales del capitalismo globalizado.

La crítica del consumo como deseo no debe provenir de una mirada puritana. Ella debería provenir de una crítica interna de ese deseo, que muestre cómo agobia o esclaviza o fragmenta. Sólo después de intentar esa anatomía es posible hacer la crítica externa del consumo. Ella consiste básicamente en la revalorización de otros deseos desplazados por la instalación del consumo.

Autorretrato de un consumidor obsesivo

Confieso ser un consumidor obsesivo y vicioso. No me gustan los mall pero no por razones de principios. Básicamente es por la sensación de encierro y de artificialidad, no por desapego de los objetos. Si bien no me interesan la ropa y los automóviles, me obsesionan los libros, la gastronomía y los viajes. Cuando se trata de perseguir mis placeres y deseos, mi relación con el gasto carece de planificación y de correctivos éticos. Si estoy comiendo en el Flaubert o en el Kilometre, no me asedian los remordimientos.

Gastaría toda mi plata, sin cálculo alguno, en las librerías y convidaría a mis amigos y a mis hijos a los restaurantes que amo, a comer platos sofisticados y beber esos vinos que no se encuentran en los supermercados. E iría mañana mismo a Madrid por el sólo placer de ver El jardín de las delicias en el Museo del Prado.

No me preocupa el consumo con un ánimo de predicador virtuoso que quiere alabar su austeridad. En primer lugar, me preocupa por mi propia relación con el consumo y con el dinero. Si mi tono resulta moralizador es porque me hablo a mí mismo, tratando de lograr una improbable autocorrección. Hablo, entonces, de una esclavitud que conozco.

¿Qué significa que el consumo se instale como placer?

Una larga tradición analítica, inspirada por los principios de la moral cristiana de la austeridad, ha considerado al consumo solamente desde el punto de vista de la necesidad.

Se trata de una moral inspirada en dos grandes reglas: el autocontrol y la solidaridad. El autocontrol o control de sí mismo es visto por ciertas éticas cristianas como un indispensable camino de perfección, realizado a través de la penitencia, del ascetismo. Esta idea forma parte de la matriz cultural del desasimiento y de la crítica a lo mundano. Para esta perspectiva vivir en el espíritu de la fe significa la negación del goce terrenal, de su postergación en función del verdadero gozo.

En algunas versiones religiosas más individualistas, la solidaridad aparece leída no sólo como un gesto hacia el hermano sino como un gesto vinculado a la propia salvación. En otras, en las cuales la caridad adquiere un papel central, la solidaridad vale por sí misma, como materialización del amor hacia Dios.

En todo caso, la caridad, expresada en solidaridad con los necesitados, también pertenece a la matriz del desasimiento del mundo y de los goces terrenales. Ella mueve al creyente porque permite vivir la vida exigida por su fe.

Weber mostró la vinculación del ascetismo puritano con la emergencia del capitalismo. A falta de espacio para un análisis en profundidad quiero sólo mostrar aquí que la ética de la caridad solidaria, posibilitada por un control de sí mismo de inspiración religiosa, ha instalado una cierta idea-fuerza sobre el consumo. La actividad de consumir solamente se justifica moralmente cuando es necesidad y se considera despilfarro cuando es goce.

Esta visión también se desliza en la nostalgia del valor de uso y por tanto en la crítica a la mercantilización de los bienes. Desde Fromm en adelante esta crítica, que alcanza su punto culminante en Marcuse, ha sido muy influyente. Se trata de una crítica que explora las relaciones perversas entre consumo y conciencia o subjetividad.

Pero hoy es menester revisar esa visión que estigmatiza y critica sin piedad la relación entre consumo y placer o deseo. La transformación del consumo en goce, si bien realiza una necesidad del sistema, también realiza una necesidad de los individuos: poder vivir una vida cotidiana confortable no es el asunto principal, aunque sea importante. El asunto principal es que en este tipo de civilización los objetos contribuyen a realizar las posibilidades del yo.

La crítica al consumo como placer y deseo no debiera ser a que exista como tal, sólo debería ser al lugar predominante que ocupa o a que se instale como «sentido de vida», como aquel discurso que da unidad y proyección a una existencia.

Consumo, deseo, placer

En las sociedades modernas podemos encontrar tres figuras ético-culturales arquetípicas: la del asceta, la del hedonista y la del estoico. Reflexionar sobre ellas nos puede permitir analizar el problema del consumo.

Para el asceta el «sentido de la vida» o la dirección de su proyecto existencial es realizar objetivos trascendentales, a través de una negación de sí mismo, la cual envuelve la negación de los otros, en la medida que la finalidad superior lo exija. El asceta busca la salvación, la cual puede tomar una forma intramundana, concretada en la lucha política por la emancipación, o puede tomar la forma de una salvación extra-mundana, en la otra vida. El asceta puede encarnarse en un militante revolucionario, como el Che, en un filántropo extremo, como el Doctor Schweitzer, o en un apóstol religioso como Sor Teresa.

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