Este libro surge de dos fuentes: de mi primer libro, publicado hace ahora veintiocho años, titulado Más que discutible (reeditado en varias ocasiones, incluyendo ediciones de bolsillo, pero hoy inencontrable), y de la serie ideada y fotografiada por Eva Blanch que ha ido apareciendo en internet y en Instagram bajo el título de ArtwithOSCAR. En ambos casos se han incorporado correcciones, actualizaciones y nuevas aportaciones especialmente concebidas para esta publicación. Todas las imágenes que provienen de ArtwithOSCAR se publican en color, en todas ellas aparezco contemplando una obra fascinante (bueno, la primera es menos fascinante), y corresponden a visitas compartidas con Eva —limitadas por la pandemia de los últimos años, lo que explica que muchas obras amadas no hayan podido aparecer aquí.
Al repasar los textos escritos hace ya casi treinta años, he comprobado que las ideas no han envejecido, que continúo pensando casi lo mismo, que, como dice Ramón Gaya, «yo no me repito, insisto». Pero, al mezclarlos con textos redactados ahora, he debido cambiar tiempos verbales y algunas referencias sobre aquella distante actualidad que hoy resultarían chocantes. Por lo tanto, el libro se nutre de ideas ya publicadas pero está, todo él, redactado de nuevo.
C APÍTULO 1
Sin figuración, poca diversión
¿Dónde está el sexo, la muerte, la memoria...?, ¿dónde el misterio?, ¿dónde el humor? Busco emoción y aquí sólo encuentro intrascendencia. Por ello este libro va a obviar el arte «no figurativo» (lo que erróneamente llaman arte «abstracto»). Estos escritos y estas fotos van a tratar de otras cuestiones. Obra de Rosemarie Castoro expuesta en el MACBA.
[El presente capítulo —más bien un exabrupto— fue redactado hace veintiocho años. Soy consciente de que a lo largo de este tiempo el arte no figurativo ha ido progresivamente aburriendo al personal; lo malo está siendo la alternativa.]
La magna exposición de La Cartuja durante la Expo de Sevilla de 1992 me deslumbró. Se basaba en la idea de confrontar las visiones artísticas que se dieron sincrónicas en torno a 1492 en todo el orbe —el Renacimiento europeo, el arte precolombino americano, el africano, el del Lejano Oriente, el islámico— y su guion se ordenaba alrededor de temas omnipresentes en cualquier cultura: el poder, la religión, el sexo, la procreación, la muerte. En este apartado aún recuerdo el contraste entre un pequeño, marfileño y escalofriante cadáver corrupto alemán devorado por gusanos y sabandijas, representados con descarnado realismo, y un cortejo funerario chino con sesenta y seis personajes, caballos y carruajes en serena procesión.
La diversidad y a la vez la tremenda semejanza con que culturas tan distantes y prácticamente incomunicadas interpretaban estos trascendentes temas resultaban apasionantes, ninguna comunidad parecía primitiva, todo adquiría sentido dentro de aquella pluralidad, y por unos minutos uno se reconciliaba con la humanidad, a la vez que reafirmaba su convicción sobre la estulticia del concepto de progreso en el arte.
Sin embargo, al llegar al final del recorrido, una sala agrupaba un conjunto de piezas, cerámicas y artesonados de arte islámico y la montadora, que amabilísima nos acompañaba, explicó que, siendo el arte islámico esencialmente no figurativo, había resultado muy difícil introducirlo en los distintos apartados temáticos. En efecto, sólo recuerdo algún tímpano o estela funeraria, donde con bellísima caligrafía se transcribía un poema relativo a la cuestión.
Claro, como el Corán proscribe la figuración, tan sólo queda la posibilidad de expresarse mediante un código tan convencional y abstracto como es el lenguaje escrito. Los que no sabemos leer árabe no captamos absolutamente nada del mensaje, para nosotros el significado de la obra permanece por completo opaco, aunque podamos disfrutar de su grafismo. Naturalmente, también existe una convención y un código para cada una de las otras obras de la exposición, pero estoy convencido de que su desconocimiento no anula el mensaje de la obra. Un niño japonés, un bombero de Michigan e incluso una concierge de Paris o un arquitecto de Barcelona pueden captar algo, se estremecen ante la imagen cristiana de la muerte cristalizada en el pequeño marfil germánico, atisban algo de lo que fue el ritual de la dinastía Ming ante el desfile en cerámica vidriada de personajes, caballos, utensilios de viaje y mobiliario. Esta universalidad es indisoluble de la artisticidad del mensaje.