La historia del arte es una de las obras sobre arte más famosas jamás publicadas. Durante cuarenta y seis años, ninguna otra ha rivalizado con ella en tanto que introducción al tema en su totalidad, desde las primeras pinturas de «las cuevas» hasta el arte experimental contemporáneo. Lectores de todas las edades y procedencias supieron hallar en el profesor Gombrich a un auténtico maestro, en quien se combinan el conocimiento y la sabiduría con un don único para comunicar de manera directa su profundo fervor por las obras de arte objeto de su estudio.
La historia del arte debe su amplia difusión a lo directo y espontáneo de su estilo, así como a la clara exposición del autor, quien afirma que su propósito es «ordenar inteligiblemente el caudal de nombres, períodos y estilos que colman las páginas de obras más ambiciosas». Esto, unido a su perspicacia en cuanto a la psicología de las artes visivas, nos permite contemplar la historia del arte como «un continuo fluir e intercambio de tradiciones, en los que cada obra refiere al pasado y apunta hacia el futuro en una vívida cadena que vincula, incluso, a nuestra época con la de las pirámides». En su nuevo formato, la 16.ª edición de esta obra, ya clásica, ahora ampliada en 141 páginas, mantiene su criterio progresivo ante las generaciones venideras, a la vez que sigue siendo la primera fuente de información para los recién llegados al mundo del arte.
E. H. Gombrich
La historia del arte
ePub r1.0
Titivillus 24.08.17
Título original: The Story of Art
E. H. Gombrich, 1950
Traducción: Rafael Santos Torroella
Ilustración deportada: Caravaggio, La incredulidad de santo Tomás
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
El profesor ERNEST GOMBRICH, O.M., C.B.E., F.B.A., nació en 1909 en Viena, pasando a formar parte del cuerpo facultativo del Warburg Institute de Londres en 1936, siendo, a la vez que su director, profesor de historia de las tradiciones clásicas en la Universidad de Londres, desde 1959 hasta su retiro en 1976. Fue nombrado sir en 1972, y resultó premiado con la Orden al Mérito en 1988. Entre las otras muchas recompensas y distinciones de proyección mundial de que ha sido objeto se encuentra el premio Goethe (1994) y la medalla de oro de la ciudad de Viena (1994). Es autor, entre otras obras, de Arte e ilusión, Un sentido del orden y Tópicos de nuestro tiempo.
PREFACIO
Este libro se dirige a todos aquellos que sienten la necesidad de una primera orientación en un terreno fascinante y extraño. Desea mostrar a los recién llegados a él los yacimientos de este terreno sin abrumarles con pormenores; confío en facilitarles algún orden inteligible dentro de la abundancia de nombres, épocas y estilos que colman las páginas de obras más ambiciosas, y prepararles así para que consulten libros más especializados. Los lectores en quienes ante todo y principalmente he pensado al proyectar y escribir esta obra son los jóvenes que acaban de descubrir el mundo del arte por sí mismos. Pero nunca he creído que los libros para jóvenes deban diferenciarse de los libros para adultos, salvo en que se las han de ver con críticos más exigentes, muy rápidos en descubrir y delatar cualquier indicio de jerga pretenciosa o falso sentimentalismo. Conozco por experiencia que tales defectos pueden hacer que algunas personas desconfíen de todos los escritos sobre arte durante el resto de sus vidas. Me he esforzado sinceramente en eludir esas añagazas y emplear un lenguaje sencillo, aun a riesgo de parecer un intruso o profano en la materia. Confío en que los lectores no atribuirán mi decisión de servirme del mínimo de los términos convencionales, propios de los historiadores de arte, a ningún deseo por mi parte de descender hasta ellos. ¿Acaso no son, con mayor motivo, los que abusan de un lenguaje científico —no para ilustrar sino para impresionar al lector— quienes descienden hasta nosotros como si vinieran de las nubes?
Aparte de esta decisión de restringir los términos técnicos, al escribir este libro he tratado de seguir un cierto número de reglas específicas, las cuales me he impuesto a mí mismo y que, si bien han hecho más difícil mi tarea de escritor, pueden hacer más fácil la del lector. La primera de estas reglas fue no escribir acerca de obras que no pudiera mostrar en las ilustraciones; no quería que el texto degenerase en listas de nombres que poco o nada podían significar para quienes no conocieran las obras en cuestión, y que serían superfluas para aquellos que las conocen. Esta regla limitó a la vez la selección de artistas y obras que podía tratar al número de ilustraciones que tendría el libro. Esto me obligó a ser doblemente riguroso en mi elección de lo que tenía que mencionar y lo que tenía que excluir.
La segunda regla se produjo como consecuencia de la primera: constreñirme a las verdaderas obras de arte, dejando fuera todo lo que solamente pudiera resultar interesante como testimonio del gusto o de la moda de un momento dado. Esta decisión entrañaba un considerable sacrificio de efectos literarios. Los elogios son más insípidos que las censuras, y la inclusión de algunas divertidas monstruosidades podía haber ofrecido cierta brillantez. Pero el lector hubiera tenido razón al preguntarme por qué lo que yo encontraba discutible debía hallar un sitio en un libro consagrado al arte y no al antiarte, tanto más cuanto que esto suponía dejar fuera una verdadera obra maestra. Así pues, aunque no pretendo que todas las obras reproducidas representen el mayor dechado de perfección, me he esforzado en no incluir nada que considerase sin méritos propios peculiares.
La tercera regla también exigía un poco de abnegación. Me propuse resistir cualquier tentación de ser original en mi selección, temiendo que las obras maestras bien conocidas pudieran ser aplastadas por las de mis personales preferencias. Este libro, después de todo, no se propone ser una mera antología de cosas bellas, sino que se dirige a aquellos que buscan orientación en un nuevo dominio, a los cuales los ejemplos aparentemente trillados, en su presencia familiar, les pueden servir a manera de hitos de bienvenida. Además, las obras de arte más famosas son realmente, a menudo, las más importantes por varios conceptos, y si este libro logra ayudar a los lectores a contemplarlas con una nueva mirada, demostrará ser más útil que si las hubiese desdeñado en atención a obras maestras menos conocidas.
Aun así, el número de obras y maestros famosos que he tenido que excluir es bastante crecido. Debo confesar asimismo que no he hallado un alojamiento apto para el arte hindú o el etrusco, o para maestros de la talla de Della Quercia, Signorelli o Carpaccio, de Peter Vischer, Brouwer, Terborch, Canaletto, Corot y muchos otros que me han interesado profundamente. Para incluirlos tendría que haber duplicado o triplicado la extensión del libro y hubiera reducido así, a mi entender, su valor como primera guía para el conocimiento del arte. Una nueva regla he añadido en esta descorazonadora tarea de eliminar. En la duda, he preferido referirme siempre a una obra conocida por mí en su original que no a la que sólo conociera por fotografías. Hubiera deseado hacer de ésta una regla absoluta, pero no quería hacer sufrir al lector las consecuencias accidentales de las restricciones viajeras a que se había visto sometido el aficionado al arte durante las últimas décadas. Por otra parte, mi última norma fue no tener ninguna regla absoluta cualquiera que fuese, sino contradecirme a mí mismo en ocasiones, dejando así al lector el placer de sorprenderme en falta.