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Óscar de la Borbolla - Filosofía para inconformes

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Óscar de la Borbolla Filosofía para inconformes

Filosofía para inconformes: resumen, descripción y anotación

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Filosofía para inconformes es un libro rebelde, escrito con humor y corrosiva amenidad donde las ideas fluyen en forma de ensayo, fábula, monólogo, aforismo, diatriba, manifiesto… hasta formar un mosaico multigenérico donde el lector podrá reírse de todo y, principalmente, de sí mismo. No se trata de un pensamiento amargo que desemboque en la tristeza y la abulia, sino de un desencanto festivo que hace del pensamiento un carnaval. En esta obra, Óscar de la Borbolla —pensador agudo y amargo— reflexiona con impecable humor negro a propósito del sentido de la vida y la muerte; de la locura y la demagogia; de la corrupción política, del amor y, en general, de los asuntos que han preocupado siempre a los filósofos, y que hoy resulta indispensable abordar sin complacencias. Filosofía para inconformes propone un entramado de conceptos que dan expresión a la inconformidad actual.

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Filosofía para inconformes es un libro rebelde, escrito con humor y corrosiva amenidad donde las ideas fluyen en forma de ensayo, fábula, monólogo, aforismo, diatriba, manifiesto… hasta formar un mosaico multigenérico donde el lector podrá reírse de todo y, principalmente, de sí mismo. No se trata de un pensamiento amargo que desemboque en la tristeza y la abulia, sino de un desencanto festivo que hace del pensamiento un carnaval.

En esta obra, Óscar de la Borbolla —pensador agudo y amargo— reflexiona con impecable humor negro a propósito del sentido de la vida y la muerte; de la locura y la demagogia; de la corrupción política, del amor y, en general, de los asuntos que han preocupado siempre a los filósofos, y que hoy resulta indispensable abordar sin complacencias.

Filosofía para inconformes propone un entramado de conceptos que dan expresión a la inconformidad actual.

Óscar de la Borbolla Filosofía para inconformes ePub r10 urmed1 091216 - photo 2

Óscar de la Borbolla

Filosofía para inconformes

ePub r1.0

urmed1 09.12.16

Título original: Filosofía para inconformes

Óscar de la Borbolla, 2010

Editor digital: urmed1

ePub base r1.2

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ÓSCAR DE LA BORBOLLA (México, 1949) es un novelista filósofo que se ha situado como un autor esencial en la tradición recorrida por Voltaire, Sartre, Camus… Con libros como La libertad de ser distinto, La rebeldía de pensar o Nada es para tanto, Óscar de la Borbolla se ha convertido en el símbolo contemporáneo de que el pensamiento filosófico puede ser expresado en deslumbrante narrativa.

Contra la humanidad

Bastaría conque en la historia hubiese habido una sola guerra, conque una sola vez se hubiera usado la razón como estrategia de exterminio, para que la humanidad completa mereciera el desprecio, para que el género humano, sin excepciones, estuviera bajo sospecha, provocara náuseas y para que desconfiáramos de todos, incluso de nosotros mismos. Una sola vez: un único contubernio de la razón con la violencia sería suficiente para probar la degeneración de la esencia del hombre.

Pero ni siquiera tenemos ese pasado de inocencia; más bien, la historia humana está bañada de sangre: no hay metro cuadrado de la superficie de la Tierra donde no se haya cometido algún asesinato fruto del cálculo, de la lógica, de la capacidad de discernir. La lectura de la historia universal muestra que pensar y matar son la misma cosa, y que no hay pueblo ni época en la que la razón resulte inofensiva.

Desde aquella mítica quijada de burro hasta las sofisticadas bombas de neutrones, que respetan los edificios arrasan con cualquier forma de vida, campea una sola evidencia: somos, no existe la menor duda, la especie que se distingue por el autoexterminio.

Todo ha servido y sirve de pretexto para que la podrida naturaleza humana se manifieste: no hay asunto, idea, valor u objeto por el que no se haya matado: la historia es una cantina de pendencieros en la que cualquier cosa es motivo para desencadenar la violencia: los seres humanos se han matado igual por las posesiones materiales que por las espirituales: por el oro y por las creencias, por los ideales y por las vilezas, por las teorías científicas y por las religiones; se han matado hasta por la paz.

¿Cómo pertenecer a una especie ante la que no podemos contener nuestra repugnancia? ¿Cómo confesarnos seres humanos sin experimentar asco y vergüenza? Con una trampa muy sencilla: basta con dejar de ver el bosque y mirar los árboles, con cambiar el filo a la mirada, con negar la evidencia que dice: «Nada humano me es ajeno», gritando: «Yo no soy así».

Este grito revive, por enésima vez en la historia, el conflicto del individuo contra la especie. «Yo no soy así» es el emblema de quienes, por sospecha o conocimiento de causa, desprecian y aborrecen al género humano, de quienes entienden la clase de maleza donde fueron sembrados y pretenden reivindicar su diferencia. «Yo no soy así y ha habido muchos que no fueron así» gritan quienes aspiran a no salir embarrados. Uno busca entre la escoria humana a ciertos individuos para levantar un árbol genealógico personal: uno inventa su estirpe en el pasado y su familia en el presente, porque la soledad ontológica es insoportable. Resulta imperioso establecer que uno no es el único y, por ello, cuando por primera vez se experimenta este asco, o sea en la juventud, uno sale a buscar a cualquier costo a sus ídolos, a sus héroes, a sus pares y, en cuanto cree encontrarlos, los lava con los más acicaladores detergentes de la ilusión y del optimismo pueril; les restaña los errores o se ciega para no verlos: no se desea oír crítica alguna, porque los antepasados o los contemporáneos, a quienes se ha idealizado para sentir menos cruda la soledad, son simplemente maniquíes a los que se viste con el propio traje o espejos donde, con vacuna satisfacción, uno se contempla extasiado. De esta manera surgen los héroes de la juventud: semidioses populares que cantan rock o que encabezan movimientos de protesta social y política: el único requisito que en esos años ingenuos exigimos a quienes se convertirán en nuestros héroes es una dosis mínima de rebeldía: una dosis del tamaño de nuestra propia rebeldía e inconformidad: queremos que nuestro ídolo sea o parezca diferente al resto de los seres humanos a los que despreciamos.

La diferencia (nuestra diferencia, aquello que nos impide reconciliarnos con los demás, sentirnos hermanados con «ellos») es, paradójicamente, el factor que nos aborrega, que nos dogmatiza, que inicia nuestro ingreso al mundo corrupto que tanto repudiamos, pues deslumbrados por los centenares de kilovatios que nosotros mismos hemos encendido a los pies de barro de nuestros ídolos, amputados de nuestra capacidad crítica a la que voluntariamente renunciamos para no empañar ni un ápice la perfección de nuestros héroes, nos volvemos, precisamente, como aquellos a quienes odiamos: personas sometidas, dóciles y fieles a una nueva pandilla. Un nuevo grupo que, como todos, ha de valerse de los mecanismos que aseguran la supervivencia de las pandillas: el cuatachismo intermafia, preferir por encima de cualquiera al cofrade, declarar la guerra a otras pandillas, exigir que se cumpla con la disciplina interna, y que se respete y defienda el dogma fundante, en pocas palabras: uno se convierte en la misma basura de siempre. Aunque, claro, se crea, por algún tiempo, que uno sigue siendo distinto, porque el grupo propio sí tiene la razón.

La indignación juvenil por muy seria que sea, por muy auténtica que resulte su sensación, por muy prometedora de abismos, de revoluciones y reformas, es cosa de risa. Es completamente natural que los jóvenes se inconformen: que al descubrir por primera vez la calidad moral de la especie de la que forman parte, quieran divorciarse. Lo raro es la indignación senil: el asco que no depende de que el organismo comience a secretar hormonas. Pero la rareza tampoco significa nada: no es más auténtica el agua del desierto por escasear ni menos la del océano por su abundancia. Ambas escapan entre los dedos, porque esa es su naturaleza; ambas se evaporan igual y desaparecen igual. La indignación madura y la senil puede ser, como la de los jóvenes, cosa de risa: mera reacción mecánica provocada por el fracaso, simple resentimiento del que no pudo conseguir, vil estrategia para intentarlo una vez más: no cualquier rebelde maduro es por esa sola coincidencia honorable; antes bien, su revuelta es, como ninguna otra, sospechosa: la espontaneidad no le dicta los colores de su rebeldía; ya sabe y se disfraza con esos tonos, ya sabe y se distingue así, ya sabe y continúa… Pero, ¿qué es lo que sabe?, ¿qué saben los viejos? ¿Acaso la vacuidad de toda rebeldía y lo inútil de todo intento de transformación? En cualquier caso: saben de la ineficacia de su revuelta juvenil, saben que ellos no pudieron entonces, puesto que el mundo no cambió esa vez, puesto que siguen intentándolo. Este saber es lo que se llama experiencia y, en términos más cursis, desengaño. Los viejos inconformes saben del desencanto y, pese a ello, continúan; pero ¿por qué siguen si la primera calvicie con que se anuncia la madurez es la pérdida de la esperanza? ¿Por qué siguen sin esperanza? Muchos, por conveniencia, hacen de la propuesta una artimaña, un modo de vida; otros más, por costumbre, porque ese es el camino que conoce su inercia y, algunos, los menos, porque no han terminado de entender: siguen por necios, pues es de necios no perder la esperanza a pesar de la experiencia. Y estos son los rebeldes auténticos: los viejos esperanzados o, como quien dice, aquellos a quienes la experiencia no ha doblado. Es curioso que la necedad sea un valor en un mundo en que se encumbra la razón, el discernimiento; lástima que también la necedad precipite la violencia, lástima que todos, incluidos los ídolos desdorados de la juventud seamos… humanos: paquidermos podridos con cola que nos pisen. ¿Quien que es no es humano?

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