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En la redacción de los primeros capítulos se plantea la conveniencia de utilizar el seudónimo Pablo Neruda, que nuestro autor empleó a partir de los dieciséis años, o Neftalí, que forma parte de su nombre completo: Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto. Cuando los hechos se sitúan después de estos primeros dieciséis años, me referiré a él como Pablo Neruda. Cuando, por el contrario, escribo sobre acontecimientos anteriores a este cambio de nombre, uso Neftalí o alguna combinación de sus nombres y apellidos.
Si me preguntan qué es mi poesía, debo decirles «no sé», pero si le preguntan a mi poesía, ella les dirá quién soy.
— Pablo Neruda, 1943
Nació un hombre
entre muchos
que nacieron,
vivió entre muchos hombres
que vivieron,
y esto no tiene historia
sino tierra,
tierra central de Chile, donde
las viñas encresparon sus cabelleras
verdes,
la uva se alimenta de la luz,
el vino nace de los pies del pueblo.
—«Nacimiento»
El padre de Pablo Neruda, José del Carmen Reyes Morales, creció a finales del siglo XIX en una granja, a las afueras del pueblo de Parral, a unos 350 kilómetros al sur de Santiago, la capital chilena. El paisaje de aquel lugar era pintoresco: un mosaico de huertos bien regados, cultivos de flores y viñas se extendían por las estribaciones de los Andes. En este país, alargado y estrecho, que nunca tiene más de 180 kilómetros de anchura, Parral yace en las sombras de los montes, a unos 100 kilómetros al este del Pacífico. Es una zona donde escasea la lluvia pero no el sol, tórrida y seca, algo poco común en el fértil Valle Central. Toda esta belleza no servía de mucho cuando de lo que se trataba era de alimentar a una numerosa familia con una tierra sin acceso al agua, que era el caso de la granja-hacienda de los padres de José del Carmen, a la que habían llamado Belén.
José del Carmen había heredado los sorprendentes ojos azules de su madre, pero ella, Natalia Morales, apenas tuvo tiempo de mirarlos, ya que murió poco después de traerlo al mundo, en 1872. El pequeño José quedó a expensas de su temible padre, José Ángel Reyes Hermosilla. El autoritario patriarca quería infundir el temor de Dios en José del Carmen y los otros trece hijos que tendría con una nueva esposa. Su voz era aterradora. Rara vez sonreía.
Su finca tenía poco más de 100 hectáreas cultivables, una extensión bastante modesta comparada con otras haciendas de su estilo en el Chile de aquel tiempo. La familia se esforzaba por sobrevivir del cultivo de aquellas tierras. Había poco dinero para invertir en la siembra, la compra de animales o buenas cepas. Con catorce hijos, había demasiadas bocas que alimentar en una granja que carecía de suficientes manos experimentadas para trabajar aquella obstinada tierra.
A medida que José del Carmen iba creciendo, crecía también su frustración con la vida de granjero. A pesar de la extensión de la finca, el muchacho sentía claustrofobia entre tantos hermanos y un padre autoritario. En 1891, a la edad de veinte años, José del Carmen subió a un tren de vapor para llevar sus sueños de una vida distinta al floreciente pueblo portuario de Talcahuano, unos 250 kilómetros al suroeste, donde acababa de iniciarse un gran proyecto de obra pública. Era un mundo completamente nuevo, que contrastaba marcadamente con los límites impuestos en Belén por una religión represiva. Aquí el futuro estaba abierto y sus responsabilidades eran pocas, y pronto se unió a un equipo que construía diques secos en el muelle.
La casa de José del Carmen en Talcahuano era una fría pensión regentada por una viuda catalana con tres hijas jóvenes. La pensión estaba cerca del puerto y albergaba a otros estibadores y trabajadores de los astilleros que habían venido de las provincias en busca de trabajo. José del Carmen sintió que sus posibilidades se ensanchaban con la interacción social de aquella sociedad urbana de un puerto internacional, tan distinto del mundo rígido y acotado de Belén y el pequeño y provinciano Parral. Por otra parte, estaba presenciando un periodo histórico de transformación en el sur de Chile, con la importación de maquinaria para explotar la tierra y convertirla en una región agrícola, y la exportación de algunos de los principales productos de la región.
Aquel tiempo en el puerto le alejó más de la influencia de su padre, lo que le permitió encontrar una identidad propia e instilar en él una perspectiva de la vida racional y no religiosa. En aquella pensión cercana al muelle, conoció a Aurelia Tolrá, la hija adolescente de la propietaria, que se convertiría en una buena amiga. En los desplazamientos de José entre Parral y Talcahuano en busca de trabajo, la pensión sería un importante punto de referencia al que regresaría a menudo.
Charles Sumner Mason (Portland, Maine, 1829) acabaría desempeñando un papel fundamental en la vida de Neruda. Mientras que muchos europeos emigraron a Chile, especialmente al sur, fueron pocos los norteamericanos que lo hicieron. Aunque no sabemos exactamente lo que lo llevó a desplazarse a Sudamérica, lo cierto es que, tras una presunta parada en Perú, Mason recaló en Parral en 1866 cuando tenía treinta y siete años. Llegó con otro norteamericano (Henry «Enrique» St. Clair), atraído por los ricos depósitos minerales de Chile. Más adelante, ambos establecerían formalmente una empresa para explorar depósitos de plata en una zona montañosa.
En Parral, Mason se implicaría pronto en muchas cuestiones. Hacia 1891, cuando José del Carmen estaba comenzando sus aventuras, entrando y saliendo de la granja paterna de las afueras de Parral, Mason cumplió su vigésimo quinto aniversario como residente en Chile. Mason era un hombre hogareño, de buena posición, casado con Micaela Candia, hija de un importante hombre de negocios de Parral y padre de ocho hijos. Fue tan respetado a lo largo de su vida que a menudo se le pedía su mediación en disputas. En 1889 Mason representó incluso al padre de José del Carmen en un pleito.
Con el tiempo, Mason se trasladó al pueblo de Temuco, de reciente formación, a unos 350 kilómetros al sur. Allí, él y su familia podrían ampliar lo que habían establecido en Parral, aprovechando todas las oportunidades que ofrecía la frontera. En sus memorias, Neruda describe Temuco y sus alrededores como el «lejano oeste» de Chile. Solo dos décadas antes, el pueblo mapuche de aquella región —una zona de bosques antiguos, volcanes nevados e impresionantes lagos volcánicos— había acabado de ser sometido por las fuerzas armadas chilenas. Los trescientos años de resistencia mapuche representaban el periodo más largo de guerra de un pueblo indígena en defensa de sus tierras y derechos contra la invasión colonial de la historia de América, que se remontaba a 1535. Con la derrota de los mapuches, se estableció el pueblo de Temuco en 1881 junto a un fuerte chileno, donde aquel mismo año se firmaron los acuerdos de paz.
Con la apertura y relativa seguridad de aquel territorio virgen para establecerse e iniciar actividades de explotación, Mason y otros quisieron aprovechar la oportunidad. En 1888, poco después de la muerte de su suegro (no hay registros de la fecha de defunción de su suegra), Mason comenzó a dar pasos firmes hacia su nueva ambición. Aquel año puso un pequeño anuncio en un periódico regional ofreciendo sus servicios como contador. Con su trabajo, prestó una ayuda vital a todos los emprendedores que establecían nuevos negocios en el sur y que tenían poca experiencia formal en el ámbito empresarial. Con su saber hacer e integridad, se ganó la confianza y el respeto entre los agentes clave en el desarrollo de Temuco. Unido a su facilidad para establecer relaciones personales, Mason ascendió rápidamente a la cima de la escena social y política de la ciudad.