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Leandro Narloch - Historia Políticamente Incorrecta de América Latina

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Leandro Narloch Historia Políticamente Incorrecta de América Latina

Historia Políticamente Incorrecta de América Latina: resumen, descripción y anotación

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Todo este libro está en contra de estas reglas tan vistas para contar la historia de América Latina. No hay aquí nada destacable para las venas abiertas del continente, pero sí hay para heridas debidamente tratadas y curadas con la ayuda de grandes potencias. Conocemos bien las tragedias que nuestros antepasados indígenas y negros sufrieron, pero honestamente, estamos cansados de hablar sobre ellas. Y creemos que todos los pueblos pasaron por desgracias semejantes, incluso aquellos que a muchos de nosotros nos gusta acusar. Por eso, cuando víctimas de la historia aparecen en esta obra, es para que revelemos que estas también mataron y esclavizaron – y como ellas se beneficiaron con ideas y costumbres venidas de fuera.
Figuras ilustres de América Latina también pasan por este libro, pero más allá de nuestra voluntad mostrar que no son tan admirables como se dice. En la historia de casi todo país, es común abrillantar las palabras de figuras públicas e incluso inventar virtudes en su comportamiento. Y no pasa de ser cansino estar insistiendo en una realidad menos interesante. Lo que pasa es que en América Latina se va más allá: se eligen como héroes justo a los hombres que más importunaron la política, más arruinaron la economía, más persiguieron a los ciudadanos. No importan las tragedias que Salvador Allende, Che Guevara y Juan Perón hayan hecho posibles. Lo importante es el carisma, el rostro fotogénico, la muerte trágica, los discursos inflamados contra extranjeros. Por eso, no se puede escapar: es él, el falso héroe latinoamericano, el principal blanco de este libro.

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LA HISTORIA POLÍTICAMENTE INCORRECTA DE AMÉRICA LATINA

LEANDRO NARLOCH y DUDA TEIXEIRA

Este libro es una versión traducida y actualizada de la obra Guia Politicamente Incorreto da América Latina, lanzado en 2011 por la Editorial Leya, en portugués, y que ha vendido más de 200 000 copias en Brasil. Derechos de autor reservados.

“La única cosa que se puede hacer en América (Latina) es emigrar.”

Simón Bolívar

Índice

Presentación

Como dejar de ser latinoamericano

Fueron los franceses los primeros en utilizar la expresión “América Latina”. Alrededor de 1860, el emperador Napoleón III intentaba aumentar su influencia en México, en la época un país tumultuado por revueltas y guerras entre políticos liberales y conservadores. Una buena manera de acercar culturalmente los dos países era destacando lo que tenían en común, como el mismo origen del idioma. Tanto el francés como el español y el portugués son lenguas derivadas del latín – esa semejanza no solo dejaba la influencia francesa más natural sino también aislaba a los imperialistas británicos y su idioma anglosajón.

“América Latina” se convirtió así en una idea tan vacía como extensiva. Reúne sujetos y pueblos de los más diversos: ¿Qué hay en común entre ribereños amazónicos, vaqueros gauchos, ejecutivos de la Ciudad de México, indígenas de las islas fluctuantes del lago Titicaca y haitianos practicantes de vudú? Todos ellos hablan lenguas derivadas del latín, pero… ¿y qué? ¿Poner todos ellos en el mismo saco no sería lo mismo que igualar sujetos tan diferentes como un jeque radical egipcio, un granjero blanco de África del Sur y un pigmeo del Congo? Son todos africanos, es cierto, pero poca gente habla de una única identidad para África.

Tal vez la principal semejanza entre los latinoamericanos no sea algo que venga de nuestros longevos antepasados, como la lengua, y sí en un rasgo reciente, forjado lentamente a lo largo de siglos. Bolivianos, mexicanos, brasileños y todos los demás, cuando vislumbran su propio pasado, cuentan exactamente la misma historia.

Es como si ingredientes de sabores, colores y tamaños diferentes entrasen todos en una gran batidora para crear una masa homogénea; y es como si esa masa fuera recortada por un mismo molde de galleta, dando origen a seres graciosos con el mismo formato y el mismo discurso. Tan parecidas son sus narrativas, y tan importante es la historia para la identidad de un pueblo, que es posible sacar de esa masa algunas reglas para ser un típico habitante de nuestra región. En la receta para preparar un buen latinoamericano, parece ser necesario:

  1. Lamentar. Todo latinoamericano nutre una obsesión por episodios tristes de su historia: la masacre de los indígenas, los horrores de la esclavitud, la violencia de las dictaduras. Además de esas historias de opresión, nada bueno ocurrió.
  2. Encarar la cultura local como una forma de resistencia. Está prohibido enchufar instrumentos musicales típicos y populares y pasa a ser un requisito moral llevar ponchos y faldas de colores – o por lo menos desfilar con un collar de artesanía indígena.
  3. Condenar el capitalismo. El latinoamericano que honra este nombre cree que el comunismo fue una buena idea, solo que mal implantada. Y, si ya no lucha para implantar este fallido modelo por aquí, por lo menos defiende sistemas más “sociales, “solidarios”, “justos” y “comunitarios”.
  4. Denunciar la dominación externa. Si la responsabilidad de los problemas del continente no puede ser atribuida a España, a Francia o a Portugal, entonces ciertamente está por detrás la mano de Inglaterra o de Estados Unidos. O, como reza el libro las Venas Abiertas de América Latina , clásico de este pensamiento simplista, “ a cada país se le da una función, siempre en beneficio del desarrollo de la metrópoli extranjera del momento.”
  5. Adorar héroes perversos. Cuantas más tonterías digan y cuanto más saboteen su propio país, más estatuas ecuestres y estampas en camisetas serán hechas en su homenaje.

Todo este libro está en contra de estas reglas tan vistas para contar la historia de América Latina. No hay aquí nada destacable para las venas abiertas del continente, pero sí hay para heridas debidamente tratadas y curadas con la ayuda de grandes potencias. Conocemos bien las tragedias que nuestros antepasados indígenas y negros sufrieron, pero honestamente, estamos cansados de hablar sobre ellas. Y creemos que todos los pueblos pasaron por desgracias semejantes, incluso aquellos que a muchos de nosotros nos gusta acusar. Por eso, cuando víctimas de la historia aparecen en esta obra, es para que revelemos que estas también mataron y esclavizaron – y como ellas se beneficiaron con ideas y costumbres venidas de fuera.

Figuras ilustres de América Latina también pasan por este libro, pero más allá de nuestra voluntad mostrar que no son tan admirables como se dice. En la historia de casi todo país, es común abrillantar las palabras de figuras públicas e incluso inventar virtudes en su comportamiento. Y no pasa de ser cansino estar insistiendo en una realidad menos interesante. Lo que pasa es que en América Latina se va más allá: se eligen como héroes justo a los hombres que más importunaron la política, más arruinaron la economía, más persiguieron a los ciudadanos. No importan las tragedias que Salvador Allende, Che Guevara y Juan Perón hayan hecho posibles. Lo importante es el carisma, el rostro fotogénico, la muerte trágica, los discursos inflamados contra extranjeros. Por eso, no se puede escapar: es él, el falso héroe latinoamericano, el principal blanco de este libro.

Che Guevara

Una mirada asesina

No hay como negarlo: en América Latina e incluso fuera de ella, el Che es el tío. Su nombre y su imagen están en discos de rock, en la portada de libros, en la rueda de repuesto de los coches deportivos. El guerrillero argentino da nombre a decenas de espacios públicos con funciones cursis, como el Centro Urbano de Cultura y Arte (Cuca) Che Guevara, en Ceará, Brasil, o la Cooperativa de Trabajo Ernesto Che Guevara de Córdoba, en Argentina, además de calles y plazas en todo el continente. Es posible estudiar en la "Escuela Che Guevara", tanto en Quito, Ecuador, como en Argentina o en Monte do Carmo, en el interior de Tocantins. El guerrillero fue tema de la escuela de samba Unidos da Ilha da Magia, campeona del carnaval 2011 de Florianópolis, Brasil. Su hija, Aleida, desfiló en una carroza alegórica en formato de tanque de guerra. Los cineastas retratan al Che como un mochilero camarada, un joven atrevido y soñador. Cualquier sindicato que se precie tiene una bandera con el Che. Un libro didáctico para clases de español, distribuido por el gobierno de Paraná en 2008, en Brasil, reproduce versos sobre "aquel guerrillero loco que mataron en Bolivia y como después de aquel día todo parece más feo". En São Paulo, donde viven los autores de este libro, hay bares con el nombre del Che, centros de salud llevan el nombre del Che, trituradoras de marihuana con la cara del Che a la venta en gasolineras. Si no hay más camisetas con la imagen del Che, es porque ya no están de moda por saturación.

Quien exhibe la imagen o el nombre del Che tiene sus motivos para admirarlo. Dicen que, ante un mundo tan centrado en la competición, en el éxito individual y en el dinero, es bueno recordar a alguien que dio su vida por una sociedad diferente. Si no se puede cambiar el sistema por completo, al menos si se puede hacer un pequeño acto de protesta, estampando el rostro de un joven aventurero que, algunos argumentan, renunció a su propio bienestar en pro de una idea, se liberó de la vida convencional para defender a los oprimidos y apostar por el sueño de un mundo mejor. El Che es para estas personas un símbolo de todo lo que dicen defender: la paz entre los pueblos, la tolerancia, la defensa de los derechos de los más débiles y de los trabajadores y el fin de la explotación económica.

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