Hey, honey, take a walk on the wild side.
VIAJE AL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS (1975-1977)
Hay muchas formas de vivir, infinidad de razones para que la vida comience. La vida sólo permite ser contada si ves en ella un viaje.
Sólo hay un viaje importante en la vida.
Todo viaje esconde un deseo. El mejor de los viajes es el que la vida misma propone, el trayecto de la vida a la muerte. También se puede viajar dentro de la muerte, como hacían los griegos. El viaje esconde un crimen. La vida es violencia secreta. Esconde el crimen contra uno mismo.
Corre el año 1975 y estoy viendo a un adolescente que vive en un pueblo español de quince mil habitantes. En el corazón de ese chico hay un deseo, una perplejidad imparable, imprudente, terca: el chico quiere viajar a la búsqueda de una Voz. Es como si de repente tuviera una visión de futuro, un futuro compuesto de largos viajes por España buscando el esclarecimiento de un misterio. Ese chico tiene doce años y ni siquiera sabe muy bien qué es España. Sabe dibujarla, sabe poner tres ciudades en el mapa. Ese chico no conoce la geografía española, ni sus ciudades ni sus pueblos ni sus carreteras. Sabe que existe un país llamado España, que ése es el nombre de su país, pero todavía no sabe que se compone de decenas de ciudades, de provincias, de carreteras, de pueblos, de calles, de lugares, de playas, de montañas, de gentes diversas.
El chico descubre que existe España en el mes de marzo de 1975. Es un chaval de doce años obsesionado por la cadencia de una Voz. Escucha esa Voz en vinilos, en elepés, es una Voz que expresa fuerza, que expresa una energía desconocida por él. Desea meter dentro de su propia vida toda la energía que está detrás de la Voz.
Lee en la prensa musical española que esa Voz americana viene a España, que esa Voz va a manifestarse por tres veces: una en Barcelona y dos en Madrid. La Voz, es esa Voz, la Voz que se oye cuando la aguja del tocadiscos atraviesa el vinilo. A veces se queda mirando la hermética textura del vinilo: cómo es posible que allí nazca esa Voz, que aparezca en un plástico inerte; esa Voz que transmite euforia y calor, ganas de vivir, unas fortuitas y luminosas y lúgubres y piadosas ganas de vivir. Tras la Voz, se presiente la vida de alguien que es asimismo el dueño de todas las vidas. Tras la Voz está la ruptura con todas las cosas, con todas las convenciones, con la ley, con el orden, con lo esperable, con lo que se espera de todos los días.
El pueblo en el que vive este chico se llama Barbastro, un pueblo del Alto Aragón, de la provincia de Huesca, un pueblo que sólo tiene una tienda de discos.
Ese pueblo lo es todo para él. Cuanto ese chico es cabe en ese pueblo. Ese adolescente comienza a maquinar un viaje a Barcelona o a Madrid. Lo habla con su amigo Pablo Albareda. ¿Cómo demonios se viaja a Barcelona o a Madrid? Pablo y el chico miran en una gran enciclopedia el mapa de España. Al menos, descubren que desde Barbastro está más cerca Barcelona que Madrid. Con sus dedos índices recorren sobre el mapa el itinerario que va de Barbastro a Barcelona. Observan que Barcelona da al mar. Con su imaginación viajan hasta allí, hasta Barcelona, junto al mar.
En Barcelona, en la desconocida ciudad de Barcelona, allí se va a manifestar la Voz que lleva obsesionando a ese chaval desde que a finales de enero de 1975 un amigo le diera un disco titulado Rock’n’Roll Animal . Fue un trueque: el chico le entregaba Harvest de Neil Young y su amigo, a cambio, le cedía el disco de Lou Reed. El amigo del chico se llamaba Ángel Sariñena. Años después, Ángel Sariñena sufrió un trágico accidente.
Estaba haciendo el servicio militar y regresaba a casa con un permiso de una semana.
Viajaba en tren.
El tren paró en una estación secundaria unos minutos, minutos que Ángel aprovechó para acercarse hasta la cantina de la estación con la intención de comprar un paquete de cigarrillos Ducados. Tan sólo se le hizo un minuto tarde.
Cuando la muerte es cuestión de un minuto justo, la inconsistencia de las cosas humanas aumenta.
El tren comenzó a moverse muy lentamente. Intentó subirse sin éxito a un tren en marcha y cayó a las vías. El ferrocarril se tragó primero sus extremidades, luego el torso y la cabeza.
No quedó nada de él, nada salvo ese disco: el Rock’n’Roll Animal de Lou Reed guardado en una estantería de un piso humilde de Barbastro y un paquete de cigarrillos de la legendaria marca Ducados sobre la vía.
El paquete de Ducados salió indemne.
Un tipo que pasaba por allí acabó fumándoselo entero. Fumar la cajetilla de alguien que ya no fuma no va contra la ley ni entonces ni ahora.
Volvamos al chico: está extrañado y fascinado ante la cubierta de un disco de un cantante americano del que no había oído hablar jamás.
¿Qué es Estados Unidos?
Parece que de allí viene todo.
Ese adolescente coloca el vinilo en su tocadiscos, un tocadiscos monoaural, y comienza a sonar la canción «Sweet Jane», exactamente la introducción a la canción compuesta por el guitarrista Steve Hunter, y en ese momento el cerebro (que no el alma) de ese adolescente comienza a modificarse, a transformarse, a viajar hacia una región desconocida. El chico siente que Lou Reed coge su mano y lo conduce a su mundo, directamente a otro lugar, y todo ya es distinto. En su ingenuidad, el chico piensa que la Voz sólo existe para él, que él es el único dueño de la Voz sobre la Tierra.
Los dos amigos, a mediados de una tarde de un mes de marzo de 1975, caminan hasta la estación de autobuses de Barbastro. Allí preguntan cuánto cuesta un billete para Barcelona. El empleado les aclara que sólo puede venderles un billete hasta Lérida y que en Lérida tienen que sacar otro hasta Barcelona. Luego les pregunta la edad. Quiere saber si se han escapado de casa. Se asustan. Desisten. El chico escucha el nombre de esas ciudades: Lérida, Barcelona, Barbastro… Y tras la armadura fonética de esas ciudades está la gente, una gente que no tiene nada que ver con lo que la Voz de Lou Reed expresa. De eso, increíblemente, el chico, por instinto, por intuición, se da cuenta.
El chico se pone a pensar en cómo será Barcelona. Se le antoja un espacio sideral, algo ingobernable, un lugar peligroso. Tiene miedo. Sí sabe de la existencia de Lérida. Una vez su padre lo llevó a Lérida. Recordaba una calle de Lérida donde había una juguetería famosa. Exhibía sus juguetes colgados a lo largo de toda la fachada del edificio. Desde un cuarto piso hasta el suelo había una columna de lujosos juguetes pendiendo del aire. Evoca la mano de su padre en la suya y sus ojos clavados en ese desfile de juguetes maravillosos. ¿Era Lou Reed su nuevo juguete? ¿Un juguete especial, un juguete para niños distintos? ¿Quién había diseñado un juguete tan complejo? ¿Eran los Beatles un nuevo juguete también, un juguete para niños mayores? ¿Una nueva juguetería invadía la civilización occidental? Pocos años después, el chico viajará con otro amigo a Lérida y allí descubrirá una tienda de discos.
Obviamente, el viaje a Barcelona se trunca.
Ni siquiera se atreve a confesarle a su padre la disparatada idea de que quiere viajar a Barcelona con su amigo Pablo para escuchar a un extraño cantante americano. Pablo, en realidad, no se había tomado en serio nada, sólo le sigue la corriente a su amigo por solidaridad, por fraternidad. No entiende quién es ese Lou Reed, pero se muestra solidario con la pasión de su amigo y se siente obligado a ofrecerle apoyo.