La auténtica Lolita
La auténtica Lolita
Título original: The Real Lolita
© 2018: del texto, Sarah Weinman
© 2019: de la traducción, Alfredo Blanco Solís
© 2019: Kailas Editorial, S. L.
Calle Tutor, 51, 7. 28008 Madrid
kailas@kailas.es
Diseño de cubierta: Rafael Ricoy
Diseño interior y maquetación: Luis Brea Martínez
ISBN: 978-84-17248-48-2
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A mi madre
Hay que ser artista y loco, un ser infinitamente melancólico, con una gota de ardiente veneno en las entrañas y una llama de suprema voluptuosidad siempre encendida en su sutil espinazo (¡oh, cómo tiene uno que rebajarse y esconderse!), para reconocer de inmediato, por signos inefables —el diseño ligeramente felino de un pómulo, la delicadeza de un miembro aterciopelado y otros indicios que la desesperación, la vergüenza y las lágrimas de ternura me prohíben enumerar—, al pequeño demonio mortífero entre el común de las niñas; pero allí está , sin que nadie, ni siquiera ella, sea consciente de su fantástico poder.
Vladimir Nabokov , Lolita
Quiero irme a casa tan pronto como pueda.
Sally Horner , 21 de marzo de 1950
INTRODUCCIÓN
«¿Y si yo había hecho con ella…?»
¿Y si yo había hecho con Dolly lo mismo que Frank Lasalle,
un mecánico de cincuenta años, hizo en 1948
con Sally Horner, de once?
Vladimir Nabokov , Lolita
U n par de años antes de que su vida cambiara de rumbo para siempre, Sally Horner posó para un fotógrafo. Tenía entonces nueve años, y aparece delante de la valla trasera de su casa, ante un árbol fino y sin hojas que se difumina en la esquina superior derecha de la imagen. Los rizos del cabello de Sally le rozan el rostro y los hombros de su abrigo. Mira directamente al fotógrafo, el marido de su hermana, expresando confianza y cariño de una forma evidente. La fotografía tiene algo de fantasmal, acentuado por el tono sepia y el enfoque borroso.
Esta no fue la primera imagen de Sally Horner que vi, y he visto muchas más desde entonces. Pero sí es la que recuerdo más a menudo. Porque es la única foto en la que Sally muestra una ingenuidad infantil, inconsciente de los horrores que le esperaban. Es la prueba del futuro que podría haber tenido. Pero Sally no tuvo la oportunidad de vivirlo.
Florence «Sally» Horner desapareció en Camden (Nueva Jersey) a mediados de junio de 1948, en compañía de un hombre que se hacía llamar Frank La Salle. Veintiún meses después, en marzo de 1950, gracias a la ayuda de una vecina preocupada, Sally telefoneó a su familia desde San José (California), suplicando que alguien enviara al FBI para que la rescatara. Después de aquello se produjo una cobertura sensacionalista por parte de los medios y la apresurada declaración de culpabilidad de La Salle, que pasó el resto de su vida en la cárcel.
Sin embargo, a Sally Horner solo le quedaban dos años de vida. Y cuando murió, a mediados de agosto de 1952, las noticias acerca de su muerte le llegaron a Vladimir Nabokov en una fase crítica de la creación de la novela que estaba escribiendo: un libro con el que llevaba luchando, de distintas formas, durante más de una década, uno que transformaría su vida personal y profesional mucho más allá de lo que podía imaginar.
La historia de Sally Horner reforzó la segunda parte de Lolita. En lugar de arrojar el manuscrito al fuego —algo que Nabokov había estado a punto de hacer en dos ocasiones, y que solo había evitado la rápida reacción de su mujer, Véra—, se dispuso a acabarlo, tomando prestados los detalles que necesitaba del caso real. Tanto Sally Horner como la ficticia creación de Nabokov, Dolores Haze, eran hijas morenas de madres viudas, destinadas a ser presas de unos depredadores mucho mayores que ellas durante cerca de dos años.
Cuando fue publicada, Lolita parecía infame, después se volvió famosa, pero siempre resultó controvertida, siempre fue tema de discusión. Ha vendido más de sesenta millones de ejemplares en todo el mundo en sus sesenta y tantos años de vida. Sin embargo, Sally Horner fue prácticamente olvidada, salvo por sus parientes más próximos y sus amigos más cercanos. Ellos ni siquiera serían conscientes de su vínculo con Lolita hasta hace unos años. A principios de la década de 1960 un periodista perspicaz había trazado una línea que conectaba a la niña real y al personaje de ficción, pero los Nabokov se burlaron de la teoría. Más tarde, en fecha próxima al quincuagésimo aniversario de la novela, un reconocido especialista en la obra de Nabokov exploró el vínculo entre Lolita y Sally y demostró con qué profundidad había introducido el autor la historia real en su relato ficticio.
Pero ninguno de ellos —ni el periodista ni el académico— se detuvo a mirar con atención la breve vida de Sally Horner. Una vida que comenzó siendo durísima, después se volvió extraordinaria, más tarde edificante y finalmente trágica. Una vida que encontró resonancia a través de la cultura, y que alteró de forma irrevocable el curso de la literatura del siglo xx .
Me gano la vida escribiendo historias de crímenes. Eso significa que leo muchísimo, que me sumerjo en los sucesos desagradables que le ocurren a la gente, sea o no buena. Las historias de crímenes lidian con aquello que hace que las personas pierdan el equilibrio y pasen de la cordura a la locura, de la decencia a la psicopatía, del amor a la cólera. Prenden dentro de mí ese doble sentimiento obsesivo y compulsivo. Si estas sensaciones se mantienen, sé que tengo que contar la historia.
Con el tiempo he aprendido que algunos relatos funcionan mejor en formato breve. Otros escapan a los límites artificiales que se le imponen a un artículo de revista. Sin una estructura no puedo contar la historia, pero sin el sentido de una implicación emocional, de una misión, no puedo hacer justicia a aquellos cuyas vidas intento recrear para los lectores.
Hace varios años, cuando estaba buscando una nueva historia, me tropecé con lo que le ocurrió a Sally Horner. Por aquel entonces tenía la costumbre, que aún mantengo, de sondear los rincones más oscuros de Internet para encontrar ideas. Dirigí mi interés hacia mediados del siglo xx porque ese periodo está bien documentado en la prensa, la radio e incluso en aquella etapa inicial de la televisión, si bien fuera de los límites de la memoria. Siguen existiendo los archivos judiciales, pero requiere un esfuerzo extra sacarlos a la luz. Todavía vive gente que recuerda lo sucedido, pero son tan pocos que sus recuerdos están a punto de desvanecerse. Aquí, en ese espacio casi imperceptible donde lo actual se une con el pasado, existen historias que piden a gritos contexto y comprensión.
Sally Horner me llamó la atención con una particular urgencia. Era una chiquilla que sufrió abusos durante veintiún meses, en una odisea que la llevó desde Nueva Jersey a California, por parte de un persuasivo pederasta. Era una chiquilla que ideó una forma para sobrevivir lejos de su hogar y en contra de su voluntad, lo que en su momento desconcertó a sus amigos y parientes. Comprendemos mejor estos métodos de supervivencia ahora, al disponer de relatos más recientes de jóvenes y mujeres que han sufrido cautiverios similares. Una chiquilla que sobrevivió a esta terrible experiencia cuando tantas otras, arrancadas de sus vidas cotidianas, no lo lograron. ¿Y todo para acabar muriendo tan poco tiempo después de ser rescatada, para que su historia fuera absorbida por una novela, una de las obras más importantes e icónicas del siglo xx ? Sally Horner se metió dentro de mí como pocas historias lo han hecho.
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