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Sally Thorne - Cariño, cuánto te odio

Aquí puedes leer online Sally Thorne - Cariño, cuánto te odio texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2017, Editor: Grupo Planeta, Género: No ficción. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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    Cariño, cuánto te odio
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    Grupo Planeta
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    2017
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Cariño, cuánto te odio: resumen, descripción y anotación

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SINOPSIS

Lucy Hutton es la asistente de una editora de la vieja escuela, preocupada por la calidad de los títulos que publica. La editora se ve obligada a fusionar su pequeña editorial con una gran editorial comercial, y Lucy se ve obligada a trabajar con Joshua Templeman, el asistente del editor en jefe de la otra editorial, preocupado únicamente por las ventas.

Lucy y Joshua se convierten inmediatamente en enemigos, pero del odio al amor ya sabemos que hay sólo un paso…

En memoria de Ivy Stone

1

Tengo una teoría. Odiar a una persona se parece de forma inquietante a estar enamorado de ella. He tenido mucho tiempo para comparar el amor y el odio, y éstas son las observaciones que he ido haciendo.

El amor y el odio son viscerales. Ya sólo de pensar en esa persona se te retuerce el estómago. El corazón te palpita con fuerza en el pecho: casi se te ve a través de la carne y la ropa. Pierdes el apetito y el sueño. Cada contacto con esa persona te llena la sangre de un tipo peligroso de adrenalina y te coloca al borde de una reacción radical: luchar o huir. Apenas conservas el dominio sobre tu cuerpo. Te consumes. Tienes miedo.

El amor y el odio son versiones especulares del mismo juego; y tú has de ganar a toda costa. ¿Por qué? Por tu corazón y por tu ego. En serio, sé de lo que hablo.

Es viernes por la tarde. Todavía voy a seguir encadenada a mi escritorio unas horas más. Me gustaría estar confinada en soledad, pero lamentablemente tengo un compañero de celda. Cada tictac de su reloj viene a ser como un dígito en la cuenta atrás, como una muesca raspada en la pared de la celda.

Estamos enzarzados en uno de nuestros juegos pueriles: un juego que no requiere palabras. Como todo lo que hacemos, es terriblemente inmaduro.

Lo primero que hay que saber de mí: me llamo Lucy Hutton. Soy ayudante de dirección de Helene Pascal, la codirectora general de Bexley&Gamin.

En otros tiempos, nuestra pequeña editorial, Gamin Publishing, estaba al borde de la quiebra. Con la crisis económica, la gente no tenía dinero para pagar la hipoteca, y la literatura se había convertido en un producto de lujo. Por toda la ciudad cerraban librerías, como velas apagadas de un soplo. Nosotros nos preparábamos para un cierre prácticamente seguro.

En el último momento, sin embargo, llegamos a un acuerdo con otra editorial en apuros. Gamin Publishing se vio obligada a contraer un matrimonio de compromiso con el tambaleante imperio del mal conocido como Bexley Books, dirigido por el insoportable señor Bexley en persona.

Convencida cada una de las empresas de estar salvando a la otra, ambas recogieron sus bártulos y se trasladaron a su nuevo hogar conyugal. Ninguna de las dos partes estaba contenta, ni mucho menos. Los Bexleys recordaban el viejo futbolín de su comedor con una nostalgia de color sepia. No acababan de creer que los vanos y fantasiosos Gamins hubieran sobrevivido tanto tiempo con su aproximativo cumplimiento de los objetivos de rendimiento y su soñadora idea de la literatura como un arte. Los Bexleys creían que los números eran más importantes que las palabras. Los libros eran «unidades». Hay que vender las unidades previstas. Felicita a tu equipo. Vamos allá.

Los Gamins se estremecían de horror al ver cómo sus bulliciosos hermanastros prácticamente arrancaban las páginas de sus Brontës y sus Austens. ¿Cómo era posible que Bexley hubiera llegado a reunir a tantos tipos encorbatados de ideas clónicas que habrían encajado mejor en contabilidad o en asuntos legales? A los Gamins la idea de los libros como «unidades» les ofendía en lo más profundo. Los libros eran, y serían siempre, algo digno de respeto y dotado de magia.

Al cabo de un año, aún es posible deducir a simple vista la compañía de la que procede un empleado simplemente por su apariencia física. Los Bexleys son geometría pura y dura; los Gamins son trazos suaves y sinuosos. Los Bexleys se mueven como una manada de tiburones, siempre hablando de cifras y acaparando la sala de conferencias para celebrar sus espantosas reuniones de planificación. De maquinación, habría que decir más bien. Los Gamins se acurrucan en sus cubículos, como dulces palomas en un campanario, y examinan manuscritos en busca de la próxima sensación literaria. El aire que los rodea huele a té de jazmín y a papel impreso. Tienen en la pared a Shakespeare, como si fuera un chico de calendario.

El traslado a un nuevo edificio fue algo traumático, especialmente para los Gamins. Basta con tomar un plano de esta ciudad, trazar una línea recta entre los antiguos edificios de las dos empresas y marcar en rojo el punto situado exactamente a medio camino... Ahí es donde estamos. La nueva sede de Bexley & Gamin es una achaparrada mole gris de cemento junto a una importante vía de acceso, abarrotada de tráfico a partir de mediodía. Allí dentro hace un frío ártico por la mañana y un calor asfixiante por la tarde. El edificio, aun así, tiene un punto favorable: un parking subterráneo con algunas plazas libres, normalmente acaparadas por los empleados más madrugadores, o tal vez debería decir por los Bexleys.

Antes de la mudanza, Helene Pascal y el señor Bexley recorrieron el edificio y coincidieron, cosa insólita, en una cosa. La planta superior era insultante. ¿Únicamente un despacho ejecutivo? Hacía falta una reforma integral.

Tras una reunión de una hora para aportar ideas —una reunión tan cargada de hostilidad que los ojos de la interiorista brillaban de lágrimas contenidas—, el único término que consensuaron Helene y el señor Bexley para describir el estilo que buscaban fue «reluciente». Ése habría de ser su último acuerdo. La reforma cumplió fielmente el plan de diseño. La décima planta es ahora un cubo de cristal, acero y azulejos negros. Podrías depilarte las cejas usando como espejo cualquiera de las superficies: las paredes, los suelos, el techo. Hasta nuestros escritorios están hechos con enormes láminas de vidrio.

Estoy concentrada en el gran reflejo que tengo frente a mí. Levanto la mano y me miro las uñas. El reflejo sigue mi movimiento. Me paso los dedos por el pelo y me estiro el cuello de la blusa. Me he quedado en trance un momento. Casi se me ha olvidado que estoy jugando a ese jueguecito con Joshua.

Si estoy aquí con un compañero de celda es porque cada general enloquecido por el poder tiene un segundo en el mando para hacerle el trabajo sucio. La posibilidad de compartir un ayudante de dirección no llegó a considerarse nunca, porque habría implicado una concesión por parte de uno de los directores generales. Así pues, nos colocaron frente a las puertas de los dos nuevos despachos de dirección y nos abandonaron aquí, para que nos defendiéramos por nuestra cuenta.

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