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Bernd Ingmar Gutberlet - Las 50 grandes mentiras de la Historia

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Bernd Ingmar Gutberlet Las 50 grandes mentiras de la Historia

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48. El asesinato de JFK

¿Quién quería deshacerse del presidente?

E n 1963, la muerte de John F. Kennedy en Dallas estremeció a Estados Unidos y al mundo, y durante décadas varias generaciones de estadounidenses recordarían lo que estaban haciendo en el momento del atentado del 22 de noviembre de ese año. Hasta hoy, el asesinato del presidente Kennedy deja muchos interrogantes abiertos. En el centro de las especulaciones se encuentra principalmente la pregunta por el presunto asesino. ¿Actuó Lee Harvey Oswald realmente de manera individual? Y de no ser así, ¿quiénes fueron los autores intelectuales del atentado? Pocos acontecimientos en la historia estadounidense han provocado una profusión comparable de publicaciones y debates apasionados. Innumerables libros, páginas web y películas han tratado el caso; y obras espectaculares, como el seudodocumental de Oliver Stone, JFK, han contado con millones de espectadores en todo el mundo incluso décadas después del asesinato.

Los partidarios de la «versión oficial» y sus críticos siguen discutiendo y reprochándose mutuamente el haber manipulado la evidencia de manera selectiva y subjetiva, de haber ignorado indicios inconvenientes y de haber desacreditado los intentos de solución del lado contrario. Y junto a los resultados de la comisión oficial de investigación circulan un sinnúmero de versiones alternativas de lo que realmente podría encontrarse detrás del crimen.

A finales de noviembre de 1963, el presidente Kennedy visitó Dallas para promover en el difícil estado de Texas su reelección en la contienda presidencial del año siguiente. Cuando la limusina presidencial descapotada disminuyó la velocidad en una curva estrecha de Dealy Plaza, se hicieron tres disparos desde el sexto piso de un edificio. Dos tiros alcanzaron a Kennedy, uno de ellos mortalmente. El tercero falló su objetivo. Cerca de allí, en el hospital Parkland, los médicos no pudieron salvar al presidente. Poco después del atentado, Lee Harvey Oswald fue detenido bajo sospecha de asesinato y dos días más tarde, cuando lo trasladaban a la cárcel, fue asesinado por Jack Ruby, el dueño de un club nocturno. Una semana después del hecho, el presidente Lyndon B. Johnson, vicepresidente durante el mandato de Kennedy, que viajaba en el segundo coche el día del atentado, le encomendó a Earl Warren, jefe del Tribunal Superior de Justicia, la dirección de una comisión investigadora para aclarar el asesinato. El informe de la Comisión Warren de septiembre de 1964, que comprende 888 páginas, concluye que Lee Harvey Oswald había asesinado a Kennedy y había actuado de manera individual. No habría ninguna conexión con el Gobierno estadounidense ni con gobiernos extranjeros; tampoco existiría relación con Ruby, el asesino de Oswald: éste habría actuado por afán de prestigio y frustración personal.

Las evidentes debilidades del informe resultaron ser una fuente viva y efervescente para los críticos de la Comisión Warren. Por razones políticas, la comisión tuvo que trabajar con prisa y confiar en los servicios secretos de la CIA y el FBI de forma acrítica. En la investigación no se tuvieron en consideración las fotos ni las radiografías del cadáver de Kennedy. Se consideró que la hipótesis del autor individual era evidente y se ignoraron no solo indicios, sino también declaraciones de testigos que, al menos, admitían otra explicación. En el curso de las investigaciones, el papel de los servicios secretos, cayó en la mira de la crítica. ¿Había evitado el FBI que se descubriera su conexión con el asesino de Kennedy? ¿Acaso sabía algo acerca de los planes del atentado y, sin embargo, no había advertido de ellos al presidente? ¿Ocultaban la CIA y el FBI nexos entre Oswald y los servicios secretos soviéticos y cubanos? ¿Habían tenido que ocultar estas conexiones porque Johnson, sucesor de Kennedy, había decidido no invadir Cuba pese a su implicación comunista? Y más allá de fallar en la protección del presidente, ¿los servicios secretos no habían favorecido el atentado negligente o, incluso, metódicamente? A pesar de la curva, ¿el chófer de la limusina presidencial no conducía exageradamente despacio y no había mirado a su alrededor como si esperase el disparo? Tras el atentado, algunos testigos informaron de otros detalles extraños: algunos afirmaron que empleados del servicio secreto los habían obligado a retirarse del lugar desde donde poco después Oswald haría los disparos mortales. Los servicios secretos negaron sin embargo que sus hombres se encontrasen en misión en el lugar. Algunos testigos oculares afirmaban haber visto a más de un hombre armado en las ventanas del edificio desde el que habían llegado los disparos. ¿Por qué la Comisión Warren no había tomado en consideración las declaraciones de determinados testigos? ¿Y por qué no había hecho el seguimiento de ciertas singularidades, como el hombre que a manera de señal había abierto y cerrado su paraguas poco antes de los disparos? ¿Por qué arrestó después del atentado, de forma provisional, a individuos cuyos protocolos de interrogatorio se extraviaron posteriormente?

Más importantes aún parecían las filmaciones del atentado realizadas por aficionados, las cuales contradecían la teoría de un único autor propuesta por la Comisión Warren, pues permitían suponer que se habían descargado más de tres tiros, tiros que Oswald no había podido disparar solo. Por otra parte, a partir de la reacción del cuerpo de Kennedy tras el disparo, algunos observadores concluyeron que un segundo tirador tenía que haber apuntado desde otro lugar. Esta hipótesis se veía respaldada por numerosas declaraciones de testigos oculares, entre ellos policías. ¿Y por qué tenía que esperar varios años la opinión pública estadounidense para poder ver finalmente estas filmaciones? Los dictámenes contradictorios de los médicos de Dallas y Washington, donde la autopsia de Kennedy se realizó de manera apresurada, incompleta e inadecuada, también ofrecían abundante sustento para el escepticismo.

Las incongruencias del curso de los acontecimientos y de los informes de la comisión investigadora llenaban tomos enteros por sí solas. Pero también resultaba difícil pasar por alto las especulaciones sobre los implicados en el hecho.

En especial, el presunto autor individual, Lee Harvey Oswald, y su biografía fuera de lo común, alimentaron las dudas. Se trataba de un exsoldado que se había vuelto comunista, había vivido en la Unión Soviética y acababa de regresar a Estados Unidos en 1962. Desde allí había tratado en vano de viajar a Cuba. En plena fase álgida de la guerra fría, parecía sospechoso que no hubiera ningún tipo de conexión entre Oswald y los servicios secretos estadounidenses. ¿No sería más bien un agente de Estados Unidos? A favor de ello estaban los hechos de que hubiese podido regresar sin problemas al país con su esposa rusa y que fuera amigo de un emigrante ruso, un hombre de contacto de la CIA. Oswald había viajado a Ciudad de México poco antes del atentado, ¿para ofrecerle el asesinato de Kennedy a la KGB en la Embajada soviética? ¿O acaso el servicio secreto estadounidense fingió un nexo entre Oswald y Cuba para responsabilizar del asesinato a la avanzada del socialismo que se desarrollaba a las puertas de Estados Unidos? ¿Cómo se relaciona esto con los dobles de Oswald, a los que presuntamente habría empleado el servicio secreto para el montaje de Oswald como chivo expiatorio apropiado para el asesinato? En contraposición, los defensores del informe Warren presentan a Oswald como a un simple títere político.

El asesinato de Oswald también provocó, inevitablemente, especulaciones. ¿De verdad había actuado el mafioso Ruby por repulsión personal hacia al asesino del presidente y por compasión con su viuda, o había recibido dinero de los servicios secretos o de la mafia por su acto? ¿Y la causa de su muerte en 1967 en prisión fue realmente cáncer o lo asesinaron para silenciarlo?

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