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Constantino Benito-Plaza - Juan XXIII - 200 anécdotas

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Constantino Benito-Plaza Juan XXIII - 200 anécdotas

Juan XXIII - 200 anécdotas: resumen, descripción y anotación

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Sabiduría entendimiento consejo fortaleza ciencia piedad temor de Dios - photo 1

Sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad, temor de Dios…

Que la consabida lista de los siete dones del Espíritu Santo queda incompleta sin el don de la alegría y el don del humor queda luminosamente patente en esta como “vida” de Juan XXIII.

Doscientas dosis supervitaminadas de oxígeno para seguir peregrinando.

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Constantino Benito-Plaza

Juan XXIII - 200 anécdotas

ePub r1.0

jandepora25.03.14

Constantino Benito-Plaza, 2000

Editor digital: jandepora

ePub base r1.0

No sufro ni del hígado ni de los nervios gracias a Dios Por eso me encanta - photo 3

No sufro ni del hígado ni de los nervios, gracias a Dios.

Por eso me encanta la compañía y me hace feliz verme rodeado de gente.

J UAN XXIII

Que las muchas tristezas mucho pecado son.

J UAN R UIZ , arcipreste de Hita

Carta a Juan XXIII

Querido papa Juan:

Como no me gustan los prólogos, he estado pensando un buen rato cómo presentar estas gavillas de anécdotas tuyas, que he estado preparando durante algunos años y que han acabado por hacerme un «forofo» tuyo y un defensor a ultranza de tu manera de hacer evangelio cada día, cada instante. Al final, mira por dónde, nada de prólogos fríos, sino que se me ha ocurrido escribirte esta carta cálida, como tú querías que fuese todo: cálido, cordial, con el alma dentro

Y, bien, ¿cómo empezar? Se me atropellan las ideas y las anécdotas de tu vida, que he derramado a raudales en estas páginas. Si una es hermosa, la otra lo es más. Todas te retratan tal cual eras y al natural porque eras la naturalidad en persona, la espontaneidad viva, la originalidad despierta, la alegría contagiosa. Y a través de tu alegría hecha anécdota te fuiste metiendo en el bolsillo a ortodoxos y protestantes, a blancos y negros, amarillos y cobrizos. Has sido el hombre más amado de la historia después de Jesús, claro. Pero Jesús ha sido el más odiado también, por desgracia, quizás por su mensaje de amor y desinterés. Y a ti, por el contrario, no creo que nadie te odie. ¿Por qué te iban a odiar si fuiste bueno con todo el mundo? Lo dijiste tú mismo y bellamente a un periodista: «Se ha hablado de mí como papa político, como papa docto, como papa diplomático y no sé cuántas cosas más. El papa es sólo el buen pastor — bonus pastor — y su misión es sólo difundir la bondad». En esto empleaste tu vida, en «tapar agujeros», como tú decías con gracia, y en difundir la bondad

Y empezaste por saber reírte de ti mismo, afianzado como estabas en una hondísima humildad, y reírte de tus grandes orejas y de tu nariz ganchuda y de tu exuberante gordura generosa, que te hacía más bondadoso si cabe todavía, y llegaste incluso a decirle a Dios —como confesabas a aquel famoso y apuesto obispo Fulton Sheen de la televisión americana— lo siguiente: «¿Por qué, si sabías de antemano que iba a ser papa, no me hiciste un poco más fotogénico para la televisión?»

Cosas así se te ocurrían: geniales, inolvidables y evangélicas. Tu río de bondad lo arrastraba y anegaba todo. Pero que nadie se quede en la superficialidad de tu chispa ni en la agudeza de tus ocurrencias. Eso era solamente la corteza, el hontanar andaba dentro borbolleante y sonoro y no era otro que el evangelio llevado a la vida. Cada anécdota tuya era una página del evangelio puesto al día, a la medida del siglo XX , en el que vivías. Alguien llamó a tus anécdotas «encíclicas menores» porque resumen el evangelio, como digo, y nos dan a conocer mejor la hondura de tu espiritualidad

El valor divino de lo humano. Aquel inolvidable libro de Jesús Urteaga me ha venido a la mente al sonreír tus anécdotas, tan humanas ellas, tan ancladas en lo cotidiano pero, al mismo tiempo, tan divinas, tan de Dios. Porque no se puede separar a Dios de tus anécdotas, que son tu vida intensa de trato con Él. Eran tus anécdotas la senda del candor y la limpieza del alma para llevarnos livianamente a la luz total, que era ÉL con mayúsculas. Era tu estilo de evangelización y predicación, un estilo que entendían los niños y los sabios, los presos y presidentes de naciones. Eran, tus anécdotas, «el valor divino de lo humano»

Pero ¿por qué eras tan alegre, querido papa Juan?, ¿por qué llevabas la vida como si no sufrieras nada y ocultabas las cruces con las sonrisas? Lo decías tú muy claramente: «No me duele el hígado ni padezco de los nervios». Y en otra ocasión, a unos peregrinos: «Rezad por mí, porque espero vivir muchos años todavía. ¡Amo la vida!». O aquellas palabras tuyas que quiero traer textualmente porque resumen tu quehacer evangelizador: «Algunos dicen que el papa es demasiado optimista. Pero ¿Qué voy a hacer si veo todas las cosas con el corazón?». Ahí residía tu secreto, en eso consistían tus conquistas: en verlo todo con amorosa amistad, con el corazón a flor de la palabra

Querido papa Juan, no quiero cansarte. Sólo decirte, por si no lo sabías, que todos, hasta los seres más raros y un tanto estrafalarios de la tierra, te entendieron; por ejemplo, Pier Paolo Passolini, que supongo sabrás ya, a estas alturas, de quién se trata. Me enterneció la dedicatoria que puso a una de sus mejores películas, que te dedicó, él, tan estrambótico y polémico y genial. Escribió esto sólo: «A la alegre, familiar y querida memoria de Juan XXIII». Tres adjetivos como tres soles, tres dianas certeras en el centro del corazón. Por cierto, no escribió «Al papa Juan XXIII» sino sencillamente «Juan XXIII», como un amigo, como un buen pastor de tirios y troyanos

Esto último viene a cuento para decirte que te van a beatificar en septiembre. Y ¿sabes qué pienso? Que nadie te va a llamar «Beato» Juan XXIII. ¡Qué mal suena! Y ni siquiera: papa Juan XXIII, sino Juan XXIII a secas o papa Juan. Que con un simple acento en la segunda «a» te hace amigo de todos, que es lo que tú querías

Y ahora y aquí sí que le doy la razón a Manolo, mi cura amigo y mi párroco a la vez, en tu línea bienhumorada, a quien, al comunicarle yo tu próxima beatificación, le salió del alma la protesta: ¡Que no lo hagan santo, que lo van a estropear!

Le doy la razón a Manolo, el cura. Tú eres santo desde siempre, como la madre Teresa de Calcuta, por ejemplo, y nadie te lo va a poner delante de tu nombre de pila que tanto te gustaba: Juan. Porque tú sufrías, papa Juan, con tantos honores como te correspondían, te caían gordas las vestiduras papales —«me han vestido como un sátrapa persa»—, las largas y aburridas ceremonias, la silla gestatoria, que te mareaba de verdad, los aplausos en la basílica, que prohibiste… Todo esto está en tus anécdotas

Y te gustaba hablar con los campesinos, con los niños, con los empleados de tu «palacio» al que llamabas, por cierto, jaula dorada, con los presos y con los ancianos de los asilos

Querido Juan XXIII, soy un pesado, pero es porque te quiero, así, como eras, como reías, como sonreías, como hablabas con los más sencillos, porque escribiste: «No importa lo que digan o piensen de mí. Quiero ser fiel con mi propósito a toda costa: quiero ser bueno siempre con todos». ¿Para qué más? Ser bueno y lo demás venía por añadidura

Gracias por ser lo que has sido: el amigo de todos, querido y alegre papa Juan

¿Un abrazo? Sí, quiero terminar con un gran abrazo para ti, de corazón, como tú se lo diste sin protocolos y de corazón a aquella primera dama americana que te vino a visitar un día, Jacqueline Kennedy

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