Bárbara Pastor - Constantino: la invención del cristianismo
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- Libro:Constantino: la invención del cristianismo
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:2007
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Constantino: la invención del cristianismo: resumen, descripción y anotación
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El emperador Constantino vivió en una época de transición de las más dramáticas de la historia. El paso del Bajo Imperio Romano hacia la Edad Media provocó numerosos cambios en la escena social y política de todo Occidente. A partir del siglo IV, se incorporan a la escena nuevos actores que, bajo la dirección del emperador, irán sentando las bases para consolidar el papel de la Iglesia como poderosa institución.
Haciendo caso omiso del reparto de poder que había empezado Diocleciano con el sistema de la Tetrarquía, Constantino se propuso concentrar todo el Imperio en sus manos bajo el signo de la Cruz, hacer del cristianismo una señal de identidad, y fundar Constantinopla como nueva capital del Imperio. Todo ello le otorgó un protagonismo que habría sido imposible si hubiese mantenido la religión pagana y la vieja capital en Roma. Constantino se rodeó de los personajes necesarios para representar, con el brillo de la púrpura, el papel del más grande actor de la historia.
Bárbara Pastor
ePub r1.0
Titivillus 16.05.16
Título original: Constantino: la invención del cristianismo
Bárbara Pastor, 2007
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Constantino fue un personaje singular, como lo fue también su madre Helena, una moza de taberna que sedujo a Constancio, entonces oficial del ejército, en uno de los viajes que éste hacía habitualmente en sus campañas militares. Siendo una rubia adolescente de muy buen ver, Helena no se opuso a los encantos del apuesto oficial, y a los nueve meses nacía Constantino, en torno al año 273 d. C., en un lugar de la antigua Yugoslavia llamado Naissus. Fue hijo bastardo, pues sus padres nunca se casaron.
Madre e hijo tenían en común una ilimitada ambición. Helena pasó a formar parte de la casa imperial, y recibió el título de Augusta. En cuanto a Constantino, no encontró límites para alcanzar su objetivo de reinar sobre la totalidad del Imperio.
Helena, feliz de que su hijo hubiera abandonado el paganismo, le aconsejó que abrazara el judaísmo. Para no contrariar a su madre, Constantino organizó un espectáculo peculiar.
Doce rabinos y el Papa Silvestre se colocaron en torno a Constantino y a su madre Helena. En el centro, dos jueces paganos. Los rabinos iban a demostrar cómo podrían hacer morir un buey susurrándole al oído el nombre de Jehová. Cuando le tocó el turno al Papa Silvestre, lo que hizo fue pronunciar el nombre de Jesucristo y el buey volvió a la vida.
Ante tal maravilla, Helena abrazó inmediatamente la fe cristiana. Decidió peregrinar hasta Tierra Santa en busca de la Cruz que era el símbolo de la fe cristiana, rompiendo así la tradición de que las mujeres honradas no salían de casa sin su marido. «A quien anda entre humos se le irritan los ojos», dijo un filósofo a otra mujer que también quiso ir a Tierra Santa. «¿No sabes que eres mujer, y que por eso eres más débil y no puedes viajar sola?» Pero ya era tarde para estos razonamientos que los filósofos planteaban a las mujeres inquietas del siglo IV.
La personalidad de Constantino sigue despertando hoy el mismo interés que despertó en sus biógrafos de la época, y no cesa la polémica entre sus defensores y detractores.
Siendo la religión el tema que gira en torno a Constantino, es fácil comprender que se hayan escrito sobre él biografías dispares, y siempre apasionadas. Más que como personaje histórico, Constantino es visto por algunos como defensor de la fe cristiana. Y esto conlleva sus riesgos a la hora de analizar su figura.
Hay quien ve en la conversión del emperador un interés meramente político. Hay sin embargo quien reconoce sinceridad en sus gestos hacia la Iglesia. Y hay también quien le atribuye una piedad extrema, cercana a la santidad. Sea como fuere, Constantino fue el último emperador que mantuvo unificado el Imperio romano y puso las bases para perpetuar su existencia durante mil años más en Oriente. Y este hecho irrefutable indica, como mínimo, que tuvo que recurrir a cuantas estrategias tuvo a su alcance para hacer frente a la difícil situación de la época que le tocó vivir.
Constantino es sin duda el protagonista del siglo IV de nuestra era, que corresponde a la Antigüedad tardía, llamada también Bajo Imperio Romano, un período de la historia que resulta fascinante por muchas razones. Entre ellas, porque emergen nuevos protagonistas en el escenario social y religioso cercanos al emperador, y que ejercen su influencia a través de un lenguaje nuevo con alta temperatura emocional cuyo objetivo es persuadir más que imponer. En tiempos de Constantino, la retórica adquirió una importancia enorme, como es propio de los períodos de grandes cambios. Este emperador resulta apasionante por tres razones fundamentales:
- Es el primer emperador que apoya el cristianismo.
- Funda Constantinopla, nueva capital del Imperio bizantino.
- Incorpora nuevos protagonistas en la vida social, política y religiosa del Imperio; esto es, obispos, monjes, y mujeres.
El entorno familiar de Constantino estuvo rodeado de intrigas en las que no faltó la ambición. Hubo asesinatos que tuvieron que ver con dos mujeres muy cercanas al emperador: su madre Helena, y Fausta, su segunda esposa. Helena llenó de rumores y sospechas la cabeza de Constantino, y el resultado fue que éste mandó ejecutar a su propio hijo Crispo, sin saber muy bien por qué razón. Parece ser que Helena le informó de infidelidades de su hijo con Fausta, la entonces segunda esposa del emperador. Sin embargo, más tarde y cuando ya no hubo remedio, Constantino se arrepintió de haber matado a su hijo.
Durante su reinado, este emperador mandó aplicar castigos crueles que ya habían sido suprimidos por anteriores emperadores. A pesar de ello, Constantino ha pasado a la historia como emperador clemente, y distinguido del resto mediante el apodo El Grande. Constantino, además, presidió el primer concilio de obispos sin estar siquiera bautizado (eso lo dejó para el último momento de su vida, quizás para no caer en la tentación de cometer algún pecado mortal). Las ejecuciones que él mandó realizar en su propio entorno familiar no ensombrecieron, a pesar de todo, la fama de hombre piadoso que mereció entre los autores cristianos.
Cristianismo y paganismo, fe y superstición, pecado y delito, ley y moral. He aquí algunos de los binomios que compartieron escenario en una época difícil que le tocó vivir a Constantino, primer emperador que otorgó libertad religiosa a los súbditos del Imperio. Ningún emperador ha despertado mayor controversia que Constantino. Muchos escritores manifestaron sentimientos opuestos en torno al emperador «indiferente religioso», «calculador político», «iluminado», «humilde siervo de Dios con pasión de guerrero». Pero no se puede negar que fue un político universal. Y como tal, embajador excelente que supo hacer uso de una extrema habilidad para conseguir sus objetivos en todos los frentes.
Hombres y mujeres, obispos y clérigos, todos ellos formaban parte de un escenario cuyos actores, el Estado y la Iglesia, eran difíciles de dirigir. Pero la habilidad de Constantino era tal, que de él se dijo que fue capaz de sacar dinero incluso a los dioses.
Antes de Constantino, Diocleciano
No podemos hablar de Constantino sin referirnos antes a Diocleciano, su predecesor. A estos dos emperadores debemos las profundas reformas que salvaron a Roma de la anarquía. Ambos fijaron las pautas para fundar un Imperio nuevo, y tuvieron la fortuna de permanecer mucho tiempo en el poder. Diocleciano gobernó durante veinte años, y Constantino más de treinta. Esta circunstancia propició a su obra el carácter estable que le había faltado a los emperadores anteriores, que duraban en el poder el tiempo que decidieran los soldados. Sin Diocleciano no hubiera habido Constantino.
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