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Robert Greene - El Arte de la Seducción

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Robert Greene El Arte de la Seducción
  • Libro:
    El Arte de la Seducción
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2001
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El Arte de la Seducción: resumen, descripción y anotación

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Consigue lo que quieras manipulando la más importante debilidad de cualquier - photo 1

Consigue lo que quieras manipulando la más importante debilidad de cualquier persona: el deseo de placer.

Se trata de la seducción, una habilidad que está al alcance de cualquiera y que, empleada con destreza, permite manipular, controlar y doblegar la voluntad de los demás sin recurrir a la violencia física ni a la presión psicológica. Con su claridad y amenidad características, Robert Green muestra aquí todo lo que se puede lograr mediante este sutil arte, así como las estrategias, maniobras y reglas más eficaces para conseguirlo. Con este fin se apoya en ejemplos tomados de la historia y en la biografía de algunos de los seductores más célebres del pasado, tales como Cleopatra, Casanova, De Gaulle y John F. Kennedy. Asimismo sintetiza las ideas de aquellos que han analizado el tema, como el poeta Ovidio y el filósofo Soren Kierkegaard. Estamos, sin duda, ante un libro imprescindible para vencer la resistencia del otro y lograr que se rinda a nuestros deseos.

Robert Greene El Arte de la Seducción ePub r13 Watcher 290118 Título - photo 2

Robert Greene

El Arte de la Seducción

ePub r1.3

Watcher 29.01.18

Título original: The Art of Seduction

Robert Greene, 2001

Traducción: Enrique Mercado

Imagen de cubierta: Alexandre Cabanel

Editor digital: Watcher

ePub base r1.2

A la memoria de mi padre Robert Greene Los Ángeles California 14 de - photo 3

A la memoria de mi padre.

Robert Greene Los Ángeles California 14 de mayo de 1959 Nació en Los - photo 4

Robert Greene (Los Ángeles, California 14 de mayo de 1959). Nació en Los Ángeles, California. Posee un posgrado en estudios clásicos. Trabajó como editor de revistas, traductor y articulista. También se ha desempeñado como conferencista. Es autor, entre otros libros, de: Las 48 leyes del poder, Las 33 estrategias de la guerra, El arte de la seducción, La Ley 50 (coescrito con 50 Cent) y Maestría, obras que alcanzaron enormes cifras de venta y fueron traducidas a varias lenguas.

Agradecimientos

Antes que nada, quisiera dar las gracias a Anna Biller por sus incontables contribuciones a este libro: la investigación, las muchas conversaciones, su invaluable ayuda con el texto mismo y, no menos importante, su conocimiento del arte de la seducción, del que he sido feliz víctima en numerosas ocasiones.

Debo agradecer a mi madre, Laurette, su constante apoyo a lo largo de este proyecto, y que sea mi más ferviente fan.

Quiero dar las gracias a Catherine Léouzon, quien hace unos años me introdujo en Las amistades peligrosas y el mundo de Valmont.

Quiero dar las gracias a David Frankel por su hábil labor de edición y muy apreciados consejos; a Molly Stern, de Viking Penguin, por supervisar el proyecto y contribuir a darle forma; a R adha Pancham por mantener todo en orden y ser tan paciente; y a Brett Kelly por hacer avanzar las cosas.

Con el corazón abatido, me gustaría rendir tributo a mi gato Boris, quien durante trece años veló por mí mientras escribía y cuya presencia se echa mucho de menos. Su sucesor, Brutus, ha demostrado ser una musa digna.

Por último, deseo honrar a mi padre. Es imposible expresar con palabras cuánto lo extraño y cuánto ha inspirado mi obra.

Prefacio

Hace miles de años, el poder se conquistaba principalmente mediante la violencia física, y se mantenía con la fuerza bruta. No había necesidad de sutileza: un rey o emperador debía ser inmisericorde. Sólo unos cuantos selectos tenían poder, pero en este esquema de cosas nadie sufría más que las mujeres. No tenían manera de competir, ningún arma a su disposición con que lograr que un hombre hiciera lo que ellas querían, política y socialmente, y aun en el hogar.

Claro que los hombres tenían una debilidad: su insaciable deseo de sexo. Una mujer siempre podía jugar con este deseo; pero una vez que cedía al sexo, el hombre recuperaba el control. Y si ella negaba el sexo, él simplemente podía voltear a otro lado, o ejercer la fuerza. ¿Qué había de bueno en un poder tan frágil y pasajero? Aún así, las mujeres no tenían otra opción que someterse. Pero hubo algunas con tal ansia de poder que, a la vuelta de los años y gracias a su enorme inteligencia y creatividad, inventaron una manera de alterar completamente esa dinámica, con lo que produjeron una forma de poder más duradera y efectiva.

La opresión y el desprecio, así, eran y deben haber sido en general la suerte de las mujeres en las sociedades jóvenes; tal estado estuvo vigente hasta que siglos de experiencia les enseñaron a sustituir la fuerza por la maña. Las mujeres intuyeron al final que, puesto que eran débiles, su único recurso era seducir; comprendieron que si dependían de los hombres por la fuerza, ellos podían depender de ellas por el placer. Más infelices que los hombres, deben haber pensado y reflexionado antes que ellos; fueron las primeras en saber que el placer estaba siempre bajo la idea que uno se hacía de él, y que la imaginación llegaba más lejos que la naturaleza. Una vez entendidas estas verdades básicas, las mujeres aprendieron primero a velar sus encantos a fin de despertar curiosidad; practicaron el difícil arte de rehusar aun cuando desearan consentir; y desde entonces, supieron encender la imaginación de los hombres, incitar y dirigir deseos a su antojo, y fue así como nacieron la belleza y el amor. Entonces, el hado de las mujeres se volvió menos áspero; esto no quiere decir que hayan conseguido librarse por completo del estado de opresión al que su debilidad las condenaba; pero, en el estado de guerra perpetua que sigue existiendo entre mujeres y hombres, se les ha visto, con ayuda de las caricias que fueron capaces de inventar, combatir sin tregua, vencer en ocasiones y, a menudo más hábilmente, sacar provecho de los recursos dirigidos en su contra; a veces, también, los hombres han vuelto contra ellas las armas que ellas mismas forjaron para combatirlos, y su esclavitud se ha vuelto mucho más severa por este motivo.

CHODERLOS DE LACLOS, SOBRE LA EDUCACIÓN DE LAS MUJERES

Esas mujeres —como Betsabé, del Antiguo Testamento; Helena de Troya; la sirena china Hsi Shi, y la más grande de todas, Cleopatra— inventaron la seducción. Primero atraían a un hombre por medio de una apariencia tentadora, para lo que ideaban su maquillaje y ornamento, a fin de producir la imagen de una diosa hecha carne. Al exhibir únicamente indicios de su cuerpo, excitaban la imaginación de un hombre, estimulando así el deseo no sólo de sexo, sino también de algo mayor: la posibilidad de poseer a una figura de la fantasía. Una vez que obtenían el interés de sus víctimas, estas mujeres las inducían a abandonar el masculino mundo de la guerra y la política y a pasar tiempo en el mundo femenino, una esfera de lujo, espectáculo y placer. También podían literalmente descarriarla, llevándolas de viaje, como Cleopatra indujo a Julio César a viajar por el Nilo. Los hombres se aficionaban a esos placeres sensuales y refinados: se enamoraban. Pero después, invariablemente, las mujeres se volvían frías e indiferentes, y confundían a sus víctimas. Justo cuando los hombres querían más, les eran retirados sus placeres. Esto los obligaba a perseguirlos, y a probarlo todo para recuperar los favores que alguna vez habían saboreado, con lo que se volvían débiles y emotivos. Los hombres, dueños de la fuerza física y el poder social —como el rey David, el troyano Paris, Julio César, Marco Antonio y el rey Fu Chai—, se veían convertidos en esclavos de una mujer.

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