Jennifer Greene
Orgullo y seducción
© 1997 Jennifer Greene
Orgullo y seducción (2003)
Título Original: The baby chase
Serie multiautor: Los chicos Fortune 12/12
Conoce a los Fortune, tres generaciones de una familia que comparten un legado de riqueza, influencia y poder. Cuando se unan para enfrentarse a un enemigo desconocido, comenzarán a descubrirse los más impactantes secretos de la familia… y nacerán nuevos y apasionados romances.
Rebecca Fortune: la escritora de novelas de misterio continúa soltera, pero quiere ser madre. Está decida a hacer cualquier cosa para tener un bebé, incluso seducir a un hombre que no la acepta tal y como es.
Gabriel Devereax: el receloso detective privado no cree ni en el amor ni en la familia. Pero después de una ardiente noche de pasión con Rebecca, ¡va a ser padre!
Kate Fortune: con todos los Fortune de nuevo reunidos, la matriarca se siente alentada por la felicidad de sus hijos y sus nietos. Una vez resueltas las crisis familiares, ¿estará destinada a vivir su propio romance?
Sterling Foster: El abogado de la familia y el fiel confidente de Kate ha permanecido a su lado décadas de problemas familiares. ¿Pero lo habrá hecho solo por lealtad o hay algo más en la relación entre Kate y ese hombre tan encantador?
¡Por fin juntos! He echado tanto de menos a mi familia durante estos meses que ahora me parece maravilloso poder compartir con ella su felicidad.
Han pasado muchas cosas en las vidas de mis hijos y nietos. Algunos se han casado, otros han tenido hijos, y algunas parejas separadas han vuelto a unirse.
Me alegro de que mis regalos obraran su magia y les llevaran a cada uno de mis hijos y nietos el amor y la alegría. Ha sido un camino difícil, pero no me lo habría perdido por nada del mundo.
¡Y estoy deseando ver lo que me deparan los próximos cincuenta años!
Por Liz Jones
Tras una recuperación sin precedentes, la familia Fortune ha vuelto y está más fuerte que nunca. Su empresa de cosméticos ha lanzado al mercado el nuevo secreto de la juventud que las mujeres de todo el mundo están comprando, lo que ha convertido a Fortune Cosmetics en la primera empresa de maquillaje a nivel mundial.
La familia Fortune también ha irrumpido en el mundo de los medios de comunicación. Han comprado una cadena de televisión y su propio periódico. No han cambiado a ningún miembro de la plantilla, con una sola excepción, Liz Jones ha sido despedida. La propia Kate Fortune ha declarado: «en un periódico serio no hay espacio para una cultivadora del rumor».
De modo que esta es la última semana que aparece esta columna. A partir de ahora, esta sección pasará a llamarse «El Rincón de Kate», y en ella podrán encontrar ayuda para preparar sus bodas, educar a sus hijos y cientos de ideas sobre la decoración del hogar.
Esperamos que disfruten de la nueva orientación de la columna. ¡Feliz lectura!
Toda la escena le resultaba ofensiva a Rebecca Fortune. Era una oscura noche de tormenta… ¿podía haber algo más trillado? Los rayos rasgaban el cielo, iluminando una enorme y ostentosa mansión que parecía salida del decorado de una película de serie B.Y. lo peor era que estaba a punto de entrar en ella.
Rebecca escribía novelas de misterio. Había arrojado a sus heroínas a las situaciones más peligrosas que su tortuosa mente había sido capaz de concebir… y ella tenía una imaginación considerable. Pero habría tirado su procesador de textos a la basura antes de obligar a ninguna de sus protagonistas a penetrar en un escenario tan tópico como aquel.
La lluvia corría por su pelo, chorreaba por su cuello y empapaba sus pestañas. Rebecca temblaba, enfundada en unos pantalones cubiertos de barro. Normalmente, marzo era un mes frío en Minnesota, pero aquel día había sido extrañamente cálido, casi primaveral. Antes de salir de casa, Rebecca había oído que pronosticaban tormenta, pero su chubasquero era de color amarillo chillón, un atuendo de lo menos indicado para una ladrona, de modo que había decidido ponerse un jersey negro y unos pantalones del mismo color. Y ambos se aferraban a su cuerpo como si estuvieran hechos de pegamento.
Seguramente Rebecca había estado en situaciones mucho más lastimosas. Pero no recordaba cuándo. Su larga experiencia en el mundo del crimen, que incluía el aprendizaje de un amplio espectro de técnicas de robo, la había adquirido en la agradable seguridad de su estudio, delante de un teclado y de todos sus libros de consulta. Pero la realidad estaba demostrando ser ligeramente más difícil que la teoría.
Ella pensaba que lo tenía todo perfectamente planeado. La larga verja de hierro que protegía la propiedad estaba cerrada, pero había conseguido saltarla. Eso no había supuesto un gran esfuerzo. Justo después de la muerte de Mónica Malone, la casa se había convertido en un hormiguero de policías y detectives. Pero en ese momento había muy pocas probabilidades de que alguien la descubriera. La casa estaba silenciosa como una tumba, y completamente desierta.
Rebecca llevaba una mochila llena de herramientas. La mansión tenía cinco entradas exteriores. La escritora probó una llave maestra comprada por catálogo en todas ellas allí empezaron a fallar las cosas. La llave no abría ninguna de las cerraduras. Rebecca también se había llevado una palanca, porque prácticamente todas sus heroínas le habían descubierto en sus novelas alguna utilidad. Rodeó la casa comprobando el estado de las ventanas del primero piso. Todas estaban cerradas a cal y canto, de modo que la palanca solo sirvió para desportillar la pintura de las ventanas.
Llevaba otra media docena de herramientas en la mochila, pero hasta entonces ninguna le había servido de nada. Y la mochila pesaba una tonelada. El cielo estaba cada vez más negro y un trueno retumbó a tan corta distancia que la tierra tembló. O quizá fuera ella la que estaba temblando. Una mujer cuerda, se dijo, renunciaría.
Desgraciadamente, Rebecca nunca había sido capaz de renunciar a algo que le importara.
Algunos decían que era cabezota hasta la imprudencia. Pero Rebecca prefería pensar que se parecía a su madre, Kate, que siempre había tenido el valor y la voluntad necesarios para hacer lo que tenía que hacer.
Y aquello era algo que Rebecca tenía que hacer. Por supuesto, había otras personas intentando librar a su hermano de la acusación de asesinato de Mónica Malone. Pero no habían conseguido nada hasta entonces. Y no había nadie, aparte de la familia, que creyera realmente en la inocencia de Jake.
Rebecca apretó los labios con resolución y volvió a rodear la casa. Tenía que haber alguna forma de entrar. Y ella iba a encontrarla.
Una fuerte ráfaga de viento sacudió su pelo. Cuando levantó la mano para apartarlo de su rostro, advirtió los reflejos dorados que lanzaba el brazalete que llevaba en la muñeca. Aquel brazalete era de su madre, no de ella, y desencadenó en la mente de Rebecca docenas de recuerdos traumáticos y turbulentos.
Hasta hacía muy poco, todo el mundo creía que su madre había muerto en un accidente de avión. Nadie sabía que había tenido que enfrentarse a un secuestrador, había sobrevivido al accidente y había permanecido escondida en la jungla durante meses. A Rebecca todavía se le encogía el corazón cuando recordaba las lágrimas, el miedo y el amor que habían teñido su reciente reencuentro con su madre. Rebecca se había puesto aquel brazalete el día de la desaparición de Kate; después de que cada miembro de la familia hubiera recibido el dije del brazalete que representaba su nacimiento, atendiendo a la voluntad expresada por Kate en el testamento, Rebecca le había añadido sus propios colgantes.
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